
Maggie Dickson fue una joven que vivía en el pueblo de Musselburgh, cerca de Edimburgo. En 1721, su marido la abandonó y ella se fue a trabajar a una posada. Allí quedó embarazada de manera ilegítima, lo cual, en aquella época, era escandaloso y podía conllevar severas penas.
Temiendo perder su empleo y sufrir la vergüenza pública, ocultó su embarazo. En estos siglos, la sociedad marginaba, despreciaba e incluso encarcelaba a las mujeres solteras que quedaban embarazadas. Las leyes eran muy estrictas con las mujeres que no estaban casadas y tenían hijos. Sin embargo, cuando Maggie dio a luz, el bebé murió poco después de nacer. Para proteger su reputación y su libertad, intentó deshacerse del cuerpo, arrojando el cadáver al río Tweed, pero, al parecer, alguien la vio y la denunció.
Las autoridades la juzgaron por ‘concealment of pregnancy’ (ocultación del embarazo), porque en Escocia se presumía la culpa de toda mujer que ocultara su embarazo y cuyo bebé naciera muerto o muriera poco después, a menos que ella pudiera demostrar lo contrario. Así, por presunción de culpabilidad, fue condenada a muerte.

Ese mismo año, las autoridades ejecutaron a Maggie mediante un ahorcamiento público en la famosa zona de Grassmarket. Tras colgarla, depositaron su cuerpo en un ataúd y lo transportaron para enterrarlo. Durante el trayecto, el ataúd comenzó a moverse y se escucharon ruidos: al abrirlo, descubrieron que Maggie aún estaba viva. Sorprendidos, la llevaron de vuelta, pero, según la ley escocesa, la sentencia de muerte ya se había cumplido y no podían repetir la ejecución sin generar una gran polémica legal y religiosa. Esto convirtió a Maggie en una especie de milagro viviente.

No se trató de un caso completamente aislado. Historiadores han documentado casos de personas que revivieron dentro del ataúd o poco después de haber sido bajadas de la horca. Por este motivo, surgieron prácticas como el velatorio, en el que se velaba a los muertos durante 24 horas para asegurarse de que no revivieran, o el entierro con una campanilla atada al dedo (de ahí viene la expresión «salvado por la campana»), por si alguien despertaba dentro del ataúd.
Con el paso del tiempo, Maggie se ganó el apodo de ‘Half-Hangit Maggie’ (‘Maggie la mitad ahorcada’) y se convirtió en una leyenda local. Vivió muchos años más; se dice que incluso se volvió a casar y vivió tranquilamente.
Con el tiempo, Maggie se transformó en un símbolo de resistencia y fortuna, y se abrió un pub en su honor. En el siglo XIX, inauguraron el establecimiento y le dieron el nombre de Maggie Dickson’s. Está situado en Grassmarket, justo frente al lugar donde se realizaban las ejecuciones públicas en el siglo XVIII. Muy cerca se encuentra también The Last Drop, otro pub con temática relacionada con las últimas comidas y bebidas de los condenados a muerte.

En los tours paranormales de Edimburgo, Maggie Dickson es una figura habitual. Se la presenta como un espíritu que “nunca terminó de morir” y que quedó atrapado entre este mundo y el otro. Algunas personas aseguran que Maggie Dickson aún ronda la zona de Grassmarket, reclamando justicia por la condena injusta que sufrió.
Tal vez no fue la soga la que falló, sino el destino que decidió darle una segunda oportunidad. ¿Fue un milagro, un fallo del verdugo o el destino interviniendo a su favor? ¿La salvó Dios, la suerte… o simplemente lo merecía?


Que interesante