Circúndate de Rosas, Huemanzin: Adiós a un Faro del Periodismo Cultural Mexicano.

Por: Mauricio A. Rodríguez Hernández.

“Tan pronto pasa todo cuanto pasa!

¡Tan joven muere ante los dioses cuanto muere!

¡Todo es tan poco!

Nada se sabe, todo se imagina.

Circúndate de rosas, ama, bebe,

y calla. El resto es nada.”

—Fernando Pessoa

En la lejanía boreal de Rygge, Noruega, donde la luz tiene otros matices y el silencio parece hablar, se apagó la voz de uno de los cronistas más sensibles del arte y la cultura mexicana. Huemanzin Iyolocuauhtli Rodríguez, periodista, documentalista, locutor, viajero de historias, falleció a los 51 años, dejando tras de sí un legado luminoso que ningún invierno podrá congelar.

La noticia, tan sobria como poética, apareció como un susurro en su perfil de Facebook: un poema de Fernando Pessoa, acompañado por una imagen. Nada más. Nada menos. El silencio no fue ausencia, fue un gesto estético, una despedida elegida con la misma delicadeza con la que Huemanzin tejía cada reportaje, cada pregunta, cada mirada dirigida al arte, a la historia, a lo humano.

Desde los nueve años, cuando otros apenas aprenden a cruzar la calle solos, Huemanzin ya viajaba por México como conductor de Pequeños viajeros en Imevisión. Visitó zonas arqueológicas, entrevistó a artistas, documentó rituales y leyendas, y, con ello, empezó a trazar una ruta que nunca abandonaría: la del periodismo cultural entendido como un modo de habitar el mundo.

Más adelante sería niño actor en Radio Educación, y ya adulto, reportero en la calle, camarógrafo cuando hacía falta, editor si la urgencia lo requería, pero siempre con la misma brújula: la búsqueda de sentido en la cultura. Fue corresponsal y creador de contenido en más de una docena de países, desde el archipiélago helado de Svalbard hasta los festivales coloridos del Bajío mexicano.

Fue uno de los pilares de Canal 22, al que se sumó en 1996 mientras aún estudiaba comunicación en la UNAM. Desde ahí narró la cultura mexicana e internacional con un estilo agudo, cálido, siempre con una sonrisa que se volvía lenguaje propio. Cubrió los Juegos Olímpicos de Pekín y Sochi, documentó festivales como el Cervantino y la FIL Guadalajara, y nunca dejó de mirar con asombro el arte de otros, como si fuera siempre la primera vez.

Para Huemanzin, el periodismo no era una profesión: era un estilo de vida. “La visión de lo periodístico también sirve para construir a una persona o a un ciudadano”, dijo alguna vez, como quien explica su forma de estar en el mundo. Su cámara no apuntaba al espectáculo sino a la sustancia, al trasfondo. Su voz, inconfundible, fue el eco de cientos de historias que, sin él, quizá nunca se habrían contado.

Participó en cursos con maestros como Julio Villanueva Chang y Günter Walraff, y colaboró en libros que documentan la historia reciente de los grandes festivales culturales mexicanos. Junto a la periodista Irma Gallo condujo Semanario N22, uno de los espacios más consistentes del análisis cultural televisivo, y hasta su muerte continuaba produciendo cápsulas desde Noruega para el canal que tanto amó.

La comunidad cultural se estremeció con la noticia. Artistas, colegas, promotores, instituciones, todos coincidieron en la misma palabra: sensibilidad. Esa que Huemanzin tenía a flor de piel, que impregnaba sus entrevistas, que lo hacía capaz de entender la poesía en un mural o el duelo en un acorde.

“Vuela alto, muchacho querido, ve hacia las estrellas”, escribieron Marisa Lara y Arturo Guerrero. “Su hermosa sonrisa juvenil, su gran cultura, su inteligencia como entrevistador quedan en nuestro corazón para siempre”.

Canal 22 publicó: “Con profunda tristeza te despedimos y agradecemos lo que hiciste por la cultura de México y por este canal. Descansa en paz, Huemanzin Rodríguez. Tu legado prevalecerá”.

TV UNAM, el CENART, la Cineteca Nacional, la FIL de Guadalajara, el IMCINE, entre muchos otros, sumaron sus voces en una despedida que fue, sobre todo, un homenaje al periodismo comprometido, amoroso, verdadero.

Apenas tenía 51 años, pero su camino fue el de una vida multiplicada: más de cuatro décadas en los medios, incontables entrevistas, reportajes, documentales, una presencia ética y estética que hizo escuela sin pretenderlo. Desde las cámaras hasta la voz, desde el rigor hasta la ternura, Huemanzin habitó el periodismo cultural como se habita un templo: con respeto, con pasión, con fe.

No quiso que se supiera de su enfermedad. Pidió a sus más cercanos que guardaran silencio hasta que llegara el momento. Y cuando llegó, eligió despedirse con poesía. Porque así fue su vida: un largo poema audiovisual en defensa del arte, de la memoria, del alma colectiva de un país que hoy llora su partida.

Y sin embargo, como en los versos de Pessoa, nada se sabe, todo se imagina. Tal vez Huemanzin no se ha ido del todo. Tal vez sigue ahí, circundado de rosas, detrás de una cámara invisible, narrando el mundo con la misma voz luminosa de siempre.

El resto es nada.

Pero su obra, su mirada, su ética…

Eso es todo.