San José, Costa Rica: Un Mosaico Contrastante.

Por: Mauricio A. Rodríguez Hernández.

San José se despierta un domingo con la calma aparente de una capital que nunca termina de ser descubierta. El viaje comienza en Santo Domingo de Heredia, con un Uber que desciende hacia la meseta josefina. El trayecto, corto pero intenso en tránsito y miradas furtivas, es preludio de un recorrido cultural y literario donde la ciudad se revela como un libro abierto, de páginas a veces doradas y otras manchadas por el tiempo.

La primera parada: la Librería Internacional. Dos sucursales aparecen como oasis de tinta en medio del concreto. La más imponente, en un edificio antiguo, respira historia en sus muros y huele a papel recién impreso mezclado con polvo viejo. La otra, más pequeña, íntima, parece guardar secretos en estantes estrechos. Entre sus pasillos, este viajero observa con cuidado: rehúye la ciencia ficción, el anime y las promesas esotéricas de la nueva era. Prefiere la literatura latinoamericana que late con voces de autores que escriben desde la memoria y la herida; se detiene en filosofía, donde las palabras buscan sentido en un mundo que lo olvida; y hojea biografías, ciencias y negocios, secciones que revelan otra cara de la curiosidad humana. Es un espacio democrático: un mercado de letras donde caben todos los gustos.

Más allá de los libros, la ciudad se abre en teatros. El Mélico Salazar, con su repertorio que convoca orquestas y melodías, es templo de lo sinfónico. El Teatro Nacional, joya arquitectónica y cultural, despliega su abanico: desde obras infantiles hasta coros que llenan de eco las columnas. Ambos son altares para quienes veneran la escena y saben que allí la cultura no es mercancía, sino rito.

El recorrido, sin embargo, no se queda en la postal turística. A pie, las calles revelan el otro rostro de San José: un mosaico contrastante. En una cuadra, turistas y cafés con olor a espresso; en la siguiente, indigencia y aromas que hieren la nariz: aguas negras, sudor acumulado, restos de comida fermentada en la acera. El viajero, toma nota: San José es una ciudad de olores cruzados, entre la tinta que promete mundos posibles y los miasmas que recuerdan las grietas sociales.

El trayecto culmina en el Centro Costarricense de Ciencia y Cultura, en la Galería Nacional. Allí, la exposición Chirripó eleva la mirada hacia la cima más alta del país, un recordatorio de que Costa Rica no solo se recorre, también se escala. La muestra dialoga con otra más lejana en geografía pero cercana en espíritu: muñecas japonesas y estampas de Hokusai, el maestro que supo convertir el monte Fuji en icono eterno. Entre montañas y olas, Costa Rica y Japón se dan la mano, unidos por la obsesión humana de representar lo sublime.

Al final del día, la capital queda dibujada como un palimpsesto: capas de cultura, olor a tinta fresca, paredes que resuenan con música, pero también calles que exhalan una verdad menos amable. San José es así: contradicción viva, ciudad que se lee como un libro abierto, entre páginas que invitan y otras que incomodan.