AFORISMOS INÉDITOS DE JOSÉ LUIS TRULLO

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(Tras una visita al mercadillo dominical del Cerro del Águila, en Sevilla, de cuyo suelo rescaté, abandonados y en perfecto estado de conservación, los cuatro libros que aparecen en la imagen).

 

A plena luz se pudren las alhajas que otrora codiciaron los cuellos palaciegos. Imploran que les rescaten quienes los vuelvan a ver como lo que todavía son, lo que siempre fueron.

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La Ilíada y el Ulises de Joyce, hermanados en el revoltijo inmisericorde, se aprestan a conciliar lo remoto y lo reciente en una postrera hecatombe fraternal.

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-¡Arderéis en el infierno, libros que ya nadie quiere!

-¡Cualquier cosa, antes que seguir padeciendo el purgatorio de la indiferencia colectiva!

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No desfallezcas, fondo de catálogo: nadie sabe cuándo una mano se hundirá en tu seno para rescatar esa joya postergada que le devuelva el sentido a su existencia.

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En las estanterías, los libros envidian la suerte de los que, tumbados al sol, contemplan el cielo abierto.

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Rodeados de vida por los cuatro costados, los moribundos títulos que antaño iluminaron los salones sienten una mezcla de éxtasis otoñal y sorda melancolía.

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Andersen escribió, sin citarlo, varios cuentos sobre el ambulante devenir de un libro viejo.

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¡Cuánto mundo no habrá visto un libro al que todo quisque trata de quitarse de encima, sin atreverse a mandarlo a reciclar!

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No, fariseos: cuando lo reducen a pasta de papel, un libro no se apresta a resucitar.

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¿Celulosa fuiste, y en celulosa te convertirás?

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Escribir un libro acerca del variopinto y ajetreado destino de noventa y nueve libros que recuerdan su vida, justo antes de ser prensados.

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Cada libro publicado es un embrión al que solo un piadoso lector puede dar a luz.

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La ley se ha invertido: ahora son los lectores los demandados.

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De mano en mano, al libro usado lo único que le aterra de verdad es el duro suelo.

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En el rastro, expósitos, los libros son todo ojos en busca de unos dedos.

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En la biblioteca familiar, ilusos, los libros se creían a salvo…

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La vacilante seguridad de los anaqueles centenarios.

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Cuando Poggio Bracciolini rescataba en el siglo XV ilustres volúmenes desvencijados en monasterios silentes, al principio no sabía si sentir rabia o alegría. Algo así experimento cada vez que, entre ropa vieja y enseres estropeados, refulge un volumen precioso a un precio irrisorio (a veces, inexistente).

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De este vertedero de objetos indiferenciados extraje yo, por una moneda, los Aforismos del solitario que luego reeditaría en Libros del Innombrable. Cada vez que vuelvo aquí no puedo reprimir la esperanza de un hallazgo análogo.

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Mercadillo: enciclopedia del desdén.

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La biblioteca de Babel, ahora, yace por los suelos, literalmente abatida.

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Un millonario compra todos los libros que encuentra en almoneda. Su proyecto: embarcarlos en un navío rumbo al Tríángulo de las Bermudas.

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A la deriva, una sociedad que no aprecia lo que supera toda tasación…

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Libros: ladrillos en la fortaleza de lo humano. Sin ellos, carecemos de una barrera contra los bárbaros.

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Todos los domingos, la evidencia del final de una época, no: de toda una civilización.

 

José Luis Trullo (Barcelona, 1967) es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona y cursó estudios de Doctorado en Filología Románica. Escritor, traductor, editor e investigador privado. Fundador del Congreso Nacional de Humanistas. Editor de la revista digital Humanistas. Colaborador de la revista digital Entreletras. Ha publicado, entre otros, los libros Expirar en la frase más breve. Sobre el aforismo y más allá; Meandros. En torno a Heráclito; Dignitas. Una apología del humanismo clásico; o La estirpe de Sócrates. La vocación occidental en el contexto del aforismo occidental.

 

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