Manuel Neila nació en 1950 en Hervás (Cáceres). Pasó su juventud en Asturias, y estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Oviedo, donde se licenció en Filología Románica. Su predilección por las formas breves se ha materializado en los volúmenes El silencio roto, Pensamientos de intemperie y Pensamientos desmandados, que se acogen al título genérico de El pensamiento errante. Una selección de sus mejores aforismos apareció publicada bajo el título Discordancias (2019). En la actualidad, dirige la colección de aforismos «A la mínima» para la editorial Renacimiento. Entre sus publicaciones más recientes cabe destacar: un volumen de carácter fragmentario Clima de riesgo (2015), la colección de aforismos Pensamientos desmandados (2015) y la recopilación de ensayos El escritor y sus máscaras (2015). Es responsable, junto a José Luis Trullo, de la antología El cántaro a la fuente. Aforistas españoles para el siglo XXI (2020).
– ¿Cómo empezó su relación con el aforismo?
La primera vez que tuve conciencia de la escritura sentenciosa, a la que se acerca, como es sabido, a la escritura aforística, fue en el examen de ingreso al Bachillerato, allá por el año 1961. Una de las preguntas rezaba: “¿Qué significa el refrán español A Dios rogando y con el mazo dando”? Años más tarde, en la clase de lengua y literatura francesa, vine en conocimiento de los moralistas francés: La Rochefoucauld, Pascal y La Bruyère, principalmente. Y ya en el primer año de universidad, al hilo de una exposición oral que hube de presentar acerca de Eugenio Trías, descubrí La dispersión, que acababa de llegar a las librerías por esas fechas, en pleno resurgimiento de Friedrich Nietzsche, maestro indiscutible de la escritura aforística moderna. Después vinieron todos los demás: Antonio Machado, Ramón Gómez de la Serna, José Bergamín, entre los españoles; Jules Renard, Emil Cioran, Elias Canetti, entre los europeos, etc.
– ¿Qué autores han influido en su propia forma de cultivar el género?
Son numerosos los autores de la tradición aforística que han influido, de una manera o de otra, en mi forma de cultivar el género. Antonio Machado y Rafael Sánchez Ferlosio me han ayudado a vislumbrar el “espíritu de la letra” en libros como Juan de Mairena y Campo de retamas. Con Elias Canetti y Emil Cioran he descubierto la necesidad de mantener viva la “voluntad de estilo”, que ellos ponen a prueba en La provincia del hombre o Silogismos de la amargura. Ambas cosas, espíritu de la letra y voluntad de estilo, se hallan presentes en los cuadernos de notas de Georg Lichtenberg y Josep Joubert, fundadores del aforismo moderno. La consolidación de esta forma breve de expresión durante la última centuria coincidió con el arraigo de una nueva modalidad aforística, que ha dado en denominarse aforismo poético; en este caso, encuentro particularmente provechosas las obras de Juan Ramón Jiménez y René Char, en las que la poesía y el aforismo beben de las mismas fuentes creativas.
– Además de aforista, usted es poeta y narrador. ¿Cómo reconoce que una idea debe plasmarla en uno u otro género?
En un texto que suelo citar con frecuencia, Gilles Deleuze dice que Nietzsche integra en la filosofía dos medios de expresión, el aforismo y el poema. Con ello sustituye el ideal del conocimiento, el descubrimiento de la verdad, por la interpretación y la evaluación. Precisamente, afirma el filósofo francés, el aforismo es el arte de interpretar y la cosa por interpretar; mientras que el poema es el arte de evaluar y la cosa por evaluar. Si esto es así, como parece, y uno se mantiene atento al proceso de change in response, la elección del aforismo o el poema solo depende del tipo de respuesta a la nueva circunstancia, bien sea interpretativa o valorativa. El intérprete es el fisiólogo, aquel que considera los fenómenos como síntomas y habla mediante aforismos; el evaluador es el artista, aquel que crea perspectivas nuevas y habla mediante el poema. Ahora bien, de la misma manera que, en algunos casos, el aforismo moderno se aproxima a la perspectiva poética, en otros casos, suele acercarse al punto de vista narrativo, como ponen de manifiesto muchos de los aforismos de Elias Canetti.
