Por Jesús Cárdenas.
José Antonio Santano (Baena, Córdoba, 1957) es poeta, narrador, ensayista y crítico literario, y aborda la escritura como un pacto con el lenguaje, un recorrido prolongado donde cada modalidad expresiva deja su huella. Su obra refleja una constante meditación y búsqueda, proyectando la imagen de un escritor que vive el milagro de la literatura desde la tradición renovada.
Su libro La luna en el olivar, subtitulado «Cancionero de haikus», destaca como una obra de considerable entidad. El volumen, de tapa dura, surge de la colaboración de diversas instituciones y se distingue por un esmerado diseño: la cubierta es de Edwing Figueroa, la contracubierta de Ramón Andrés, y la ilustración de Francisco Ariza Arcas invita al lector a sumergirse en la experiencia poética. El prólogo del novelista Salvador Compán y el epílogo de Jesús L. Serrano Reyes completan este continente cuidadosamente elaborado, preludio de un contenido rico.
La génesis de la obra se relata en una nota del propio Santano: un cuaderno en blanco, obsequio de Edwin Fi, acompañado de la sugerencia de escribir haikus inspirados en Baena y, sobre todo, en el olivo, símbolo emblemático de la historia andaluza. En apenas dos años, el autor compuso los 205 haikus que conforman el libro, mostrando cómo una simple propuesta puede dar lugar a un universo poético denso y delicado.
El haiku, con su estructura clásica, ha experimentado un largo recorrido hasta consolidarse en la lengua castellana. Su verdadera expansión tuvo lugar ya a finales del siglo XX, cultivado por nuevas generaciones poéticas, liberándose de la estricta estacionalidad para adaptarse a distintos entornos culturales. Santano combina en sus versos la sensibilidad flamenca con el esteticismo japonés, convirtiendo los tres versos tradicionales en una celebración vibrante de la existencia, la memoria y la contemplación. Salvador Compán señala que la esencia del haiku reside en «la elipsis y el vuelo». En efecto, los textos de Santano van más allá de la mera descripción: cada haiku es una ventana sensorial que permite acceder a paisajes interiores, arquetipos de la reflexión y de la emoción.
La calidad de la obra ha sido reconocida por el jurado de la Asociación Española de Municipios del Olivo (AEMO), que la calificó como «una joya compactada», destacando su cuidada presentación y su capacidad para fusionar disciplinas bajo un hilo conductor: el olivo como símbolo de cultura, raíz e identidad.
Editado con delicadeza por la Editorial Alhulia, en colaboración con Rocanjull Inversiones y el Ayuntamiento de Castillo de Locubín (Jaén), el volumen cuenta con 275 páginas. La estructura interna incluye una imagen del autor, su trayectoria, una nota explicativa y de agradecimiento, además del prólogo y epílogo que acogen al lector, ofreciendo un abrazo tanto a los haikus como a su gestor. Dos dedicatorias iniciales rinden homenaje al olivo y a la familia, pilares fundamentales de la creación. La portada de Ariza Arcas representa un olivo casi vivo, mientras la contracubierta ofrece las palabras de Ramón Andrés, que subraya la lectura de los haikus como «una alianza del instante». Aún más: mediante un código QR que acompaña al libro, con sorpresas que invitan a una experiencia sensorial enriquecida.
Santano demuestra su capacidad de suspender el tiempo y el espacio en tres versos. Cada haiku se convierte en un viaje semántico y emocional, superando la observación superficial de la naturaleza. Además, el texto se enriquece con guiños intertextuales a figuras míticas —Atenea, Ulises, Minerva— y a poetas universales como Machado, Lorca, Góngora o Miguel Hernández, así como a lugares que van desde Andalucía hasta Sagunto: «Aquel olivo / de Sagunto romano, / cálido beso». Este entramado de referencias crea un efecto metapoético, transformando los haikus en ecos de tiempos y lugares diversos, ofreciendo al lector una experiencia enriquecida por la memoria y la historia: «Desprende el haiku / el aroma de olivas / recién prensadas». El acoplamiento de naturaleza, emoción y memoria es palpable en numerosos haikus, donde los olivares y sus entornos funcionan como catalizadores sensoriales y poéticos: los versos capturan la luz, el color, los aromas y los sonidos, construyendo una experiencia estética profunda y envolvente: «El olivar / es reflejo en la luna / de soledades».
Se podría decir que la poética de Santano se sustenta en la claridad y en la economía del lenguaje. Cada haiku concentra la fuerza expresiva, creando un paisaje interior que se proyecta sobre la historia, la memoria y la cultura: «Por las mañanas / el río entre olivares / del pensamiento». Baena y sus olivares conforman un escenario de celebración sensorial, donde la visión moldea el ánimo y el tiempo discurre con lentitud, evocando ecos de Machado en Collioure, la guerra civil o la sombra dormida de Lorca: «Allá por Víznar, / entre verdes olivos, / olvido y muerte». La herencia mediterránea y los vestigios fenicios, griegos, romanos o hispanoárabes nutren numerosas composiciones, integrando la historia en la experiencia poética: «De la Mezquita / las columnas de olivos, / luz de lucernas»; «Fenicio olivo, / milenaria presencia / de tu silencio»; «En el Olimpo, / el lugar de los dioses, / solar de olivos».
El subtítulo «cancionero» refleja la musicalidad y la cercanía comunicativa de los textos: cada haiku funciona como una canción, una fotografía sonora, una voz humana que rompe el silencio para sembrar emociones y ausencias: «Siente el olivo / que la tierra se hiende / en sus raíces» y «Sobre la tierra, / ataviada de olivos / brilla la vida».
La compilación atesora la armonía secreta de un escenario sentimental y reconocible. Conjuga introspección y emoción, recurriendo a un lenguaje cálido y reflexivo que evita la retórica superflua y se acerca a la naturaleza con desnudez poética. Santano mantiene el rigor del molde clásico del haiku, mostrando cómo la poesía trasciende el lenguaje y se convierte en una conquista ética y celebración de la vida: «Por las mañanas / el río entre olivares / del pensamiento»; «Noches de estío: / Los olivos alumbran / los pensamientos».
La memoria y la experiencia se despliegan como ejes del cancionero. Los haikus actúan como registros sensoriales, evocaciones de la historia personal y colectiva, y meditaciones sobre la realidad efímera: «Por las mañanas / el río entre olivares / del pensamiento»; «Noches de estío: / Los olivos alumbran / los pensamientos»; «Vuelvo al origen, donde nace la tierra, eterno olivo». Santano transforma el triple latido del verso en plenitud y asombro, estableciendo un pacto entre el poeta y la fugacidad del instante. El silencio, recurrente en la obra, se convierte en puerta hacia la historia, la memoria y los recuerdos, ofreciendo un espacio de introspección donde se reúnen emoción y contemplación: «Luna tras luna, / en la piel de la oliva, / nombres y besos».
La luna en el olivar es un testimonio vital y un diario de lecturas del propio Santano, que permite al lector completar las elipsis propuestas. Cada haiku resuena más allá de la página, irradiando emoción, cultura y belleza.

