JOSÉ LUIS MUÑOZ
Cesc Gay es para mí, el Woody Allen catalán. Su dominio de los diálogos, sus temáticas siempre relacionadas con las complejas relaciones sentimentales y el agudo sentido del humor que despliega en sus películas más la ternura con que trata a sus personajes, lo convierten en aventajado émulo del realizador neoyorquino.
Eva (una Eva Navas espléndida) acaba de cumplir cincuenta años y aterriza en Roma en viaje de trabajo. Allí conoce casualmente —sus habitaciones se comunican con una puerta que accidentalmente permanece abierta a Álex (Rodrigo de la Serna), un seductor guionista argentino. De vuelva a Barcelona se replantea su larga relación con su marido Víctor (Juan Diego Botto) porque ya no siente la chispa del amor, se separa y la busca en una serie de parejas sin encontrarla.
Cesc Gay crea personajes muy próximos y humanos, los rodea de secundarios empáticos con los problemas de esa pareja que se disuelve y dudan a quien de ellos dos ser fieles como Julián (Miki Esparbé), Marga (Marian Álvarez) o Dani (Francisco Carril). La película transcurre entre comidas, cenas, secuencias de bar y frustrantes citas amorosas de la protagonista que no acaba de encontrar al sustituto de su marido y llega a plantearse si hizo bien en abandonarlo. Cesc Gay se mueve como pez en el agua en un terreno que domina y remata ese melodrama sentimental con nota muy alta porque es, sobre todo, un excelente director de actores y un extraordinario dialoguista.

