REQUIEM Y EXALTACIÓN, el nuevo poemario de Matías Escalera Cordero
(Lastura, 2025. 148 páginas)

El día 2 de junio llega a las librerías, a punto para la Feria del Libro de Madrid, el nuevo poemario de Matías Escalera Cordero, el sexto de su producción: una despedida lírica de la vieja clase y una ambivalente y paradójica bienvenida a la Historia de los nuevos esclavos precarios.
El lector puede encontrar, en este, «tres voces principales que no hay que confundir con el autor, pues este, ni siquiera como ‘gesto de autor’ –afirma Escalera, en la línea crítica de Giorgio Agamben–, tiene por qué identificarse con ninguna de modo absoluto, en tanto supuesto ser real; aunque todas lo constituyen, en menor o mayor grado, en su gesto».
Una de ellas, no obstante –según el mismo autor–, en cuanto ‘gesto’, se le podría asignar como la más cercana, pero no es la que imaginarían muchos lectores, y, aun esa, «es, al fin, una construcción poética», igual que la voz de Hölderlin, «la voz de la poesía moderna, del poeta herido a causa del mundo, por excelencia», que forma parte del decurso de esta singular obra. Otra voz es la de la vieja clase obrera, que «no es la clase real, pues tampoco existiría como tal, en términos ontológicos; solo habría existido como fenómeno histórico y como fenómeno poético, en este caso», remarca, Escalera.
El Capital, «que, como la vieja clase obrera, es o fenómeno histórico o construcción poética, y que tampoco define el gesto de autor en su totalidad, aunque lo construye», sería otra de las voces en conflicto.
Los nuevos esclavos no tenían voz propia, al principio –se nos dice, en el epílogo del libro–, «hasta que una lectora avezada e inteligente» se lo hizo notar al autor. No se les había dado voz propia, acaso porque «aún no poseen el alfabeto con el que dialogar históricamente»; sin embargo, al señalárselo de un modo tan preciso y acertado –reconoce, este– consideró que, era cierto, «faltaba incomprensiblemente la expresión poética, en primera persona, de esa búsqueda a ciegas», así que decidió incorporarla.
En definitiva, este poemario es una despedida, a la vez que bienvenida, que «no desea arrogarse ninguna representación que no le corresponda», pues, «si todas las voces dialogan entre sí, y todas con nosotros, autor y lectores, y nadie tiene por qué identificarse con ninguna y, menos, el autor; este Réquiem y exaltación sería, entonces –más que una serie de respuestas– una serie de preguntas y de sensaciones que quedan, al final de todo, en una despedida; sensaciones que están atravesadas por la melancolía, la rabia y la ternura», subraya, Matías Escalera.
Y concluye: aquí, en esta obra, «no se juzga, solo se constata un hecho, el fin de algo y el nacimiento de algo, y la permanencia de otro algo: esa línea de la historia de la sumisión y de la explotación de los más por los menos, que se reedita en cada coyuntura histórica de modo diferente, pero semejante. No es obligación de la poesía, ni del ‘gesto de autor’, dar respuestas o satisfacer expectativas, sino hacer preguntas, cuestionar, o herir, incluso; y provocar emociones y pensamientos: provocar una reacción, no dejar indiferente al otro. Y eso justificará tanto a la poesía, como al ‘gesto de autor’. A menudo, esa reacción es de malestar, fastidio e incomodidad, porque debe ser así; porque no hay alternativa cordial o alentadora a la vista. O, al menos, este mero gesto intermediario no las vislumbra».
Esta es la razón por la que –y esto es fundamental para leer las obras de Matías Escalera– «todo lector necesita contexto y, si no lo tiene, debe construirlo; si no, la escritura sería algo circular e irrelevante, la confirmación de lo que cada uno sabe ya de por sí»; y por lo que, a menudo, nos puede hasta resultar ciertamente áspera este tipo de «escritura que nos exige esfuerzo».
Pero, antes de concluir, habría que decir que, en este Réquiem y exaltación, para cerrar el cubo mágico de su escritura, «hay una cuarta voz completamente externa, pero dialogante e integrada, que, pocas veces –cree el autor, se ha ensayado, al menos, de este modo, en la poesía española y, acaso, internacional–, incorporada completamente al poemario: al que, de alguna manera, reconstruye y determina sustancialmente». Son las voces de siete poetas de distintas generaciones y condiciones personales, hombres y mujeres, «que dialogan poéticamente», con sus propios textos/respuestas, al poemario inicial, ya concluido, entregado por Matías Escalera, en origen, de modo privado, a los mismos.
Las siete voces que respondieron a la llamada son las de María Ángeles Maeso, Esther Giménez, Ángela Martínez Fernández, Gsús Bonilla, Patricio Rascón, Fernando Barbero y Antonio Martínez i Ferrer; trayectorias poéticas y edades muy diversas, pero todas voces ricas e intensas: «interlocutores ideales para este diálogo tan pocas veces ensayado, pues, en ellas, se encuentran representadas, en diversas gradaciones, por supuesto, tanto la vieja clase, en estado puro, como la masa de nuevos proletarios y de esclavos precarios que están sustituyéndola –o la han sustituido ya– y que buscan su ser, personal y colectivo, en el imparable despliegue de la historia y de la lucha de clases».
Gracias a esas voces, «a esta cuarta voz», como las denomina Matías Escalera, «el poemario adquiere una dimensión nueva, logrando acabar el adentro con los mimbres del afuera que nos contiene», una vieja aspiración del autor, e implícita, de diversas formas, en cada una de sus obras, ya pertenezcan estas a los géneros narrativos, dramáticos o líricos.

