Por Manuel Francisco Reina
Josela Maturana presenta en este volumen su poesía completa hasta el momento. Su trabajo está todavía en marcha y en construcción, puesto que es una autora en activo y con material inédito, pero lo suficientemente extensa y de calidad como para que esta edición tenga sentido. Las ediciones de las poesías completas, que siempre son incompletas por definición, consiguen concentrar la producción de los autores que, por azares editoriales o de distribución, hacen inaccesibles títulos que perfilan mejor el carácter y los colores de un escritor. Su trabajo, merece mucha más atención por parte de la crítica y los estudiosos, por sus singularidad e impronta y este volumen viene a subsanar estas carencias.
Maturana no es una poeta precoz. No porque no amase la poesía desde sus primeros años y escribiera desde entonces sus primeros versos, sino porque el respeto a la palabra poética le hizo madurar y aquilatar su voz. Pertenece a esa rara estirpe de poetas, sobre todo mujeres, que piensan y repiensan lo que escriben, y que no lo alumbran hasta estar seguras de que merecen ser presentadas en público. No tienen esa prisa pueril de algunos poetas que confunden la vida literaria con la literatura, y ofrecen escaramuzas y esbozos poéticos con más errores que aciertos por la premura del figurar. Me recuerda a esa maestra, y es el linaje al que pertenece, Francisca Aguirre, que prefirió destruir todo los que había escrito en sus primeros años-varios libros completos-, por comprender que lo que le pedía su voz poética era otra cosa, y no lo que había ensayado hasta ese momento, lo que hizo que muchos, incluso en estudios académicos, la integren por fecha de publicación de su primer libro en la Generación del 70, siendo, por derecho, cronología y características, una Niña de la Guerra, es decir, de la promoción del 50. Algo parecido le sucede a Josela Maturana que, generacionalmente, podría haber pertenecido a la corriente poética predominante de los ochenta, pero prefirió asegurar sus pasos y matices y publicó sus primeros libros a finales de los 90, casi con el cambio de siglo. Su primer libro, La Vida Inédita, se publica en 1997. Es pues una poeta transterrada, generacionalmente, lo que la ha mantenido al margen de las oficialidades literarias de los cánones generacionales ortodoxos, pero le ha otorgado una extraordinaria libertad y originalidad creativa.
La poética de Josela Maturana reivindica otras parentelas, otras influencias y referencias distintas a las canónicas, que van desde el olvidado e interesantísimo poeta melillense Miguel Fernández, a maestras como la ya citada Francisca Aguirre o Pilar Paz Pasamar, en cuya reflexión introspectiva y metafísica encuentro ecos en la voz profunda y cálida, sureña sin complejos, y por tanto universal, de Maturana. Desde su primer libro, La Vida Inédita, hasta el último por el momento, Una habitación en la tormenta, de 2022, hay un ir y venir, como de mareas, del yo poético a la otredad más reflexiva y comprometida. Hay en toda su producción un conocimiento profundo de la tradición, pero también un compromiso irrenunciable con su tiempo, como sucedía con los maestros de la Generación del 50, grandes reivindicadores de la urdimbre entre lo popular y lo culto, sin renunciar la poética romanceril y flamenca, pero abriéndose también a poéticas universales como la de Emily Dickinson o Virginia Wolf a quien homenajea en el título de su último libro. Ya desde su primera entrega, La Vida Inédita, la autora establece una dialógica poética entre un editor idealizado y ella misma como poeta. Josela es filóloga, y aunque sin pretenciosidad, tira aquí de la tradición provenzal de la tensó, que en la literatura medieval española daría frutos como la literatura de fablas, o los diálogos, como la poco conocida obra Disputa del alma y del cuerpo, del siglo XII. Con esta perfecta urdimbre tradicional culta, Maturana abre su primer libro estableciendo un diálogo literario e idealizado sobre lo que quiere ser como poeta y lo que espera encontrar entre los editores y el mundo literario. En este diálogo hay reflexiones profundas y de intensa belleza lírica como la que pone en boca del editor cuando dice:
Verá: aún dicen que la vida no tiene cumbre
y yo lo creo.
Aún comentan que los delirios son decisivos
cuando inundan el dibujo de una pasión.
Hay un desbordamiento hereditario en la soledad
Hay aquí un sentido aleixandrino de la palabra poética como refugio. Una forma de entender el imposible diálogo con el otro como una generosa forma de compasión, de comprensión, a costa de ocultarnos o desdibujarnos nosotros dentro de la escritura, como concebía el Nobel Vicente Aleixandre en libros tan fundamentales y olvidados hoy por el tumultuoso y conducido rebaño de los nuevos poetas, como Ámbito, Historia del corazón, o Diálogos del conocimiento, de los que hay ecos asimilados y aprendidos en la poética de Maturana. Como he dicho, como sucedía con el Nobel, toda la obra de Maturana está transida por una preocupación por la belleza y la vida de la palabra poética pero, sobre todo, por una mirada que va del yo al otro, siempre, y que pone al otro por encima del yo. En este pulso, escribe, por ejemplo:
Los desplazados huyen por las estepas azules;
ya aconteció una oración por su exilio.
