Demetrio Fernández Muñoz (Vila Joiosa, 1987) es uno de los referentes más destacados del género más breve en España. Autor de La lógica del fósforo. Claves de la aforística española (Thémata, 2020), actualmente es el director del portal «Aforística española actual» de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Obtuvo el premio Artemisa por su libro de aforismos Plancton (Detorres, 2022) y el Valencia Nova por el poemario Carrera de relevos (Hiperion, 2023). También ha publicado la antología Puntales de la brevedad. Aforistas en construcción (Cypress, 2023) y el libro de aforismos Éter (Apeadero de Aforistas, 2025).
– ¿Cómo empezó su relación con el aforismo?
Mi relación con el aforismo surgió de una forma bastante azarosa. En el último curso de licenciatura, allá por 2008, leí El equilibrista de Andrés Neuman y, a partir de ahí, se me despertó una curiosidad voraz por los libros de aforismos de toda clase, condición, nación y época, que me llevó a investigar concienzudamente el género hasta que todo ello cristalizó, años más tarde, en lo que se convirtió en una tesis doctoral, luego publicado en forma de libro: La lógica del fósforo. Aprendí por el camino a descubrir que la literatura podía tensarse y concentrase hasta el límite de lo esencial, y en ese límite —donde la emoción se hace pensamiento y el pensamiento, belleza— encontré el territorio natural del aforismo, un espejo milagroso que supuso una metamorfosis en mi contemplación y concepción de lo literario.
– ¿Qué autores han influido en su propia forma de cultivar el género?
Con este género, más que de influencias hablaría de afinidades espirituales. Entre los clásicos, me siento deudor de la condensación antropológica de un Gracián, de la lucidez visionaria de un Nietzsche, de la desolada ironía de un Cioran o de la brecha epistemológica de un Canetti. Más arrinconado por la tradición, pero, para mí indispensable, me reconozco en la vena poética de tacitistas como Antonio Pérez o Joaquín Setantí. Del aforismo actual, por no dejar fuera al que no merece estarlo, prefiero, por olvido o por descuido, no dar nombres. De todos modos, tengo claro que sin su determinante influencia jamás podría haber generado una especie de visión de ojo de mosca que conforma mi mirada hacia y desde el aforismo. Doy gracias a su pluralidad por nutrir mi pluralidad.
– Además de aforista, usted es poeta. ¿Cómo reconoce que una idea debe plasmarla en uno u otro género?
Sin que suene pretencioso, no soy yo quien elige el género, sino la propia idea la que me dicta su cauce. Hay intuiciones que reclaman la música y el aliento del verso, y algunas se imponen con la contundencia de una revelación que sólo el aforismo puede contener. Pero confieso que, ante todo, tampoco soy tajante, ni creo en las dicotomías, y me interesa especialmente los trasvases y vasos comunicantes entre géneros que permite el aforismo, tal como he pretendido experimentar en libros como Éter o en aforismos en verso en poemarios como Carrera de relevos. Creo que si, como dijo Baroja, “en una novela cabe todo”, un aforismo cabe en todo, y no debe cerrarse las puertas de géneros donde puede (re)sonar sin chirriar. Estoy pensando en el concepto “exoaforismo” de Vicente Luis Mora que, a mi modo de ver, explica certeramente esta capacidad simbiótica del género.
– ¿Es usted de los que pule el aforismo hasta que alcanza su forma consumada, o dicha elaboración se produce en el ámbito del pensamiento y no tanto de su expresión?
El aforismo no se improvisa: se decanta. Primero llega la chispa, esa intuición que ilumina un fragmento de realidad con una luz inesperada. Luego sobreviene el trabajo recíproco de pensamiento y lenguaje. Para mí, la labor limae es fundamental, y para eso se necesita tiempo. El tiempo de ese trabajo es un aliado imprescindible e impredecible: puede que toque dejar reposar el texto, puede que nazca armado con casco, lanza y escudo. Sea como fuere, el aforismo final, para mí, tiene como condición permitir escuchar su respiración interna y saber descubrir si lo escrito resiste el silencio. Solo entonces considero que el aforismo ha alcanzado su verdad formal. En mi caso particular, pulo cada aforismo hasta la obsesión, como si fuera su requisito para apreciarse, pero incluso con el fracaso asumido de que no llegara a pasar.
– ¿Cuál es su valoración de la llamada “década prodigiosa” del aforismo español? ¿Con qué aspectos se queda y cuáles lamenta?
Ha sido una etapa fecunda y necesaria. Durante años el aforismo vivió en una especie de periferia literaria, y en la última década ha encontrado visibilidad, autores, lectores y espacios críticos. La creación de premios, colecciones y estudios académicos ha consolidado un panorama plural y dinámico. Sin embargo, como se ha venido advirtiendo de un tiempo a esta parte, esa expansión también ha traído consigo riesgos: la desvirtuación, el oportunismo y la desidia; este último, para mí, el riesgo más extendido en una aforística que, harta (y/o falta) de responsabilidad, puede parecer cansarse de tener que demostrar continuamente estar a la altura de su bonanza y avistar futuros en el horizonte mientras da explicaciones de sus méritos presentes y pasados. Además, con la boca pequeña diría que, lamentablemente, los riesgos empiezan a dar sus frutos y es un hecho que el género ha aminorado su marcha. Confiemos en que remonte.
– ¿Qué retos debe asumir el aforista para no acabar convirtiéndose en una parodia de sí mismo, recurriendo a fórmulas periclitadas o repitiéndose de manera inconsciente?
Sin tenerlo del todo claro, diría que el primer reto es la construcción de una voz propia (cosa nada fácil en tan corta duración, en tan pocas palabras) y, luego, ser crítico con ella y aprender a modularla con respecto a lo que se pretende aforizar; creo que no hay que arrellanarse en el hit, ni en la fórmula de la Coca-Cola que uno se piensa que ha descubierto. El aforismo permite ser genial y mediocre en cuestión de segundos, gravedad y nadería en un abrir y cerrar de ojos, original o refrito al instante. Y, teniendo esto último claro, cada uno busca sus estrategias. Yo procuro huir del aforismo karaoke, aquel que suena a estribillo de otros que has escrito, lo cual, por cierto, los convertiría también en aforismos karaoke. Otra premisa que intento cumplir es ser consciente de que un aforismo lo puede escribir cualquiera, pero debe escribirse como si no pudiera escribirlo cualquiera. De todos modos, la parodia siempre está ahí, asomando la patita.


