Por: Mauricio A. Rodríguez Hernández.

“Me gusta dejarle un espacio al imprevisto, al accidente, a la construcción sobre la marcha”, dice Víctor Malagrino, quien se autodefine en su propio perfil de Instagram como un “artista con overol”, quizá porque en su oficio no hay lugar para la pulcritud inerte, sino para la transpiración de lo vivo. Dramaturgo, actor y creador inquieto, ha dado vida a un repertorio de obras que transitan la intensidad del deseo, la fragilidad humana y las zonas ambiguas de nuestra condición: No más turbación, La hormona del deseo, Muere una estrella, Volcán de brujas e Irina en terapia.

Malagrino entiende el teatro como una trinchera de reflexión y resistencia. “Desde la época de los cómicos de feria que desafiaban a los señores feudales, recuerda, el teatro fue una herramienta valiosísima para vernos y comprendernos como sujetos sociales”. Su convicción es clara: sobre el escenario, la palabra y el cuerpo conservan un poder transformador que ninguna tecnología puede sustituir.

En su taller de obra breve explora las miniaturas escénicas con la precisión de un orfebre: “La obra breve tiene sus leyes propias. Si no hay un arco, aunque sea leve, solo queda una situación congelada. El tiempo exige síntesis, pero también un tono exacto para no resultar artificial”. En esa apuesta, el dramaturgo-artesano reivindica la intuición y el instinto como motores creativos, confiando siempre en que el cuerpo precede al discurso.

Desde los personajes televisivos que marcaron su carrera, como el inolvidable “Pato” Miguel en Lalola, hasta sus dramaturgias recientes, Malagrino atraviesa todos los lenguajes con una premisa constante: crear con honestidad, con humor, con riesgo, sin miedo al accidente. Una conversación con él es adentrarse en ese laboratorio vivo que late entre la escritura y el escenario, entre el oficio y la intuición, entre el arte y la vida.

Mauricio A. Rodríguez Hernández: ¿Cómo definirías tu premisa o mantra ante la vida y cómo crees que este ha influido en la construcción de tus personajes a lo largo de tu carrera?

Víctor Malagrino: Si bien considero que es importante la planificación a la hora de abordar cualquier proyecto, me gusta dejarle un espacio al imprevisto, al accidente, a la construcción sobre la marcha. La creación artística a mi entender toma una rigidez antinatural si todo está absolutamente controlado. Lo que no significa perder el control, sino valorar el impulso.

MARH: Tu trayectoria abarca una gran variedad de géneros y personajes. ¿Qué criterios filosóficos, éticos o artísticos te guían a la hora de elegir un proyecto?

VM: Una vez escuché al actor Carlos Belloso decir algo al respecto muy interesante (y divertido): A la hora de elegir un proyecto él toma tres variantes: 1. Que le guste el equipo, que haya amigos o gente conocida con la que él se siente a gusto trabajando. 2. Que sea buena la retribución económica y 3. Que haya un bus que lo deje cerca. Él decía que para aceptar un trabajo, se deben cumplir al menos dos de esas variantes. Me parece una ecuación divertida, pero muy franca y cierta. Así que la hago propia.

MARH: Desde tu experiencia tanto delante como detrás de escena, ¿cómo se diferencia el proceso creativo del actor frente a la cámara del trabajo más introspectivo del dramaturgo?

VM: A mí me interesan los extremos de la creación artística. Me gusta el génesis del proyecto, la idea y primeros pasos desde la escritura, o directamente el otro extremo, el escenario. Desde cualquiera de esas dos puntas puedo vislumbrar el trabajo entero, ya sea hacia adelante o hacia atrás. Las otras instancias del trabajo, como ser la dirección, si bien me gustan, no las disfruto de la misma manera.

MARH: ¿Qué lugar ocupa el teatro para vos como herramienta de exploración filosófica y reflexión social? ¿Creés que aún tiene poder transformador en nuestra sociedad contemporánea?

VM: Absolutamente. Desde la época de los cómicos de feria que desafiaban el poder de los señores feudales, y corrían de feria en feria para no ser atrapados por su «insolencia», el teatro fue una herramienta valiosísima para vernos y comprendernos como sujetos sociales, y para entender el poder del ciudadano a la hora de elegir o exigir a sus autoridades.

MARH: ¿Qué elementos considerás esenciales para que una obra breve funcione y logre destacarse, especialmente en un contexto teatral tan competitivo y efímero como el actual?

VM: La obra breve tiene sus leyes propias, que comparte con las obras «convencionales» pero a su manera: debe tener sí o sí un arco que justifique su existencia. Sino es solo una situación que empieza y termina en el mismo lugar. Pero ese arco tiene que ser menos pronunciado, porque la duración no permite cambios demasiado radicales. Termina siendo forzado todo intento de resumir una obra larga en quince minutos. Y otro tema es el tono. Si la obra breve se realiza en un espacio muy pequeño, con el público prácticamente integrado en el espacio escénico, merece mucha atención el tono de actuación para no resultar artificial, ni demasiado neutro. No es sencillo trabajar la obra breve, pero es muy satisfactorio cuando todo cuadra de buena manera.

MARH: ¿Cómo nace la idea de cada una de tus obras teatrales: Irina en terapiaVolcán de brujasMuere una estrellaLa hormona del deseoNo más turbación? ¿Cuál fue tu punto de partida y en qué fuentes, emocionales, literarias o sociales, te inspiraste para escribirlas?

VM: Las ideas vienen de muchos lugares. Yo trabajo con archivos de notas, independientemente del archivo de la obra en sí. En las notas me permito divagar y dar volúmen a la idea. Pego referencias, notas periodísticas, lo que sea que nutra ese mundo que quiero contar. En paralelo al mundo suele surgir por peso propio un posible argumento que le de vida a ese mundo y esos personajes.

