
Ricardo Álamo.- No creo que en España haya escritor más entregado en cuerpo y alma a la literatura que Felipe Benítez Reyes. Me refiero a la literatura en prácticamente todos sus géneros, la poesía, la novela, el ensayo, la biografía, el teatro, el articulismo, el relato (no el cuento, cosa que a su amigo Fernando Quiñones no le gustaba usar como membrete para definir un género que nada tiene que ver con la literatura infantil, o sea, con los cuentos de toda la vida escritos o hablados para los niños y niñas, aunque bien es verdad que en la abundante obra de Felipe podemos hallar un solo título dedicado a la literatura infantil) y la traducción, si admitimos que cualquier libro traducido de otro idioma al nuestro deja de ser el libro que era en su lengua original para ser un libro nuevo, distinto, en que el traductor no se limita a vertir ad pedem litterae sino que aporta, añade o agrega (o incluso suprime) lo que en su magín considera más a propósito para mejorar la obra traducida. Dicho todo lo cual, se diría que Benítez Reyes es algo así como el hombre orquesta de nuestra literatura actual, pues toca, y toca muy bien, todos los palos de eso que Ruano llamaba «la moneda espiritual» con la que un escritor vende su obra. Todos los entendidos, críticos literarios, escritores, editores y lectores lo consideran heredero de Ramón Gómez de la Serna, tal vez porque ven en sus composiciones la misma brillantez y similar uso del lenguaje lúcido que en el escritor madrileño, aunque para mí que Benítez Reyes supera a Ramón, no solo en la variedad de géneros en los que se mueve, sino también en la visión descacharrante y esperpéntica que tiene de la realidad, pues sus personajes novelísticos parecen guiñoles, títeres o fantoches, cuando no figurines o figurones venidos de otros mundos. Mundos inverosímiles y fantasiosos, donde lo normal es lo anormal y lo corriente lo absurdo. En La gente, su más reciente novela, ese carácter fantasioso se desparrama desde la primera hasta la última página, haciendo dudar al lector de si realmente el autor de la novela sea el propio Benítez Reyes, ya que toda la arquitectura de la misma pivota sin solución de continuidad sobre la más acendrada ficción. Ficción que como toda buena ficción no lo parece, en parte porque el autor se sirve del manoseado recurso del «manuscrito encontrado», y en parte también porque muestra un conjunto de personajes insólitos pero dotados de vida y por tanto de carne y hueso, gente pueblerina pero al mismo tiempo extravagante, como salida de unas Mil y una noches roteñas. Nada, en fin, es como parece, pero todo parece como es. O, por decirlo con otras palabras, La gente es un sueño dentro de un sueño dentro de un sueño que no se sabe muy bien dónde empieza y dónde termina, pues como el propio Felipe afirma en esta entrevista, «para los demás, somos extraños habituales. Entes fantasmales a los que atribuimos caprichosamente una historia, una historia de fantasmas». Y no sé yo entonces si el que responde a mis preguntas no será también un ente fantasmal y no Felipe Benítez Reyes.
-En el prólogo a tu novela te muestras contrario al recurso manido del «manuscrito encontrado». ¿Verdadera declaración de intenciones o mera pose?
-Pues tal vez ni lo uno ni lo otro… Lo del manuscrito encontrado es un recurso muy manoseado y poco verosímil, pero lo necesitaba para enmarcar la narración, digamos; para acotarla, y de paso para legitimar al narrador, de modo que no tuve más remedio que usarlo, aunque reconociéndole mi aversión. Bueno, no exactamente la mía, sino la de ese prologuista ficticio, porque lo que se dice en las novelas no es necesariamente lo que piensa el novelista, sino lo que piensan sus muñecos articulados.
-Dices que hubieras preferido titular la novela Los afanes en lugar de La gente, porque la existencia es como una sucesión desordenada de anhelos que tienden a incumplirse. ¿No es un posicionamiento algo pesimista, dado que tal cosa supone pensar que la mayoría de tus nuestros deseos están abocados al fracaso? Y, por otro lado, ¿no es paradójico que aun así persistamos en intentar cumplir nuestros deseos?
Lo del título no lo digo yo, sino el prologuista, que es otro de los personajes imaginarios de la novela. Pero en parte estoy de acuerdo con él. Los afanes me parece un buen título, aunque La gente me parece más efectivo. Cuando se me ocurrió, estaba seguro de que habría muchísimos libros con ese título, por obvio. Pero hice un rastreo por el registro de ISBN y por Iberlibro y no, no había ninguno… En cuanto a lo otro… no hay datos estadísticos que midan los anhelos cumplidos o incumplidos, pero, aun siendo optimistas, creo que el balance resultaría desolador. Lo normal es que las ilusiones se queden flotando en una zona ingrávida y vacía del pensamiento. Por lo demás, anhelar sale gratis, pero a la larga acaba resultando caro. Psicológicamente caro.
-¿A la irrealidad sólo se puede entrar desde lo verosímil?
Depende, no sé. Pero creo que conviene que incluso la fantasía más descabellada tenga un asidero en la realidad, a pesar de que la realidad misma tienda resultar a menudo del todo inverosímil.
-«Los pueblos son un gran secreto comunal (…). Lo que no ha sucedido podemos conocerlo al detalle: la imaginación también conoce». Esta frase entresacada de tu novela parece al mismo tiempo un elogio y una crítica a la vida pueblerina… por fisgona, ¿no crees?
