Misael Ruiz (Bruselas, 1960) ha publicado los libros de poesía El hueco de las cosas (Trea, 2010), Todo es real (Pretextos, 2017, Premio Antonio Oliver Belmás), Una idea de mundo (Animal Sospechoso, 2022) y La rama vacía (Animal Sospechoso, 2025). Es coautor de Renga (2022, con Alberto Silva y Juan Pablo Roa) y de Interacciones (2025, con Mónica Picorel).
Ha editado y traducido la obra de R.S. Thomas (2008), Clive Wilmer (2011), George Herbert (2014, con Santiago Sanz, Premio de Traducción Ángel Crespo 2015), Catherine Pozzi (2018), Lala Blai (2022) y George Santayana (2022, con Santiago Sanz). Dirige la revista de poesía mecanismos.org. Hoy nos acompaña para darnos su primera impresión acerca de su poemario más reciente, La rama vacía.
Los poemas –y los libros– son en cierto modo inevitables
Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?
Misael Ruiz: La verdad es que no sabría darte un porqué. Los poemas –y los libros– son en cierto modo inevitables, como una piedra o un árbol. La rama vacía fue formándose sin un propósito claro a lo largo de unos cuatro años, que corresponden a un determinado período –o estado– de mi vida. Si hubo alguna guía fue por omisión: evitar toda retórica de la que fuera consciente, ser tan conciso como pudiera y no eludir la afirmación de Goethe según la cual todo poema debe ser un poema de circunstancias.
¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?
El cómo no lo puedo decir. El cuándo, un poema breve escrito un uno o dos de enero con la vaga sensación de que comenzaba algo aún sin definir. Un verso de ese primer poema, que después deseché, acabó dando título al libro.
Me gusta pensar que lo he escrito sin escribir
¿Cómo fue el proceso de escritura? ¿Ha cambiado tu forma de trabajar con respecto a otros?
Me gusta pensar que lo he escrito sin escribir. No me pongo nunca a trabajar, es más, si puedo evitarlo, no escribo. Temo caer en la trampa de la composición previa, de forzar la dirección del poema. En ese momento me daba igual el resultado. Era un diálogo sin restricciones conmigo mismo, con mi pensamiento, mis afectos y todo cuanto me rodeaba, algo que, por otro lado, siempre es un diálogo silencioso con los demás.
¿Qué pistas o claves te gustaría dar a los posibles lectores?
Las pistas deberían ser los poemas mismos, cada una de sus palabras y la relación entre ellas. Un poema dice exactamente aquello que dice, trasladarlo a prosa es decir otra cosa o reducirlo a una parte de lo que dice el poema. Explicarlo es desglosarlo, separar sus elementos afectivos, perceptivos, rítmicos, conceptuales… a nadie se le ocurre hacer la autopsia de su amante para entender el amor. En un poema las palabras no son únicamente signos, el significante también es la cosa –las que se pueden tocar y las que están en nuestra mente–. Supongo que esto ya es una pista…
El poema es el rastro de una experiencia
¿Qué efecto esperas que tenga en ellos?
No busco ningún efecto. Por el contrario, pienso que el poema es el efecto, la consecuencia. Si se escribe con «mano verdadera», si no se trata de una mera fabricación literaria, el poema es el rastro de una experiencia; eso sí, entendida ésta en su sentido más amplio: experiencia física, emocional e intelectual, todo a la vez. El único efecto que puedo imaginar es que provoque en el lector, la lectora, una experiencia similar –nunca igual– a la que dio lugar al poema.
¿Qué papel desempeña la estructura o la disposición de los poemas en el volumen? ¿Fue algo deliberado o más intuitivo durante el proceso de creación?
Inicialmente iban ordenándolos cronológicamente. Eso se mantuvo salvo al final del libro, donde sentía que respondían a dos actitudes diferenciadas aunque simultáneas. Y acabé por dividirlo en cuatro partes que corresponden a distintos momentos, más que de ánimo, de vida. En la primera parte, la naturaleza está muy presente porque entonces vivía en el campo y era mi vida cotidiana. Las siguientes fueron escritas ya en la ciudad; eso quizás explique que los pájaros se fueran convirtiendo poco a poco en personas…
Cada libro tiene su personalidad
¿En qué medida veremos en él —o no— al Misael Ruiz de tus anteriores obras?
