JOSÉ LUIS MUÑOZ
Hay películas pedagógicas que deberían proyectarse en los institutos. O que deberían ver los votantes de VOX o Alianza Catalana, por ejemplo. Esta, La tierra de Amira, la primera película de Roberto Jiménez, un retrato implacable y humano de la emigración que huye del hambre de sus países de origen para ser explotada en los países destino.
Amira (Mina El Hammani hace una interpretación magnífica) es una chica marroquí sin papeles que se busca la vida en esas plantaciones de esclavos de Andalucía. Por no tener papeles, el amo explotador Ramiro (Jorge de Juan) le paga menos que a los demás. Una noche, camino del hangar en donde duermen los jornaleros apretujados, es atropellada por Justino (Manuel Morón), un pequeño terrateniente que se niega a vender sus tierras a Ramiro y prefiere cultivar su pequeño huerto de tomates a tener una gran explotación. Justino acoge a la chica en su casa, hasta que se recupere, y le enseña los secretos del agro.
Trama sencilla, momentos emocionantes, buenos actores y mejores intenciones en una película que destila ternura y bonhomía en todos sus poros. No todo está perdido si existen personajes como Justino, un cascarrabias que al principio es muy reacio a acoger a la inmigrante ilegal en su casa y la obliga a dormir en un chamizo, o su hermana Araceli (Pilar Gómez), que es la que lo convence que debe de cambiar su actitud con la chica que ha atropellado. Una dosis de buenismo cinematográfico conviene de vez en cuando y esta es una película que se ve con agrado y es sumamente didáctica. De visión obligada en colegios e institutos, repito, para ahuyentar el fantasma de la xenofobia: los emigrantes a los que despreciamos son los que nos dan de comer.

