Por Mariano Velasco /
Se cuenta, se dice, se rumorea que el virtuoso violinista italiano Niccolò Paganini, por su manera bellísima a la par que endiablada de tocar el instrumento, tenía atado y bien atado un pacto con el maligno, el muy jodío. Hay quien dice en cambio que su extraña habilidad se debía a la hiperlaxitud de sus articulaciones y punto, pero no vamos a ser nosotros quienes estropeemos el cuento, que tiene su encanto y su misterio. Esta cosa de la belleza y la ternura asociadas al diablo y de la dualidad ángel/demonio está muy presente en el mundo del arte, y por ende en el de la música, y he de confesar que no paró de rondarme por la cabeza mientras disfrutaba del magnífico concierto que dieron los chicos/as de Celia es Celíaca el pasado jueves 27 de noviembre en la Sala Siroco de Madrid, un rutilante espectáculo de rock y muy buen rollito, descarga de adrenalina y disfrute si se quiere perverso y si no, angelical.
Es que Celia, esta chica que lidera la banda, posee una personalísima voz llena de matices con la que es capaz de pasar de lo tierno a lo diabólico, de lo dulce a lo perverso, con suma facilidad, conmoviéndote y poniéndote la piel de gallina cuando te canta “vuelve conmigo a Portugal donde los sueños sabían a sal” para con las mismas soltarte un “vete a la mierda” y quedarse tan a gusto, la tía. Será un don natural, como la hiperlaxitud de Paganani o tal vez sea que se le haya atragantado en las cuerdas vocales algún travieso diablillo por una reacción al gluten – vete tú a saber también si lo de celíaca es guasa satánica o es literal -, pero el caso es que ver y escuchar a Celia sobre el escenario es todo un espectáculo, tal es su facilidad para transmitir con voz y actitud, sacando quién sabe de dónde la requerida fortaleza y el necesario poderío como para ponerse a la altura que exige liderar una banda de la talla de la que lidera.
No caben dudas de que Celia es Celíaca es una de esas bandas de rock que deberían estar sonando mucho más de lo que suenan, probablemente debido a esa puñetera manía de ahora de que casi siempre suene el mismo tipo de música – y no es el rock, precisamente – en emisoras y programas, tendencia que dejan a grupos de este tipo – con la excepción del fenómeno Arde Bogotá y de algún que otro clásico como Amaral o Fito y Fitipaldis – en un limbo en el que para nada merecen vegetar bandas de semejante nivelazo.
Nacidos en 2012, con dos álbumes y un EP a sus espaldas y un tercer disco en capilla – con permiso del maligno, lo de la capilla – Celia es Celíaca cambió su formación en 2023 y a Celia (voz) y Bor (guitarra) se unieron como base rítmica Jesús Antúnez a la batería y Álvaro Gómez al bajo, ambos integrantes de Dover, la mítica banda de los 90. Sí, los de aquel satánicamente exitoso Devil came to me, ¡ahora se va entendiendo todo! A ellos se une luego Miguel L. Garrido reforzando todavía más ese aire tan guitarrero y contundente que tiene este grupo.
El caso es que el jueves la cosa arrancó la mar de tierna y relajadita con aires madrileños y oliendo a fiesta y a verbena con el sabiniano Chotis y gatos, pero enseguida la cosa se tornó pelín diabólica a modo de aquelarre en cuanto sonaron las primeras notas de Brujas: “hemos venido a defender todo lo que hoy es nuestro y lo vuestro ya también, aunque nos quemen bajo la ley los pies han hecho callo y nunca nos verán arder”.
Con La solución al problema iniciaron la presentación de su próximo disco, del que en seguida adelantaron su último sencillo Las siete menos diez, donde la voz de Celia vuelve a deslizarse por esa ternura tan sui generis para narrarnos un aceleradísimo viaje por los años más inciertos de la vida en busca de un “oasis de felicidad”.
Con un firme “ésta os la sabéis” se arrancó a continuación Celia guitarra en ristre con Portugal, esa canción que tan bien define la dualidad ángel/demonio de la que estamos hablando y que es con toda probabilidad uno sus mejores temas. Y no es que lo diga yo, lo confirmó también el público de Siroco desgañitándose con su pegadizo estribillo: “para qué vamos corriendo, todavía queda tiempo…”.
Para compensar la saudade que desprende el tema, Celia se quedó bien a gusto con ese me cago en tó que es el Vete a la mierda que sonó a continuación: “la flor y nata del lugar, se desvistió y resultó de un pervertido inadvertido que a todos tiene rendidos con su estúpida función”. Que no sé por qué, a servidor el párrafo le recordó a ciertos personajillos que pululan hoy por los informativos de la tele, de ábalos a mazones y tiro porque me sale de los… (“de tonto te sobra un huevo” dice, jaja).
Tras un nuevo adelanto del próximo disco, Con flores, con un encendido debate previo sobre las crisis pasadas por los millennials, que de eso va la canción, y una última concesión a la ternura como es Carne de mis carnes (“desde que te vi, nada me divierte, solo pienso en ti, no puedo olvidarte, y aunque llegue tarde, estarás aquí”) pocos momentos hubo ya a partir de aquí para “ñoñerías” porque la cosa se desató sin freno con el trepidante ritmo de las contundentes No me dejas dormir (“ya no sé si quiero que me quieras o si esta vez prefiero que te mueras”) y Sugestión (“porque cuando peor estemos, estemos como ahora”). Luego arrasaron lo que quedaba en pie con esa bestialidad de canción que es Mucha gente (“tú dices que nos falta calle, yo creo que nos faltan calles… por quemaaaaar”), para terminar el espectáculo con la locura desatada entre el público de Siroco, bailando como posesos Melodías, otra de las grandes que no podía faltar: “frases vacías, la misma melodía y nadie al volante aquí”.
Bueno, nadie no, que para entonces aquello ya apestaba a azufre y había un único y dominante conductor de la fiesta: el tío del rabo y los cuernos.