Pues quizá ni elogio ni crítica, sino el mero señalamiento de una característica. Las cosas son así, fatalmente así. En los pueblos, todo el mundo se cree con derecho a fabular con respecto a los otros. Para los demás, somos extraños habituales. Entes fantasmales a los que atribuimos caprichosamente una historia, una historia de fantasmas, la que se nos ocurra, y con la intención que sea, que casi nunca es buena.
-La memoria recorre gran parte de tu novela y el narrador la computa como un caleidoscopio: inventa, fantasea, recuerda, emborrona, abrillanta o ensucia el pasado… ¿Como facultad mental es de las menos fiables? De hecho, el narrador llegar a decir que «la memoria admite fantaseos y adornos» y añade «En el caso de que la memoria no sea más que una fantasía muy adornada».
Antes, cuando alguien decía que la memoria inventa, lo interpretábamos como una especie de análisis lírico, digamos. Como una visión poética del asunto. Pero el caso es que hoy los neurocientíficos sostienen que las cosas son así, que el recuerdo que dos testigos guardan de un mismo suceso puede resultar del todo divergente. Eso asusta un poco, ¿no? Si en buena parte somos la construcción de una identidad a partir de unas determinadas experiencias y de la interpretación analítica de esas experiencias, y resulta que nos engañamos a nosotros mismos con fantasías en torno a nosotros mismos, pues no sé… ¿Qué somos entonces? ¿Personajes de ficción?
-En otro pasaje de la novela se dice de un poeta que escribe «versos sin grandeza, como lo son los de casi todos los que se dedican a ese ejercicio de riesgo». ¿Escribir poesía es un ejercicio de riesgo o lo es simplemente escribir?
-No, un ejercicio de riesgo es el montañismo o la minería, por ejemplo. El único riesgo que corres cuando escribes poemas es el de hacer el ridículo.
-También se dice que «A la gente le gusta mucho meterse a novelista»…, a novelizarse. ¿Crees, por tanto, aquello de Galdós de que por do quiera que el hombre vaya lleva consigo su novela?
Sí, más o menos. A lo largo de nuestra vida, vamos escribiendo una historia, cada cual la suya, aunque se trata, claro está, de una historia muy desestructurada, muy divagatoria y muy incoherente. Una novela, además, a la que siempre le sobran páginas.
-He tenido la impresión de que toda tu novela es una sucesión de cuentos fantásticos, al modo de los de Las mil y una noches… ¿Tuviste presente ese libro, porque algunos de los textos parecen seguir el patrón del cuento de nunca acabar de una panoplia de personajes fantasmagóricos cuyas vidas y milagros se suceden sin solución de continuidad?
-Si se ve como una sucesión de cuentos fantásticos, es que me he equivocado en algo, porque no era mi propósito. Pretendí componer un mural con muchas piezas y que esas piezas fuesen armonizándose hasta crear un dibujo de conjunto del personaje principal, que no son los muchos personajes, sino el pueblo mismo.
Pero, en fin, como cantaba la chirigota del Selu, “a lo mejor yo no me he explicao, o a lo mejor tú no te has enterao”.
-¿Los personajes que describes y la propia Rota son un esperpento nacido de tu imaginación o tienen mucho de realidad?
-Esperpento no creo, ¿verdad? Ni se me ocurrió eso. El esperpento es una caricaturización, incluso diría que una caricaturización enfatizada, y lo mío está muy lejos de eso. Son retratos. Retratos de personajes peculiares, pero no caricaturas.
-¿Toda vida es una vida inverosímil o nuestro propio relato de ella la hace inverosímil por muy verosímil que haya sido?
-No sé. Dependerá, supongo. Más que inverosímil, el relato de cualquier vida resulta más bien incomprensible.
-El final de la novela cobija el principio de que toda vida es una abstracción simplificada: ¿eso es lo que queda, si es que queda algo, de nuestra identidad?
-Durante un tiempo, supongo que algo quedará en la memoria de nuestros allegados. A la larga, lo que pongamos en la lápida. No creo que mucho más en la mayoría de los casos.
-Más sobre la identidad: ¿a medias es un mecanismo de defensa ante los demás y ante nosotros mismos? O sea, ¿a medias es una exposición y una ocultación?
-Cabe la posibilidad de que la identidad no sea más que una suposición, una hipótesis. Una hipótesis formulada por nosotros mismos, pero también por los demás, y ahí ya puede haber divergencias.
-Decía hace poco Andrés Trapiello que el principal enemigo de la verdad es la ficción… ¿Las novelas son, pues, los grandes enemigos de la verdad?
-Tendría que ver el contexto en que lo dijo, porque así, al pronto, no le veo el sentido. Si empiezo a leer una novela, no estoy buscando una verdad, sino una trama novelística que en principio no tiene nada que ver con ninguna verdad. La ficción es un complemento de la realidad, no una mentira.
-Y por acabar ya…, podrías decirme qué tiene La gente que no tengan tus otras novelas, aparte de que hayas usado el recurso al «manuscrito encontrado».
-Pues quizá, a pesar de ser breve, más personajes que las otras. Al menos proporcionalmente. Más gente por metro cuadrado, digamos.