MARH: ¿Cuál ha sido el personaje más desafiante que has escrito o interpretado? ¿Qué aprendizajes filosóficos, personales o creativos te dejó esa experiencia?

VM: Interpreté un personaje muerto en Germán de Dinamarca, una obra breve de mi autoría. Fue un trabajo muy divertido, porque era manipulado por dos actores, o sea que yo tenía mucha participación física, aunque pareciera no tenerla. Todo muy coreográfico y cansador. Un desafío enorme.

MARH: ¿Cómo sentís que tu formación y trayectoria te han preparado para construir personajes complejos, incluso aquellos que navegan zonas oscuras o ambiguas de la condición humana?

VM: Siempre le doy lugar en principio a la intuición, y al cuerpo trabajando, antes que a lineamientos técnicos. No encaro los personajes desde el escritorio, sino desde transitarlos, buscando en todo momento que tengan alguna particularidad, pero que eso no le quite naturalidad, verosimilitud. Por eso considero importante confiar en el cuerpo y el instinto.

MARH: ¿Cuál creés que será el papel de la inteligencia artificial en el futuro del teatro y de la creación artística en general?

VM: Jamás hay que dar al teatro por muerto, por el contrario hoy día está cobrando una vigencia y un vigor excepcionales. Es casi la única forma de arte que no tiene «sospecha de IA». Está vivo, delante nuestro y realizado por personas. En esta época de crisis del audiovisual, ya sea por temas de presupuesto, o cambios en la forma de distribución y exhibición, mucha gente del cine se está inclinando por el teatro como medio de manifestación y creación. Incluso gente del peso de Quentin Tarantino.

MARH: ¿Considerás que la inteligencia artificial representa una amenaza para la creatividad humanística o, por el contrario, puede convertirse en una aliada para expandir las posibilidades expresivas de los artistas?

VM: Por ahora solo veo las ventajas en el uso de IA en la ciencia y especialmente en la medicina. Preferiría dejar el arte para los y las artistas.

MARH: ¿Qué aspectos te inspiraron al interpretar a Patricio “Pato” Miguel en Lalola? ¿Qué creés que hizo que el personaje conectara tan fuertemente con el público argentino?

VM: Para interpretar el rol principalmente estuve muy permeable. Me dejé dirigir para darle vida, no solo de acuerdo a lo que yo pensaba de él, sino de lo que el programa necesitaba del personaje. En una tira con tanta gente involucrada es necesario estar atento a la totalidad, independientemente del personaje que toca interpretar.

MARH: ¿Cómo llegó a vos el personaje de “Pato” Miguel y qué desafíos enfrentaste al construir un personaje tan icónico dentro de la televisión nacional?

VM: Llegó a mí porque Sebastián Ortega me había visto en un espectáculo mío con música llamado Cacuara canta así. Un recital en el que dábamos vida a un ídolo de las décadas del 70 y 80 caído en desgracia. Yo interpretaba a uno de los músicos, mano derecha de Cacuara, y eso me llevó a estar en el radar de los productores del programa a la hora de formar el elenco.

MARH: ¿Qué similitudes encontrás entre Víctor Malagrino y Patricio “Pato” Miguel? ¿Cómo gestionaste esas afinidades o diferencias en el proceso actoral?

VM: Es inevitable en un ciclo de tantos programas, con tantas horas de grabación, que actor y personaje un poco se mimeticen. No tengo bien en claro cuáles son los puntos en común, realmente. Nunca me detuve a pensarlo, pero supongo que serán muchos.

MARH: ¿Podrías compartir alguna anécdota significativa con los creativos de Lalola, como Sebastián Ortega, Susana Cardozo, Pablo Lago, Esther Feldman, Alejandro Maci, Alejandro Quesada, Mariano Ardanaz, Gustavo Luppi o Celina Amadeo, que haya marcado tu experiencia dentro del proyecto?

VM: Algo que destaco es la voluntad en el set de hacer un producto fresco, novedoso y divertido. Tanto desde la dirección de Gustavo Luppi y Mariano Ardanaz, como desde todo el elenco. Las escenas se revisaban y reversionaban con un espíritu muy lúdico, con propuestas que siempre potenciaban lo escrito por los guionistas y lo llevaban más allá. Eso creo que fue la clave del éxito del programa.

MARH: Desde tu perspectiva como artista y gestor cultural, ¿cómo evaluás el rol de los gobiernos en el apoyo a las artes? ¿Por qué creés que ciertos sectores políticos, especialmente los de derecha, tienden a relegar la cultura a un plano secundario?

VM: Es imprescindible tener un estado presente en el apoyo y difusión de las actividades culturales. Entendiendo que son un activo clave no solo en el ámbito de la educación, sino también de la economía de un país. Me da mucha tristeza lo que está ocurriendo en Argentina en este momento. El gobierno de Milei está destrozando todo lo que considera de la vereda de enfrente a sus políticas. Están perdidos en una maraña de corrupción financiera y empresarial. Esa es su zona de referencia y todo lo que esté por fuera es enemigo. Y lo peor de todo es que no solo hablo de los y las artistas, sino también de la tercera edad, la niñez, las personas con discapacidad, y podría seguir enumerando. Lo bueno y lo malo es que están perdidos y desesperados. Eso es malo porque se avecina una nueva gran crisis, y es bueno porque ya todos están empezando a considerar que este gobierno está perjudicando a todos los sectores, incluyendo a quienes supuestamente vino a favorecer.