Por Jesús Cárdenas.
Las antologías cumplen un papel esencial: rescatan y preservan la obra de los grandes poetas, impidiendo que su voz se disuelva con el paso de las generaciones. Tal es el caso de Orillas de los ríos —subtitulada Antología poética 2004-2024—, de Tomás Hernández Molina, publicada por Elenvés Editoras bajo la edición de Javier Gilabert y Almudena Rubio. El volumen supone la maduración visible de una voz que ha mantenido durante veinte años una coherencia y una intensidad poco frecuentes en nuestra lírica reciente. Elegida por el propio autor, la selección no solo reúne trece poemarios que confirman su vocación innegociable, sino que permite acompañar la evolución de un lenguaje cada vez más depurado, atento a la claridad y también a los repliegues del alma.
El prólogo de Vicente Gallego perfila con lucidez la singularidad del poeta: «Esta antología dará a conocer una voz desconocida para algunos lectores, que pasarán por buena la tardanza en publicar de mi amigo, porque van a encontrarse con unos libros de madurez desde el primero al último». Efectivamente: Hernández Molina escribe desde una precisión rítmica y una sobriedad léxica que convierten cada poema en un ámbito suspendido, donde lo humano se muestra en su plenitud y en su vulnerabilidad. Su poesía tiende puentes entre paisaje, memoria y emoción, configurando un espacio reconocible y, sin embargo, secreto.
«El núcleo duro de su poesía, como apunta Gallego, florece en un territorio atemporal». En ese territorio, la palabra se eleva a canto, la cadencia respira, y el verso dialoga con lo cotidiano y lo trascendente. Con numerosos premios —Ciudad de Zaragoza, Manuel Alcántara, Antonio Oliver Belmás, Antonio Machado en Baeza, entre otros—, Hernández Molina ratifica aquí que la poesía no es un oficio, sino la fibra misma de su vida expresiva.
El volumen cobra valor por reunir la parte más significativa de su escritura y por dialogar con su anterior antología, Tres veces vino y se fue el invierno (2013), prologada por Juan Carlos Abril. Ambas comparten la renuncia a los dos primeros libros, ausencia que borra los inicios pero estiliza el arco completo. En esta nueva selección se integran cinco poemarios publicados entre 2016 y 2022, además de dos inéditos —Bahía del vapor y Última Thule—, sumando quince poemas que completan dos décadas de creación.
Hernández Molina crea el poema desde una sabiduría despojada, ajena al sentimentalismo, capaz de mostrar la emoción sin subrayados. Sus poemas alternan entre lo culturalista y lo cotidiano, como en «Síndrome de Elpénor»: «He leído en la sombra los Diarios de Klemperer, / traduje una elegía de Marcial […] / y te escribo esta carta y te lo cuento. / ¡No está mal para un día de resaca!». También explora los poemas sin título, como en Y veinte mis ojos, donde un gesto mínimo se abre a una revelación íntima: la tibieza de unos dedos entrelazados transforma un instante trivial en una escena perdurable.
En Última línea, el poeta formula una suerte de «Poética» en miniatura: «Para la vid / lluvioso sea el invierno / pero septiembre, seco, / lleno de luz y canto». Este misticismo contenido, casi vegetal, se despliega igualmente en los endecasílabos blancos de «Paisaje habitado de batallas», donde la memoria se adhiere al territorio como una respiración que avanza al compás de la tierra.
En «Con ser malvada, habla razonablemente», perteneciente a Accidentes geográficos, la rima abrazada intensifica la musicalidad: «Ella daba razones y en la mesa / de aquel café al borde de la plaza, / dejaba muerte helada su belleza / heridos de carmín labios y taza». En esta escena, tan precisa y tan fría, el poeta demuestra su habilidad para ralentizar el gesto hasta dejarlo suspendido, casi como un fotograma que respira en silencio y cuya quietud multiplica la inquietud del lector.
Los poemas dedicados a las víctimas de los campos de concentración adquieren un tono oratorio de honda gravedad. En 174517 [El corazón del pájaro], la composición «174555» relata: «Entraron en el Gertner, en Varsovia. […]». La mirada del poeta evita toda impostación: permite que los hechos hablen, que la historia duela sin artificios. Ese despojamiento ético, casi documental, otorga a estos textos una intensidad que no radica en la violencia narrada, sino en la dignidad con que se la enuncia.
La contemplación encuentra su cauce en Libro de las horas: «Obscena en aquel ámbito sagrado / exhibía una muchacha su belleza». La escena, bañada por una luz oblicua, contrasta lo sagrado con lo sensual. El poeta atraviesa ese límite sin estridencias, logrando que el instante —su fulgor, su temblor— se vuelva un lugar en el que lo visible cobra resonancia simbólica, casi mística, sin perder su carnalidad.
Nadie vendrá (2019) y El esfuerzo del copista (2022) son dos de las publicaciones más representadas en esta selección. En «Sombras», los encabalgamientos sostienen una respiración quebrada que acompaña la evocación de rostros difusos; una poética de la incertidumbre, de lo que vuelve sin nombre: «Vuelvo a cerrar la puerta. Me entretengo / dando rostro a las sombras. De algunas / he olvidado su nombre, pero siempre / reconoces un rasgo, algún gesto que reales las hace». En El esfuerzo del copista, poemas como «La palabra» («y es sencillo ser puro en tanto esmero, / […] Ahí vivimos. / en esa desnudez nos conocemos. / Ahí vivimos, / en la afilada linde de lo exacto y lo hermoso») o «Los oficios» («Desconocía el arte de la música, / la proporción y la armonía del número, / con torpeza copiaba las notas, las escalas, / […] ‘Mi ciencia está en el tacto de mis manos’») reivindican la paciencia, el trabajo silencioso, la belleza humilde del gesto que perdura más que el ruido del mundo. «Los oficios»:
El epílogo de Álvaro Salvador aporta una reflexión final sobre la continuidad del proyecto poético de Hernández Molina, un cauce que sigue avanzando con serenidad hacia nuevos lectores. Salvador subraya el cultivo de lo sensorial, el lenguaje cercano y el delicado tono sentencioso heredado de diversas tradiciones. Esta «valoración sensual del instante» lo vincula con la llamada «escuela poética valenciana», donde el lirismo y el culturalismo conviven desde la modestia, iluminando lo humano desde la precisión del detalle.
En suma, Orillas de los ríos confirma la madurez serena y la hondura expresiva de una de las voces más discretas y necesarias de la poesía española contemporánea. Una antología imprescindible: reúne veinte años de una poesía lúcida, precisa y humana. Hernández Molina consolida una voz madura que explora memoria y emoción con sobriedad luminosa. Un libro que fija un legado y ofrece al lector un cauce fértil y perdurable.

