Por Silvia Dominguez /
Hay noches que uno espera como quien aguarda un eclipse: con los sentidos despiertos y el alma en guardia, consciente de que algo extraordinario está a punto de suceder. El anuncio del Greatest Hits Tour de Mónica Naranjo había encendido esa ansiedad hermosa que sólo generan los grandes acontecimientos culturales. Y la noche del concierto, a las puertas del recinto, la ciudad seguía con su vida indiferente, sin percibir que, a pocos metros, se preparaba un ritual.
Dentro, miles de personas compartían la misma vibración eléctrica. Gente de distintas edades, estilos, historias; rostros conocidos y anónimos unidos por una voz que lleva casi tres décadas intrigando, estremeciendo, inspirando. Laexpectación no era la de un simple espectáculo: era la de un reencuentro.
Entonces se apagaron las luces. La oscuridad no fue ausencia: fue preludio. Un golpe seco de percusión atravesó el recinto, luego una luz vertical rasgó el espacio como una sentencia divina.Y allí apareció ella: Mónica Naranjo, emergiendo como un relámpago humano, un icono en movimiento.
Su sola presencia altera el aire. No entra: irrumpe. No camina: flota. No mira: atraviesa.
El primer tema explotó sobre el público como un estallido sin aviso. No hubo cortesía, ni introducción suave: la voz se lanzó como un animal indomable, entrenado, poderoso. Esa voz inmensa que hace vibrar la madera del escenario y los huesos del público. De pronto, la sala se puso enpie sin pensarlo, como si una fuerza gravitatoria hubiera cambiado de eje. Allí quedaba claro: en el Greatest Hits Tour, Mónica no interpreta canciones; convoca tempestades.
El concepto de la gira es simple y ambicioso: recorrer toda una carrera y convertirla en una celebración emocional. Y lologra con una riqueza sonora impecable: banda sólida, arreglos cuidados, producción visual pulida y teatral. Los clásicosresucitan con nueva contundencia. El escenario se ilumina como una escenografía viva que respira al ritmo de la música.
“Desátame” fue uno de los puntos más ardientes. Las luces latían como un corazón desbocado, la batería rugía con potencia casi física y Mónica manejaba cada gesto con precisión quirúrgica y furia contenida. Sus brazos eran los de un director de orquesta visceral, capaz de transformar un estribillo conocido en un terremoto emocional. Había drama,sí, pero también una elegancia hipnótica. Su manera de sostener una nota larga, profunda, casi imposible, arrancó aplausos espontáneos: ese tipo de aplauso que nace antes de que el cerebro lo entienda.
Sin embargo, la grandeza de Mónica nunca se ha limitado a la potencia vocal. Su verdadera arma es la emoción. Canta con la herida abierta. Apuesta por la vulnerabilidad. Entrega cada canción como si la estuviera pariendo en ese mismo instante.
En los momentos íntimos, su voz bajaba hasta un susurro casi confesional. Bastaba una frase rota, una respiración sostenida, para que el público quedara en silencio absoluto. En esos fragmentos frágiles, Mónica no es diva: es humana. Y ahí, paradójicamente, aparece lo sobrenatural.
Cuando llegó “Sobreviviré”, el concierto se convirtió en un fenómeno social. Era imposible distinguir quién cantaba más fuerte: si ella, o la multitud que gritaba el himno como quien exorciza fantasmas. No era sólo nostalgia. Era supervivencia, literal. “Sobreviviré” ha acompañado duelos, rupturas, renacimientos. Y esa noche, cada verso cayó como una confesión compartida.
Ahí reside la magia de este tour: Los éxitos no son reliquias del pasado.Son batallas que siguen vivas. Mónica habló poco. No lo necesitó. Cada palabra que dijo fue limpia, directa, con la mano en el corazón y la mirada que admite una verdad: “Yo también”. Esa complicidad silenciosa entre artista y público fue uno de los momentos más humanos de la noche.
El final fue una detonación de luz y sonido. Últimos acordes, últimos rugidos, una despedida lenta, digna, casicinematográfica. Mónica abandonó el escenario como quien cierra un libro que nadie quiere terminar. Y quedó un silencio denso, lleno de emoción suspendida. Nadie se movió enseguida. Había que procesar lo vivido.
Fuera, la noche era la misma, pero quienes salían del recinto ya no lo eran. Habían sido testigos de una artista que no canta canciones: las revive, las incendia, las ofrece como medicina colectiva.Una voz que puede ser látigo y consuelo, fuego y fragilidad, furia y redención.
Porque cuando Mónica Naranjo canta, no ofrece un concierto. Abre una grieta en la realidad para que los mortales, aunque sea por un instante, sepamos cómo se siente estar vivos.







Esta reseña captura el concierto de Mónica Naranjo como una tormenta emocional cruda, magnética e inolvidable. Cada canción se siente viva, resonando en cada latido.
La canción es increíble.