Horacio Otheguy Riveira.

El actor ha ensayado duro. Se aprendió el texto, quizás leyó la novela en que se basa, y además trabajó con una artista plástica la relación corporal, absoluta del personaje con la pintura.

El actor, lógicamente, conoce el recorrido y se sabe muy bien el fabuloso final, como suele suceder con los intérpretes del teatro, sin embargo, la emoción última que transmite es la de un redescubrimiento pleno toda vez que aborda la representación.

La sensibilidad con que conecta el espectador arranca con fuerza, con la violencia de una directa confesión por parte de quien asegura que odiaba a su monstruosa madre.

De entrada cabalgamos, navegamos, corremos, saltamos… a través de los movimientos y las palabras, los tonos empleados por el actor hasta entrar de lleno y seguirle, muy atentos, en un monólogo que, en verdad, es una múltiple evocación de personajes y situaciones para articular la vertiginosa peripecia de una vida atormentada, finalmente tocada por la belleza de unos ojos verdes…

En un cuerpo que irá de lo abominable físico y unos sentimientos nada maternales se arroja en los brazos de un hijo que había despreciado. Y sucede en un verano en principio nada gratificante para aquel niño, en el que de pronto acecha el mal, la enfermedad y la muerte para revelar que, además de los hermosos ojos verdes, todo el cuerpo con su palpitante corazón doblegan el infortunio para revelar una piedad, hasta entonces desconocida.

Aleksy sigue recordando el último verano que pasó con su madre. Han transcurrido muchos años desde entonces, pero, cuando su psiquiatra le recomienda revivir esa época como posible remedio al bloqueo artístico que está sufriendo como pintor, el ya adulto no tarda en sumergirse en su memoria y vuelve a verse sacudido por las emociones que lo asediaron cuando llegaron a aquel pueblecito vacacional francés.

Un gran actor en manos de un poderoso personaje

De psiquiatras y psiquiátricos para dominar los arrebatos de alguien que llega a ser famoso pintor, incluso rico, abrazado a una soledad que solo aplaca con el incesante devenir de pinceles de variados colores.

Impregnado todo su ser de la desolación y la rabia como dos hermanas gemelas que le permiten respirar e indagar en su pasado bajo la certera iluminación de una mirada materna que, contra viento y marea, al fin se posan en el muchacho… en el pintor eternamente niño que tuvo en sus brazos el cuerpo desnudo de su madre, mucho antes que el de una mujer apasionada. Su madre moribunda expandiendo una infinita -y a la vez trágica- revelación amorosa.

 

En el comienzo, Alexis/Juan Díaz nos arroja el primer tortazo:

 

«Aquella mañana en que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años. Era bajita y gorda, tonta y fea. Era la madre más inútil que haya existido jamás. Yo la miraba desde la ventana mientras ella esperaba junto a la puerta de la escuela como una pordiosera. La habría matado con medio pensamiento. Junto a mí, silenciosos y asustados, desfilaban los padres. Un triste hatajo de perlas falsas y corbatas baratas, venido a recoger a sus hijos defectuosos, escondidos de los ojos de la gente. Al menos ellos se habían tomado la molestia de subir. A mi madre yo le importaba un pimiento, al igual que el hecho de que hubiera conseguido terminar unos estudios».

Tal el duro comienzo de una novela que, como en la versión escénica, nos lleva a una cadena intensa de acontecimientos dolorosos con ráfagas de cólera y necesidad de una ternura que, finalmente aparece: torbellino de personajes rotos y redención por el arte y la poderosa necesidad de autocompasión.

 

 

 

 

 

Tatiana Tibuleac (Moldavia, Europa Oriental, 1978)

 

Hija única de un periodista y de la correctora de un periódico, ya en la universidad empezó a colaborar con diversos medios en calidad de traductora, correctora y reportera, mientras realizaba sus estudios de Periodismo y Comunicación. Se dio a conocer en 1995, cuando comenzó a publicar la columna «Historias verdaderas» en el periódico Flux, uno de los diarios más importantes en lengua rumana. En 2007 abandonó el periodismo para dedicarse por entero a la escritura, y al año siguiente se mudó a París. El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes (2016; Impedimenta 2019), su primera novela, impactó tanto a la crítica como a los lectores de Rumanía. Se ha traducido a varios idiomas, se ha convertido en un auténtico fenómeno literario, con adaptaciones para el teatro, y ha cosechado importantes reconocimientos en nuestro país, como el Premio Cálamo Libro del Año 2019, el Premio Las Librerías Recomiendan 2020 y el Premio Novela Europea Casino de Santiago 2020. Su segunda novela, El jardín de vidrio (2018; Impedimenta 2021), se alzó con el Premio de Literatura de la Unión Europea en 2019. Tatiana Tîbuleac vive y trabaja actualmente en París.

 

Dirección Miguel Alcantud

Producción A de Ardilla

Dramaturgia Miguel Alcantud, basado en la novela de Tatiana Tibuleac

Año 2025

Reparto

Interpretación: Juan Díaz
Coach Artista plástica: Bárbara Shunyi

 

SALA MIRADOR. HASTA 14 DE DICIEMBRE 2025