
Juan Manuel Uría (Errenteria ,1976) ha publicado los libros de poesía: Puerta de coral, ¿Quién es Werther?, Transformaciones, Manzana de vaho, Las huellas del límite, Hablar porque la muerte, Lilith, Harria, La belleza fragmentada y el libro de haikus K´amékuarhu. Como aforista ha publicado: Dos por la mañana, La ciencia de lo inútil, donde reflexiona sobre la poesía y la creación poética, y Dos por la tarde. Junto con el fotógrafo Juan Antonio Palacios ha publicado el fotolibro Harria-La piedra. Entre sus últimas publicaciones están Infancia es lugar, un libro de género inclasificable en el que vierte su visión sobre la infancia; Remiúrgica, en colaboración con José Luis Trullo y, junto con el músico Ángel Unzu, el disco-libro Impromptu. En 2022 publicó Apuntes sobre pintura, donde reflexiona sobre la pintura y la creación plástica. Fue miembro del grupo de agitación poética Gatza. Como artista plástico ha ilustrado libros propios y de otros autores y expone periódicamente parte de su obra.
¿Cómo empezó su relación con el aforismo?
En un principio, de forma no deliberada, no consciente, anotando en los márgenes de los libros o en cuadernos frases sueltas, pensamientos, embriones de lo que se me antojaban futuros textos de mayor extensión. Luego, a medida que fui encontrándome y leyendo a autores que practicaban el género como tal, descubrí que eso que iba anotando tenía un nombre, y que no eran germen de algo mayor sino lo mayor en forma breve, sintética, cápsula activa de un pensamiento, con entidad propia, y que en adelante llamaría, ya conscientemente, aforismo.
¿Qué autores han influido en su propia forma de cultivar el género?
Me han influido muchos, hay muchas lecturas, no necesariamente solo de aforistas, sino de compositores de textos de diferente índole o género que me han ido formando como poeta, en un estilo determinado o, más que estilo, en un tono, en una música. Sí, creo que son los autores con un tipo de musica los que más me han influido. Entre los puramente aforistas, los moralistas franceses, por un lado, son fundamentales; luego, por poner algún hito, Lichtenberg (al que conocí a través de los surrealistas, concretamente André Bretón en su libro “Antología del humor negro”, surrealistas tan apreciados por mí y que tanto también me han influido), los filósofos de escritura fragmentaria y que rompen con los sistemas absolutos y cerrados de pensamiento (Nietzsche, Schopenhauer, Kierkegaard, Bachelard) y, sobre todo, creo, los autores que respiran o tienen por fuente la poesía, el pensamiento poético: Juan Ramón Jiménez, Carlos Edmundo de Ory, Lautréamont (tiene unos aforismos excepcionales, además de su conmovedor “Cantos de Maldoror”), René Char (la poesía es tratar de expresar lo inexpresable), Mambrino, Celan, entre muchos otros. Entre los contemporáneos son muchos los que suscitan mi permanente interés y de los que aprendo en cada lectura. El último libro que he leído, por poner alguno, es “El reloj de las horas muertas”, de José Mateos, un libro excepcional. Y el que me espera en el anaquel de “próximas lecturas”: “Un monstruo incomprensible. Retablo de moralistas franceses”, en edición de José Luis Trullo.
Además de aforista, usted es poeta. ¿Cómo reconoce que una idea debe plasmarla en uno o otro género?