Cada libro tiene su personalidad y, al mismo tiempo, en la medida en que hay cierta coherencia en mi vida, todos tienen un aire de familia, aunque es probable que La rama vacía tenga mayor unidad como libro que los anteriores. Los poemas forman claramente parte de un todo, algo así como los paneles de un fresco: pueden entenderse y leerse individualmente, pero hay un sentido de conjunto.
Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de La rama vacía, ¿cuáles serían?
Pues sí, me pones en un aprieto. He intentado dejar fuera todos aquellos de los que podía prescindir. Pero, puesto que hay que elegir, digamos que —por distintos motivos— estos tres: «Vivo en los parques», «En un país de acacias» y «Viene un animal de fuego».
No profeso ninguna filosofía poética
Tu poesía ha sido descrita como una búsqueda de armonía con las cosas y el propio cuerpo, una especie de “estar en el mundo”. ¿Cómo llegaste a esa filosofía poética y cómo se refleja en tu escritura más reciente?
Lo cierto es que no profeso ninguna filosofía poética. Escribo «por tanteo y eliminación». No busco algo concreto, recojo lo que me sale al encuentro, como quien sale de paseo sin rumbo fijo. Para mí, escribir es prácticamente lo mismo que estar atento. La atención es condición necesaria y casi suficiente para que surja un poema. En cuanto a la armonía, todos buscamos un «acorde» con el mundo, estar bien en él. Y eso, inevitablemente, implica el cuerpo, porque sin cuerpo no somos; incluso el pensamiento es sólo una de sus formas, una disposición.
Ninguna forma de vida o de poesía es universal o invariable
Has vivido en distintos lugares antes de fijar tu residencia en Barcelona. ¿Cómo crees que el desplazamiento y el cambio de paisajes han marcado tu obra poética?
Me falta perspectiva para contestar a esta pregunta, pero se me ocurre que puede haber tenido un doble efecto. Por un lado, siento que ninguna forma de vida o de poesía es universal o invariable –lo único que no cambia es el cambio– y, por otro, siento cierta afinidad por las formas de lenguaje que se desvían del lugar común sin caer en el artificio.
Siempre ha habido dos mundos
Tus poemas a menudo invitan a la contemplación y a la quietud. ¿Puede la poesía ser un refugio frente a la velocidad y el ruido del mundo contemporáneo?
Yo diría que siempre ha habido dos mundos. Pienso ahora en «el carro de heno y las flores del campo» del cuadro de El Bosco. En cierto modo, un poema es la consecuencia de salirse del río y sentarse un rato a la orilla. Basta quedarse quieto en cualquiera lugar o momento y observar, escuchar, oler, sentir lo que nos rodea –o volver la vista sobre lo que sucede en nuestra cabeza– para que surja, si no un poema, sí una experiencia poética. La realidad se habrá ensanchado, se habrá extendido sin esfuerzo: eso es crear.
No creo en la Poesía ni en el Poeta ni en el Poema
En una entrevista anterior mencionabas que el poeta es más bien el lugar donde se produce el poema, no su creador. ¿Puedes profundizar en esa idea y cómo condiciona tu proceso creativo?
A veces digo a modo de boutade que no creo en la Poesía ni en el Poeta ni en el Poema: lo único que importa es su lectura. El poema es sólo una posibilidad hasta que es leído, hasta que un lector o lectora lo hace suyo, cada uno a su manera. La lectura es algo más refinado que la escritura, hila más fino. Cuentan que en una ocasión le preguntaron a Billy Wilder por qué había ido a ver una película sin interés alguno: contestó que no sabían lo que él hacía con ella en su cabeza… No creo que el poema sea algo que el poeta haga, sino algo que sucede en él o en ella: su cometido es recoger esa intuición con su red de palabras heredadas como quien saca un pez del agua tratando de que no se le muera entre las manos. No es ninguna revelación mística, simplemente no interferir en un proceso hasta cierto punto inevitable. Otra cosa es la corrección posterior, claro está, pero ahí lo único que puedo hacer es eliminar o reordenar.
