Por Mauricio A. Rodríguez Hernández.

En el silencio sagrado de la altura, donde el aire se vuelve plegaria y la neblina acaricia los filos del alma, nació una exposición que convierte la montaña en poesía: El Chirripó es Arte. En la Galería Nacional de Costa Rica, la cordillera de Talamanca descendió por unos días hasta el corazón de San José, no en su forma geográfica, sino en una sinfonía de pigmentos, texturas y memorias naturales.

La muestra, organizada por Lapislázuli Comunicación como parte de la colección oficial del 50 aniversario del Parque Nacional Chirripó, reunió a seis artistas que supieron traducir la vastedad del paisaje en un lenguaje sensible, tan humano como mineral: Gilberto Ramírez Chaves, Flory Fonseca Romero, Óscar Abarca Jiménez, Carmen Elizondo Araya, Carlos García y Milena Elizondo Segura. Todos ellos emprendieron una expedición estética basada en fotografías del lugar, para que cada bosquejo naciera del testimonio visual y del pulso íntimo del territorio.

El resultado fue una topografía emocional: lienzos donde los tonos fríos del páramo se funden con la calidez de la niebla; trazos que evocan la fragilidad del caracol del género Stenosylus, ser casi invisible, joya mínima del ecosistema, y pinceladas que rinden homenaje a la diminuta Gentiana Bicentenaria, flor endémica que parece contener, en su azul profundo, la memoria del cielo. Cada obra, más que una representación, es una respiración compartida entre el ser humano y la montaña.

Pero El Chirripó es Arte no fue solo una exposición: fue un llamado a la conciencia. Con el respaldo de la Comisión de Aniversario del Parque Nacional Chirripó y la declaratoria de interés cultural del Ministerio de Cultura y Juventud (acuerdo ejecutivo N.° 101-C del 18 de junio de 2025), la iniciativa buscó sensibilizar sobre la importancia de los parques nacionales, promover una cultura ambiental activa y consolidar el arte como herramienta de aprendizaje y de conservación.

Un porcentaje de las ventas de las obras fue destinado al programa de prevención de incendios forestales de la Asociación de Arrieros y Guías Porteadores de San Gerardo de Rivas, gesto que enlaza la creación artística con la protección concreta del entorno. En un país donde la naturaleza ha sido elevada a símbolo patrio, este vínculo entre estética y ética ambiental adquiere una resonancia profunda.

El Chirripó, además, es un símbolo de identidad: su cumbre, con 3822,64 metros sobre el nivel del mar, no solo es el punto más alto de Costa Rica, sino un vértice donde convergen provincias, cantones y sueños. Parte de la Reserva de la Biosfera La Amistad, declarada patrimonio de la humanidad por la UNESCO en 1993, el macizo custodia también a Los Crestones, monumentos pétreos que se alzan como guardianes de la memoria geológica y espiritual del país.

Mientras la exposición concluye, su espíritu sigue ascendiendo. Los organizadores y artistas buscarán nuevos espacios donde el arte continúe irradiando la belleza natural y el mensaje de conservación que habita en cada trazo.

Porque El Chirripó es Arte no termina en las paredes de una galería: continúa en el viento que recorre los encinos, en el rumor de los ríos de montaña, en los ojos del visitante que comprende que conservar también es crear.

En el eco del páramo, cada pincelada se convierte en plegaria. Y así, desde el silencio del arte, la montaña vuelve a hablar.