La fuente poética está en todo lo que hago, sea en forma de texto (en el género que sea) o en materializaciones plásticas, como en pintura. El pensamiento poético es progenitor de todo. La razón poética. Luego, ya en lo concreto de lo que se me pregunta (para no irme por la tangente), no diré que es el texto el que me lleva a uno u otro género, porque no es así, sino que es mi voluntad la que actúa; sé muy bien, a priori, si me voy a poner a componer un aforismo o un poema, porque requieren actitudes mentales diferentes, procedimentales (la mayoría de mis aforismos, por ejemplo, los pienso caminando, muy peripatéticamente). Así que, si voy a escribir un poema o voy a escribir un aforismo o voy a pintar un cuadro (o voy a responder a las preguntas de un cuestionario como este), me ordeno en todos los sentidos para ese cometido. Sí puede ocurrir (y casi siempre sucede), que dentro de un poema haya versos que podrían extractarse perfectamente como aforismos y al revés, aforismos que podrían ser definidos también como poemas breves. Pero a priori, es mi voluntad la que ordena un procedimiento y, por lo tanto, una forma de expresión. Luego sí, después dejo en suspenso la voluntad y dejo campar (a mis anchas) a lo espontáneo, azaroso e intuitivo.
¿Es usted de los que pule el aforismo hasta que alcanza su forma consumada, o en su caso dicha elaboración se produce en el ámbito del pensamiento y no tanto de su expresión?
Siempre he pensado la elaboración de un texto al modo de una escultura: hay que darle forma, pulirlo, limarlo, quitar lo que sobra, darle silencios (es decir, ritmo), etc. En este sentido me considero un formalista obsesivo al que, además de querer decir algo, quiere decirlo bien, estéticamente, con la música precisa y adecuada, o incluso, y extremando mucho este razonamiento, que el propio texto se vea bien sobre el papel, haciendo abstracción de todo lo demás, como si fuera un cuadro.
¿Cuál es su valoración de la llamada “década prodigiosa” del aforismo español? ¿Con qué aspectos se queda y cuáles lamenta?
Soy de los que habitualmente, por elección, adopta el mejor ángulo, el más esperanzado (la esperanza es un acto electivo, de la voluntad), así que diría que mi valoración no puede dejar de ser positiva, por los hallazgos, los nuevos horizontes abiertos, además, y sobre todo, por los amigos que he hecho en el camino y todos los libros buenos que he tenido ocasión de leer. Nuevas colecciones de aforismo, su visibilización como género, ese puñetazo en la mesa para que se lo considere un igual y no un secundario. Creo que esto es lo mejor, y lo que ya no tiene vuelta atrás (la introducción del término «aforista» en el DRAE es ya un hecho, por ejemplo). ¿Qué lamento? Siendo que prefiero quedarme con lo bueno, hay algo que también pasa en el ámbito de la poesía: hay más aforistas que lectores de aforismo (con su lógica traducción en la venta de libros y que ha hecho que algunas colecciones de las que antes hablaba desaparezcan o vayan a desaparecer). Todos esos que escriben pero no compran un libro o, peor, ni siquiera los leen (algunas bibliotecas públicas están bien surtidas de libros de aforismos). Vuelvo a la poesía para hacer una reflexión: si todos los poetas en activo compraran un libro de poesía al mes (¡hey, solo uno!) la sección de poesía no estaría en el rincón más apartado de las librerías. En cuanto a la inflación aforística de la que se ha venido hablando, creo que ya estamos en un proceso inverso de remanso y bajamar.
¿Qué retos debe asumir el aforista para no acabar convirtiéndose en una triste parodia de sí mismo, recurriendo a fórmulas periclitadas cuando no repitiéndose de manera inconsciente?
A mí me seduce mucho la actitud creativa de Oteiza, que cuando sintió que la escultura no daba más de sí, comenzó a escribir poesía, experimentó con el cine, etc., buscando siempre nuevas formas de creación más significativas (para él). Así pienso en mi caso, no solo entre disciplinas artísticas diferentes, sino en una misma disciplina en el tiempo, tratando de buscar maneras distintas, formas diferentes, modos de ordenar los elementos (juego) para conseguir de forma más eficaz (poéticamente hablando) lo que se quiere decir, con la música justa. Creo que lo que digo algo retóricamente se resume en que hay que ser ambicioso en las formas y estructuras, y no repetirse. En fin, ser siempre un niño, con su curiosidad, desparpajo y ambición experimental y creativa.


