Por Ainhoa Escarti.

El director franco-argentino es de esas voces propias del cine, de esas que viendo un minuto o dos ya puedes suponer que es suyo. Pese a todo su manierismo, y efectismo que a veces hace perder su discurso narrativo, Noé ha sido capaz de crear su propio lenguaje visual, que a su vez se alimenta de muchos otros.
El llamado enfant terrible del cine francés en su momento, adora la transgresión, las formas narrativas y visuales diferentes para logra transmitir. Podemos ver en sus películas fuentes de las que bebe. No podemos decir que sea nuevo eso de partir la pantalla, recurso que explora en Lux Aeterna dándole vida a la pesadilla, y que ya usaran directores anteriores como Norman Jewison en El caso de Thomas Crown, donde lo utilizaba como herramienta de pulso. Dicho recurso también podemos hallarlo en la extraña obra de Warhol «Chelsea Girl», que para su visionado era imprescindible que fuera proyectada en dos pantallas de forma simultánea. Es cierto que también le caracterizan los picados de la cámara, posicionándola en lugares extraños. En Enter the Void la usa como testigo y punto de vista de ese alma perdida, pero también la utiliza (sobre todo) en la creación de los planos finales de la pesadilla psicodélica de Climax. Nos recuerdan perfectamente al uso que hace en ocasiones Welles cuando jugueteaba con la cámara, dotando así a ella de significado, creando un lenguaje, un subtexto entre espectador y cámara. Noé se atreve a llevarlo un poco más allá, a un plano excéntrico de cosecha propia.
Muchas son las fuentes de las que bebe su obra, que se puede decir que tiene su propia fuente, gratamente salpicada con los maestros anteriores.
Pese a que su mundo es ciertamente agorabico y asfixiante, hay pequeños destellos existencialistas que aportan valor a la vida, tema que en su última película enmarca de forma magnífica. Abandona la grandilocuencia, la locura, el color, el sexo, las imágenes impactantes, el querer sorprender, para abordar el tema de la vejez en su forma más desintegradora, desde la mirada mínima. Existe cierto mimo que ya usara en Love (3D), cierto amor por detenerse a observar las relaciones románticas en su formato crudo, con cierto trasfondo de ternura que existe, aunque cueste encontrarlo. En esta película la mirada se aclara con un tono un poco documentalista que nos recuerda a otras películas que han tratado con respeto y amor la vejez como David Lynch en The Straight Story o Nebraska (sin la grandilocuencia del blanco y negro que usa Alexander Payne).
Es curioso cómo ha viajado a través de su obra con películas que hacían tanto ruido, para acabar con una que nos habla en voz baja para que no nos perdamos la conversación, lo que trata de hablar con el espectador. Demostrando así su capacidad para lo meramente visual como Climax, como para salirse de sí mismo e ir a lo que considera importante de narrar.
Pero, a excepción de este último título, hablar de Noé es hablar del juego con la incomodidad. Se maneja de maravilla sacándonos de nuestro sillón y haciéndonos tragar saliva un par de veces. Es un experto en saber ser disruptor y hacerlo de la manera a veces más sádica, como puede verse en la que considero su mejor película, Irreversible, con sus dos actores protagonistas en estado de gracia, Monica Bellucci y Vincent Cassel, que son capaces de construir algo en este diálogo destructivo donde la violencia y la venganza suponen un actor más de la película. Lo que nos lleva al sexo, su forma a veces abrupta, sensual, rozando a veces lo soft pornográfico y otras siendo un hilo conductor como en Love (3D).
Su búsqueda de lo extremo es un diálogo personal entre Eros y Thanatos, bajo un dilema abundantemente existencialista donde en cada película, se hace las mismas preguntas: el sentido de vivir.
Porque pese a sus escenas perturbadoras, a su moverse en los extremos, tratando siempre de encontrar algo, se encuentra un filósofo, que aún está dando respuestas a las preguntas que se lleva haciendo desde su primera película. Explorando la mente humana en los márgenes, a través de las drogas, del trauma, la violencia que recorre casi toda su filmografía, el sexo, y ciertos toques que parecen provenientes de Freud como el deseo entre hermanos, o el extraño deseo carnal del carnicero por su hija en Solo contra todos, donde también aborda abordando el abismo a la locura siendo una ópera prima con bastante sustancia y pulso narrativo (pese a sus excesos).
Pese a poder en ocasiones parecer repetitivo si llegas a ver su filmografía completa, no se le puede negar que verle es disfrutar de algo diferente en pantalla, que tratará de moverte algo tanto por su composición como en lo que trata de narrar.

