«El infierno no siempre huele a azufre. A veces huele a pescado podrido y se sienta a tu lado con un sombrero elegante.»
En “El hombre del traje negro”, Stephen King demuestra que el terror más profundo no necesita grandes apariciones, ni criaturas fantásticas, ni edificios embrujados. Basta un niño, el recuerdo de un día en el campo y un hombre que no debería estar ahí. O peor: que sí debería.
El relato, incluido en la antología Todo es eventual, es narrado desde la voz envejecida de Gary, quien recuerda un episodio traumático de su infancia: el día que conoció al Diablo. Así lo llama. Así lo recuerda. Y aunque el paso del tiempo podría haber distorsionado la memoria, hay una certeza que no se borra: aquel encuentro no fue una simple alucinación infantil. Fue una herida que no ha dejado de supurar.
King despliega aquí una prosa serena y tensa, como quien camina de puntillas por el borde de un abismo. El terror no se grita, se susurra. El hombre del traje negro —con sus ojos ardientes, su sonrisa de tiburón y su voz aceitosa— es una encarnación del Mal arquetípico, pero narrado desde la lógica del trauma: lo que no se puede explicar, lo que nunca se supera del todo. La presencia maligna no solo amenaza al niño, sino que planta en él la semilla de la muerte: “Tu madre ya está muerta. Tu padre también morirá. Estás solo.” ¿Qué mayor terror puede haber para un niño que el abandono absoluto?
El valor psicoanalítico del cuento es brutal: el visitante vestido de negro no es solo una figura sobrenatural, sino la irrupción de lo Real (en términos lacanianos) en la psique de un niño. La irrupción de la idea de muerte. La aceptación forzada de que la infancia termina cuando uno comprende que todos los que ama desaparecerán. Desde ese día, Gary ya no fue un niño. Y por eso lo recuerda. Porque aquel día no fue un día cualquiera: fue el final de su mundo.
King logra en apenas unas páginas condensar muchas de sus obsesiones: la muerte, el trauma, la soledad, la fragilidad de la infancia, la duda entre lo que fue real y lo que fue imaginación. Pero sobre todo, plantea una pregunta inquietante: ¿y si el Diablo no aparece para condenarte, sino para advertirte de que el mundo es así?
“El hombre del traje negro” es una joya minimalista. Un cuento redondo. Un golpe seco al alma. Al cerrarlo, uno no puede evitar mirar hacia atrás, hacia sus propios recuerdos de infancia, y preguntarse: ¿Qué parte de mí murió cuando supe que nadie me podía proteger del todo?
✒️ Por Aitor González J.
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