La traducción ha sido mi taller de aprendizaje principal
Eres también traductor de poetas como R.S. Thomas, Clive Wilmer, George Herbert, Catherine Pozzi, Lala Blai y George Santayana. ¿Qué aporta la traducción a tu propia escritura poética?
La traducción ha sido mi taller de aprendizaje principal, un poco al modo de los pintores que –al menos antes– copiaban a los antiguos maestros. Por otro lado, es un modo de estar trabajando cuando no escribimos, ya que empleamos todos los recursos de la escritura salvo la inspiración, que tomamos prestada de otros. Traducir es además la lectura más atenta –y hospitalaria– que uno pueda imaginar, nos obliga a hacer nuestras las palabras del poema: dejar que piense, sienta y vea por nosotros; y, claro, uno no sale con las manos vacías…
Diriges la revista de poesía “Mecanismos”. ¿A qué responden ese nombre y su proyecto editorial?
mecanismos.org acaba de cumplir diez años de vida. El nombre está tomado de una cita de Wallace Stevens según la cual «si cada uno de nosotros en un mecanismo biológico, cada poeta es un mecanismo poético». Es un modo de dejar en segundo plano la voluntad, el propósito y, hasta cierto punto, el talento personal. En la revista abordamos la poesía como un fenómeno transnacional y translingüístico. La poesía en español es una tradición común a todos aquellos que utilizan la lengua en sus diferentes variantes y contextos culturales. Al mismo tiempo, estoy convencido de que la traducción es necesaria para renovar la propia tradición, para que no se estanque; eso explica que hayamos publicado en formato bilingüe poemas en más de diez lenguas. Por último, nos interesa la reflexión sobre poesía cuando parte de los propios textos, de la palabra misma, no de la especulación.
En Interacciones, junto a Mónica Picorel, exploras los puntos de confluencia entre imagen y palabra. ¿Cómo dialogan en tu producción la fotografía y la poesía? Cuéntanos algo más sobre ese libro.
Interacciones (Eragin, 2025) nace, como dices, de esa confluencia, de las posibilidades expresivas de combinar ambos lenguajes. Aunque hemos evitado el diálogo directo, es decir, que el poema o la fotografía sean una explicación o una ilustración el uno del otro. Por el contrario, la idea ha sido mantener en ambos medios un tono común, algo así como un «campo unificado de la conciencia».
Por último, como lector, ¿de quién te gustaría conocer su “Primera impresión”?
Mencionaré dos libros recientes de dos autores muy distintos: Peor que pedir (Pretextos, 2025) de Antonio Méndez Rubio y Vocación de náufrago (Visor, 2025) de Nilton Santiago.
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Tres poemas de La rama vacía
VIVO en los parques
como otros en sus sueños.
A la falsa intemperie de los tilos
se oculta el tiempo, rápido
como las alas de una mosca.
Fuera,
lo informe va hacia la forma,
después vuelve a lo informe.
Por eso busco el mirto,
el durillo, el eleagno
con la tenacidad del tábano.
EN UN país de acacias
la arcilla roja en nuestras manos;
el mango, la papaya,
el agua muda y parda de los ríos, el ímpetu
del cuerpo contra el cuerpo;
la sorpresa del mono y la jineta,
el hombre que al volver el rostro ofrece
su flor de lepra;
el olor de una hoguera,
las intrincadas trenzas, el chasquido
de unos dedos duros como la piedra;
las camisas blancas, los pies descalzos.
Ya lejos,
en un lugar sin nombre,
invernal
y triste, se apagó la tierra: somos
del jardín de la nada.
VIENE un animal de fuego
al centro ciego del cuerpo.
Hace mi carne con sus dedos,
soy en sus labios,
me invade de voz el pensamiento.
Cómo pudo no ser alguna vez,
no dar fruto el enebro callado,
qué le hizo olvidar su canto
a la calandria,
su voz al ruiseñor.
Arde el cabello en el aire,
siento de nuevo mi sentir
como quien siente
un animal de fuego.

