
¿Realmente se inspiró Bram Stoker en Vlad el Empalador?
Se dice, que el personaje de Drácula fue inspirado en Vlad III, el príncipe de Valaquia nacido en 1431 en una ciudad de Transilvania (actual Rumanía). Hijo de Vlad II Dracul, perteneciente a la Orden del Dragón, Vlad heredó el nombre Drăculea, que significaba “hijo del dragón”. Esta orden, fundada en 1408 por el rey Segismundo de Hungría, era una hermandad cristiana de caballeros destinada a proteger la cristiandad europea frente al avance del Imperio Otomano. Con el tiempo, sin embargo, la palabra drac comenzó a interpretarse como “diablo”. Así, Drăculea pasó a traducirse como “hijo del diablo” en la imaginación popular, alimentando las leyendas en torno a las atrocidades cometidas por Vlad III.
Fue un gobernante extremadamente autoritario, obsesionado con el orden, y temido por su brutalidad, especialmente por su método favorito de castigo: el empalamiento. Esta técnica consistía en atravesar lentamente el cuerpo de la víctima con una estaca de madera, que salía por la boca, el pecho o el hombro, y luego se clavaba en el suelo. El ejecutado moría de forma agónica durante horas o incluso días. Se estima que Vlad ordenó empalar a más de 20.000 personas, lo que le valió el apodo de “Vlad el Empalador”.

Pero el empalamiento no fue su única forma de castigo. También mandaba hervir en aceite o agua a sus enemigos, los mutilaba, cegaba con hierros al rojo vivo, los desollaba vivos —incluso a nobles corruptos o traidores— y llegó a enterrar vivas a personas pobres o consideradas “inútiles” para el Estado. Su régimen, aunque eficaz para imponer el orden, dejó una huella de terror que marcó su reinado y su memoria en toda Europa del Este.
Una de las anécdotas más macabras sobre Vlad narra cómo dejó miles de cuerpos empalados alrededor de Târgoviște con el fin de aterrorizar al ejército otomano. Los soldados, al ver aquella escena dantesca, retrocedieron horrorizados. Se dice también que, mientras los condenados se retorcían en las estacas, Vlad comía tranquilamente entre ellos, mojando pan en la sangre que brotaba de sus cuerpos. Este acto, tan cruel como simbólico, alimentó su fama de sádico y contribuyó a forjar la conexión legendaria con el vampirismo. 
A lo largo de los siglos, su figura ha perdurado en el imaginario colectivo como la de un gobernante inmortal. Capaz de sobrevivir al tiempo y sembrar miedo incluso hoy. Esta cualidad lo vincula directamente con el vampiro: una criatura que trasciende la muerte y permanece en la sombra, una amenaza latente. Del mismo modo, Vlad ejercía un control casi hipnótico sobre su pueblo, basado en el miedo absoluto. Su reputación era suficiente para que las personas obedecieran ciegamente. Un poder similar al que los vampiros literarios ejercen sobre sus víctimas: una seducción oscura que paraliza la voluntad.
El castillo de Poenari, situado sobre un escarpado peñasco en los montes Cárpatos, fue una de sus residencias estratégicas. No solo simbolizaba su poder absoluto, sino también su crueldad. Según una leyenda, Vlad obligó a varios boyardos (nobles valacos que habían conspirado contra él) a subir a pie los más de 1.400 escalones hasta la cima y reconstruir con sus propias manos las ruinas del castillo. Muchos murieron en el intento o durante las obras. El aislamiento de Poenari, su difícil acceso y su entorno tétrico refuerzan aún más la imagen romántica y tenebrosa del conde Drácula: un señor oscuro que vigila desde las alturas.
Estas historias fueron recogidas en crónicas sajón-germánicas y otomanas de la época, muchas con un claro propósito propagandístico para demonizar a Vlad. A pesar de ello, su imagen quedó arraigada en el folclore de los Cárpatos y más tarde en la literatura gótica.
La reputación sangrienta de Vlad III fascinó al escritor Bram Stoker, no solo por su potencial narrativo, sino porque encarnaba muchas de las tensiones ocultas de la época victoriana. En una sociedad que se enorgullecía de su moral rígida y su racionalismo, existía, sin embargo, una profunda atracción por lo macabro, lo prohibido y lo grotesco. La violencia extrema —como la que se atribuía a Vlad— respondía a un deseo reprimido de explorar los límites de la crueldad humana, la muerte y el dolor. Temas tabúes en la vida cotidiana, pero centrales en la literatura gótica, en pleno auge.
Stoker encontró el nombre Drácula mientras investigaba para su novela en un libro de historia de Rumanía llamado Account of the Principalities of Wallachia and Moldavia, publicado en 1820 por William Wilkinson. Allí se mencionaba brevemente a “Vlad Drácula”, un príncipe valaco conocido por haber empalado a miles de personas. El nombre (y Transilvania), lo impactaron profundamente, aunque nunca dijo que se basara en él de forma directa. A partir de ahí, fusionó este personaje con el folclore de los vampiros que había investigado en Europa del Este.
Lo que hizo Stoker fue dotar a su conde Drácula de los rasgos propios del vampiro literario, ya establecidos en la tradición anglosajona. Especialmente influyente fue el modelo aristocrático de The Vampyre (1819), de John Polidori. En ese relato, el vampiro es un noble seductor, frío y cruel, inspirado en Lord Byron. Fue la primera vez que se presentó a la criatura vampírica como un ser refinado y carismático. Muy distinto del monstruo rural y grotesco del folclore popular.
Drácula (1897) se convirtió en una de las obras cumbre de la literatura gótica victoriana. La novela no sigue una narración lineal, sino que está compuesta por diarios, cartas, recortes de prensa y transcripciones fonográficas. Desde su publicación, Drácula ha sido adaptado en cientos de ocasiones, y su figura ha ido evolucionando. En cada versión, el vampiro refleja nuevos temores. Drácula no solo es un monstruo literario: es el espejo en el que cada generación proyecta sus propios fantasmas.
Aunque hay muchas cosas en común, ¿estaremos ante una simple coincidencia o ante una conexión más profunda entre realidad y ficción?


Muy interesante, siempre me pareció un personaje fascinante