– ¿Es usted de los que pule el aforismo hasta que alcanza su forma consumada, o en su caso dicha elaboración se produce en el ámbito del pensamiento y no tanto de su expresión?
El aforismo moderno surge, ciertamente, como un destello o una destilación del pensamiento, en respuesta a una situación dada. Viene orientado in nuce de manera cognitiva, ética o estética. En lo que a mí respecta, considero el aforismo como una “breverdad” dicha con agudeza y arte de ingenio. Por lo que hace a la veracidad, mis aforismos dependen, en primer lugar, de la intuición, esa capacidad de comprender algo instantáneamente, sin necesidad de razonamiento lógico consciente. Se trata de un procesamiento automático de información, producto de la experiencia y el conocimiento acumulado, que se manifiesta como un barrunto, un presentimiento o una comprensión súbita. Por lo que respecta a la agudeza y el arte de ingenio, las cualidades más destacadas de la escritura aforística moderna, recurro a un lenguaje figurativo y me apoyo en formas de realce expresivo, como la metáfora, la analogía y la ironía. En este sentido, el aforismo no siempre aparece en su forma consumada, de modo que el pulimento posterior resulta a veces poco menos que inevitable.
– ¿Cuál es su valoración de la llamada «década prodigiosa» del aforismo español? ¿Con qué aspectos se queda y cuáles lamenta?
Si nos atenemos a los datos editoriales, el auge del género aforístico que tuvo lugar durante el pasado cambio de siglo, y la consolidación del mismo que se produjo durante la segunda década del presente, es incontestable. Se pasó de un total de 8 libros publicados en España en los años ochenta, a los 37 en los años noventa y a los 93 en la primera década del nuevo siglo. A partir de ese momento, y durante la llamada “década prodigiosa”, se produjo un aumento exponencial, llegando a superar en algún momento los 20 títulos por año, como ha señalado el profesor José Ramón González. Esta situación tuvo, en efecto, una consecuencia positiva: la reviviscencia de un género, el aforístico, que había conocido un momento de esplendor durante la llamada Edad de Plata de la cultura española, con autores destacados como Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez o José Bergamín, antes de que las tempestades de acero de la guerra civil española y de la Segunda Guerra Mundial dieran al traste con todo. Pero, bien mirado, presenta un aspecto problemático: la posibilidad de vulgarización, de convertir el aforismo en una fórmula ineficaz y vacía, por mor de las inevitables servidumbres que traen consigo las omnipresentes redes sociales.
– ¿Qué retos debe asumir el aforista para no acabar convirtiéndose en una triste parodia de sí mismo, recurriendo a fórmulas periclitadas cuando no repitiéndose de manera inconsciente?
Tras la normalización de la escritura aforística que se produjo durante las últimas décadas, cabe preguntarse: ¿qué porvenir aguarda al aforismo en las sociedades mediocráticas de masas, una vez que la banalidad, la superficialidad y la estupidez han pasado a configurar una suerte de ideología dominante? La proliferación del aforismo corre el peligro de convertirse en una moda, en lo que usted denomina “una triste parodia de sí mismo”, con lo que acabaría perdiendo su eficacia. La función, como es sabido, crea el órgano, y la necesidad crea la función; pero el uso indebido del órgano puede acabar definitivamente con ambos. Puestos a profetizar el pasado, en el sentido que Antonio Machado daba a estos términos, corremos el peligro de que el aforismo siga el camino del romance popular, tras su florecimiento durante los años de entreguerras, o del soneto clásico, con posterioridad a su proliferación durante los años cuarenta. Y evitarlo es el principal reto a que nos enfrentamos de ahora en adelante. Lo cual no es motivo para que dejemos de cultivar la escritura aforística en estos tiempos de posverdad que nos han tocado en suerte; pues hoy, si hemos de hacer caso a Lluís Duch, “es urgente que las palabras regresen de su exilio”.


