Por: Mauricio A. Rodríguez Hernández.

Crédito: Johan Carlberg.
El Premio Nobel de Literatura 2025 ha sido otorgado al escritor húngaro László Krasznahorkai “por su obra convincente y visionaria que, en medio del terror apocalíptico, reafirma el poder del arte”. La frase de la Academia Sueca condensa no solo una justificación, sino una declaración de fe: en un tiempo de descomposición política, ecológica y moral, la literatura aún puede ser una forma de resistencia.
Krasznahorkai (Gyula, 1954) ha construido una obra monumental, tan exigente como luminosa, donde la desolación y la belleza se confunden. Con frases extensas, sinuosas y de ritmo hipnótico, su prosa parece desafiar la fragmentación contemporánea: es una corriente ininterrumpida de pensamiento que busca capturar el desborde del mundo. No es casual que W. G. Sebald dijera de él que “la universalidad de su visión rivaliza con la de Las almas muertas de Gogol y disipa toda duda sobre la literatura contemporánea”.
En español, su universo se despliega en títulos como Tango satánico (Sátántangó, 1985), La melancolía de la resistencia (1989), Guerra y guerra (1999), Y Seiobo descendió a la Tierra (2008) y El barón Wenckheim vuelve a casa (2016). En ellos, el lector se enfrenta a comunidades descompuestas, a profetas vacíos, a la búsqueda de sentido en medio del derrumbe. Sin embargo, el lenguaje, esa música sombría y persistente, siempre deja un resquicio de salvación.
Krasznahorkai hereda lo mejor de la tradición centroeuropea: la lucidez del absurdo, el humor que roza la desesperación, la conciencia de que el arte no es ornamento, sino testimonio. En tiempos donde la inmediatez domina, su literatura recuerda que solo lo difícil sobrevive; que, aun en el umbral del apocalipsis, la palabra sigue siendo la última forma de esperanza.
László Krasznahorkai no es un escritor cómodo. Sus novelas no se leen de paso, sino que exigen entrega. Pero esa exigencia es también lo que las hace más necesarias: en ellas, el apocalipsis, sea literal o simbólico, íntimo o colectivo, no es punto final sino oportunidad de reflexión. En ese intersticio entre destrucción y creación, entre terror y belleza, reside lo que la Academia Sueca entendió con claridad: que el arte puede, ante lo peor, afirmar lo humano.
El Nobel de Literatura 2025 premia entonces a una voz fundamental para este siglo, tanto por la densidad de su lenguaje como por la urgencia y la profundidad de su visión. Para quienes amamos la literatura, será un regalo: la posibilidad de volver (o descubrir) a Krasznahorkai, de resistir con él, de mirar lo terrible sin renunciar jamás a la belleza.