Aparecieron inmisericordes en los dinteles del mañana
las líneas torcidas de sus pálidos bulbos
y la geométrica senda de su tuberculoso destino.
Es en este yo lírico, más personal, donde aparece el tema amoroso. La poesía amorosa que ha tejido la mejor tradición de la lírica universal desde sus inicios. Hay en los poemas de amor o desamor, de deseo de Maturana una interlocución directa con su emoción y sus pulsiones, pero también una desnudez de tópicos, una madurez emocional poética que engrandecen y singularizan sus versos de amor. Es una gran poeta amorosa desde la asunción de las pequeñas victorias y las grandes derrotas. Hay poemas de enorme vuelo lírico como en su libro El palpitante animal de la tristeza, de 2015, en el que escribe:
He amado
y no he sabido cómo decirlo,
he amado perdiendo lo que amé,
pero todas las palabras que he dicho
pertenecen al naufrago, al traductor,
al mensajero de los sonidos deslumbradores
Hay aquí una consciencia de entrega a los otros. Una voluntad de dar lo que se ha vivido, a través de lo escrito, a los otros, de impertenencia, si se me permite el neologismo. Lo que somos y entretejemos con palabras, con un idioma que tampoco es nuestro, se lo damos a los otros, a los lectores. Y aquí, además de la conciencia de ser poeta, aparece también la identidad femenina, la construcción de un yo poético cimentado en la condición de mujer, que integra la emocionalidad de todos, también de los hombres, en la sabiduría que a través de la palabra nos muestra el amor. Uno de los poemas que más me impresiona de sus último libro, hasta el momento, Una habitación en la tormenta, que es también una declaración de intenciones como autora y poeta libre, sin deudas ni ataduras, es Destemplanza, en el que dice:
Amo a los hombres
que saben qué hacer
cuando ven a una mujer llorando.
Amo más todavía
al hombre que sabe
cuando una mujer llora por dentro
aunque sus ojos lo desdigan.
Y un poco más avanzado el cadencioso poema prosigue:
Amo la educación sentimental
que sabe escuchar más allá del deseo
lo encontrado y lo definitivo.
Amo a los hombres
que saben cómo mirarte
justo antes de la lágrima que va a brotar,
para que el cristal que te hiere al resbalarse,
no rasgue el infinito.
Hay aquí una poeta completa. Hecha en la conciencia de ser mujer, escritora, libre y concernida por su compromiso con el otro, con el mundo. Una poeta sin atavismos y con la clara voluntad de sembrar su palabra en el tiempo. Una poeta isla, pero no a la deriva, en la intemperie de la verdad que siempre nos consuela.

Poesía reunida 1997-2023
Ediciones Vitruvio, Madrid, 2024
*Josela Maturana (Melilla, 1959) Es licenciada en Filosofía y Letras por la Universidad de Cádiz. Afincada en San Fernando (Cádiz) donde imparte clases en el Centro de Educación Permanente de Adultos “María Zambrano”. Ha publicado: La vida inédita, Premio Feria del Libro de San Fernando (1997); Oficio del Regreso, Premio Carmen Conde (1999), ediciones Torremozas. En 2000, finalista del premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla con La soledad y el mundo, publicado en la Colección Rusadir (Ed. Visor) y en 2005, Premio Bahía de poesía con el libro No podrá suceder publicado por la Fundación Municipal de Cultura José Luís Cano del Ayuntamiento de Algeciras. En 2007 publica Principio de la Desolación editado por EH en su colección poética “Hojas de Bohemia”. También en 2007 publica El Rapto de las sabinas. Mujer y analfabetismo: un dolor íntimo y social patrocinado por el Instituto Andaluz de la Mujer. En 2008 Lugares de Orfandad, publicado en la colección de poesía de la Diputación de Cádiz y el pliego poético “Mar de cloro” en la colección «Siete Mares» de la Diputación de Cádiz. En 2010 publica Para entrar en la nieve editado por Quórum editores, con prólogo de José Manuel Caballero Bonald. En 2011 publica Cuaderno de la Fragilidad (Del Centro Editores), Madrid. En 2013 gana el III certamen de poesía de la Compañía de Versos (Granada) con el libro La luz guardada, publicado en CVA ediciones, y en 2015 publica El palpitante animal de la tristeza (Ed. Vitruvio), Madrid. En 2016 publica Todo dice tu nombre. El libro del tarot (Ediciones La Gata). En 2019 publica El cielo de las horas (Editorial DALYA) y Una habitación en la tormenta (Vitruvio, 2022). Incluida en las antologías: Mujeres de carne y verso (Ed. La Esfera), Ellas son la Tierra (Serv. de Publicaciones de la Diputación Provincial de Cádiz), en Ilimitada Voz (Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz), Poetisas españolas (Ediciones Torremozas), en la de los Premios “Pilar Paz Pasamar” (Servicio de Publicaciones del Ayuntamiento de Jerez de la Frontera, Cádiz) y El placer de la escritura, publicado por el servicio de publicaciones de la Universidad de Cádiz (UCA).

