JOSÉ LUIS MUÑOZ
Resulta extraño que el cine no haya tratado, sino una sola vez, los procesos de Nuremberg. Lo hizo en el siglo pasado Stanley Kramer en Vencedores y vencidos, con un reparto de primeras figuras sencillamente estelar (Spencer Tracy, Burt Lancaster, Richard Widmark, Montgomery Clift, Maximilian Schell, Marlene Dietrich), aunque centrado en un proceso menor, no en el que enjuiciaba a los gerifaltes nazis cogidos con vida sino a sus subordinados que aplicaron las leyes raciales y favorecieron el Holocausto, los criminales burócratas de segunda fila.
James Vanderbilt (Norwalk, 1975), más guionista (Zodiac e Independence Day entre otras) que realizador, sí se atreve en esa su segunda película con ese macroproceso y se centra en la figura histriónica de Hermann Göring (Rusell Crowe), el héroe de la aviación alemana que fue el número tres del III Reich y se dejó apresar fácilmente cuando huía en coche oficial vestido con los atributos de mariscal, tal como aparece en el film.
Nuremberg se centra en la relación de ese Göring prisionero e histriónico con el psiquiatra Douglas Kelley (Rami Malek), que debía evaluar las condiciones mentales de todos los encausados del juicio de Nuremberg, una relación en la que, al principio, pesa la faceta seductora, grandilocuente y narcisista del jerarca nazi que seduce al psiquiatra hasta que aparecen en escena las atrocidades del Holocausto (un documental escalofriante que se visiona durante el juicio).
A una primera parte, que narra el encierro en prisión de Göring, y otros jerarcas como el almirante Karl Donitz (Peter Jordan), el sindicalista nazi Robert Ley (Tom Keune) y Rudolf Hess (Andreas Pietchsmann) entre otros, la relación con su esposa Emmy Göring (Lotte Verbeek) y la buena disposición del psiquiatra de convertirse en su cartero (le lleva clandestinamente las cartas que escribe Göring en prisión y empatiza con ella y con su hija), le sigue la judicial de la que siempre saca partido el cine norteamericano. Chirría, no obstante, el papel del fiscal norteamericano Robert H. Jackson (Michael Shannon) que se amilana ante un Göring crecido cuando procede a interrogarlo, algo poco creíble, y tiene un papel muy torpe en el proceso, aunque James Vanderbilt asegura haberse servido de las actas oficiales: hay que hacer que la verdad sea verosímil, y no lo consigue.
James Valderbilt no se desvía un ápice del cine genérico del que bebe (el judicial), y realiza una película clásica, pero efectiva, con algún momento especialmente crudo (el ahorcamiento de un reo que no termina de morir por problemas con la soga). Núremberg no se resiente de su largo metraje de más de dos horas y eso es debido, sobre todo, a un Rusell Crowe pasado de kilos que se mete con ganas en su papel de villano nazi seductor que no se arrepiente de los crímenes que cometieron los suyos y los justifica como connaturales de toda guerra.
Como curiosidad cabe decir, y no es spoiler porque es un hecho sobradamente conocido, que Hermann Göring se libró de la horca gracias a una cápsula de cianuro y el psiquiatra Douglas Kelley escogió el mismo método para quitarse la vida muchos años más tarde. Hay escenas metidas con fórceps —el sargento Howie Triest (Leo Woodall), el intérprete de origen alemán que confiesa a Kelley su deseo de venganza por el asesinato de su familia en Auschwitz—, y personajes como la periodista Lisa (Elsie Douglas) de la que parece haberse olvidado el director que la saca a principio del film y al final.
Se echa en falta más profundidad sobre lo que fue el nazismo en Nuremberg, sobre todo en estos tiempos de revisionismo y resurgimiento del pensamiento fascista.

