Por Alberto García-Teresa.

El encuentro con la naturaleza y la rehabilitación espiritual a través de ella en un contexto de inminencia de colapso y de desigualdades sociales constituyen el núcleo del último poemario de Ana Pérez Cañamares (Santa Cruz de Tenerife, 1968). Pero transcurren también, aunque en menor medida, paralelamente, algunos de los ríos que han nutrido su obra.

Las diferentes secciones de este volumen se titulan como partes de las hojas de los árboles. La palabra asturiana «seronda» significa «otoño», «fruto del otoño» y «dicho de un fruto: tardío». Se nos abren, entonces, varias líneas que nos sitúan tanto en la estación del año como en la vital de la autora. De hecho, llama especialmente la atención el título si tenemos en cuenta el conjunto de publicaciones anteriores de la escritora, en donde la primavera ha tenido un papel muy relevante como referencia y como símbolo.

La escritura de Cañamares continúa vertebrándose con un verso pulido y una gran capacidad de síntesis y de precisión léxica que, sin embargo, se apoya en la claridad y en la fluidez a pesar de la lograda tensión del poema. Sus textos consiguen evocación y rotundidad al mismo tiempo con ello, quizá por la meticulosidad de su construcción, el cuidado cincelado de cada pieza y la elección de un vocabulario habitual y referentes reconocibles.

En el centro del poemario, la autora sostiene una mirada reveladora sobre el entorno natural. No lo describe con parámetros pictóricos. Se fija en lo pequeño y expone resonancias, sugerencias, implicaciones que crecen desde los seres y paisajes que contempla. Cañamares no aborda este ejercicio como una huida, sino como un proceso de búsqueda una vez que se ha asentado en ese entorno silvestre. Esta obra supone, por tanto, una coherente continuación de su anterior entrega, La senda del cimarrón (tras el desplazamiento existencial y de foco que se recogía en ella), pero recoge y ahonda de manera central en la posición receptiva y contemplativa de un trabajo mucho más anterior: Entre paréntesis, su libro de haikus editado en 2012. En el presente volumen, se enraiza la veta reflexiva que fuera predominante en La senda del cimarrón y se remansa aún más la dicción para ganar hondura. De esta manera, estas páginas ofrecen poemas escritos en otros parámetros temporales distintos a los dictados por la vorágine y la aceleración del tardocapitalismo actual. Las meditaciones sobre el fin de la civilización (a causa de la acción humana), la esperanza, las posibilidades de vivir plenamente (fuera de esta sociedad o de los sistemas hegemónicos) y los vínculos que nos enlazan a todos los seres surgen desde la contemplación del entorno o se apoyan en ellos al ser expresados. Precisamente, a partir de la conciencia del daño causado por las personas en el entorno, Cañamares explora una nueva relación del sujeto con la naturaleza (novedosa en el recorrido biográfico del «yo», pero que se basa en el respeto y la escucha, ya presentes en otras generaciones y culturas). Esa relación a veces se proyecta o se materializa en un futuro, en una realidad posterior al colapso ecosocial. La autora insta a romper y salir del paradigma antropocentrista para ello: «vives sorda en mitad de una tertulia: / de un roble a otro roble / vuelan bandadas de verbos // sin ningún adjetivo // (…) escúchanos hablar con tus pulmones». Las sinestesias son constantes para conseguir una inmersión en ese entorno que desborde los marcos racionalistas de comprensión. De ahí el ámbito trascendente en el cual se interna Cañamares en buena parte de este trabajo. Pero siempre se avanza desde la humildad, desde el reconocimiento de lo que queda por aprender («en el hondo mar de lo que no entiendes / nunca llegarás a hacer pie»); de una imposibilidad a la que la soberbia humana se resiste a desprenderse pero que otros seres vivos asumen.

La poeta continúa presentando como modelos existenciales, incluso morales, a distintos grupos y especies de la naturaleza. Por tanto, nos muestra otra forma de estar en el mundo y con el mundo a la que podemos acercarnos y con la que comunicarnos. Ofrece, pues, una conexión fuera de este mundo para estar en el mundo (como bien escribiría el añorado Ángel Guinda, a quien dedica Cañamares un poema, precisamente); en ese mundo que quiere ocultarse y que estamos destruyendo pero que nos sostiene materialmente.

La primera parte del volumen aborda todas esas cuestiones y, de modo significativo, Cañamares, entonces, desplaza a una posición numéricamente secundaria las relaciones sociales que tanto y tan explícitamente han constituido sus libros anteriores (familiares, sentimentales, políticas, económicas y laborales). Aunque, evidentemente, suponen el sustrato de la dimensión política de toda forma de estar en el mundo. Aparecen en la sección titulada «limbo», de la que la escritora aprovecha su polisemia para aludir a las personas y colectivos desplazados, acallados, infravalorados, invisibilizados. Se sitúan esos poemas dentro en una primera persona del plural que subraya el ámbito colectivo de la sociedad. La poeta se ubica y enuncia dentro de las sometidas y las silenciadas, con la sororidad, la escucha y la rebeldía como motores. Especialmente relevantes son las piezas de denuncia feminista, en las que Cañamares critica y desmonta las construcciones sociales de subordinación y complacencia de la mujer al varón a la vez que proclama el cambio de paradigma y anuncia un horizonte de rebelión.

Sin embargo, en esa línea general de voz en medio de la naturaleza, la mayoría de los poemas se orientan a un «tú» que podría tratarse del propio «yo» desdoblado, en calidad de trabajo de autorreflexión y cuestionamiento. En cualquier caso, la introspección se explicita en la parte final del volumen. Allí, una vez más, la escritura cobra protagonismo como herramienta y como fin, como necesidad para relacionarse y aprehender la realidad.

Así, con Seronda, Ana Pérez Cañamares ahonda su camino hacia una vida consciente de los límites, del dolor y de la belleza, en la que, definitivamente, se alcance a ser «alguien que es y se basta».

Ana Pérez Cañamares
Seronda
66 páginas

La Garúa, 2025