Horacio Otheguy Riveira.
La gran actriz despliega su talento en un personaje agónico, siempre en desenfrenada lucha consigo mismo. Una mujer que lleva las de perder, pero se resiste a caer. Va y viene, grita feroz, desanda ironías, sufre inconsolable mientras es agredida por los insultantes festejos de Nochevieja, todos tan felices menos ella.
No puede dormir. Los vecinos la atormentan con sus ruidos. Qué hacer sino seguir hablando y pelear con sus angustias, sus fantasmas reales e imaginarios y, sobre todo, la permanente presencia emocional de su madre, enemiga implacable; una madre terrible que compite ciegamente con la niña, la joven intrépida, y ahora la mujer madura que desea ver muerta.
Un naufragio en toda regla, a través de una creación teatral que auspicia un mundo interior desbocado con admirables detalles escénicos. Como, por ejemplo, el gran acierto de que nunca oímos los ruidos externos que la atormentan, y sí escuchamos efímeros acordes musicales.
Todo el maremágnum interior sale fuera, y, desquiciada, la actriz -muy bien dirigida- asciende por su desgracia entre ráfagas de humor, soltura de triunfadora y el pánico ante su propia existencia, que -no obstante- confía en resucitar.
El trabajo del equipo en torno a Anabel Alonso resulta encomiable porque le permite afirmarse con sus muchos recursos, y vivir intensamente la rabia y la esperanza.
En 1967 La mujer rota significó un audaz retrato femenino muy contradictorio, con todo el dolor de perderse en un oscuro ámbito al borde de una enfermedad mental irreparable. Notable mérito el de esta producción con un texto escrito para ser leído, del que se han tomado muchos elementos esenciales, pero con gran capacidad para volar con alas propias, pues la dinámica escénica escogida es de este tiempo nuestro, ardientemente desbocado.

Precisa imagen de la profunda tristeza ante su propia decadencia. Un ejercicio dramático ponderado, tremendamente difícil, que Anabel Alonso consigue dominar con mucho sentimiento y buena técnica, imprescindible para no morir en la travesía.
Gótica y expresionista en sus formas, la escenografía de Alessio Meloni compone con agónica elegancia la densidad del drama interior de la protagonista, una mujer que llega a escena muy alterada, pero con tanta energía como para continuar rompiéndose función a función.
El único vestuario -también diseñado por Alessio Meloni– aporta una nota de color, de inocencia y ensoñada vitalidad: perfecto contraste con la desolación del ambiente en que vive.
La mujer rota es la víctima estupefacta de la vida que ella misma eligió: una dependencia conyugal que la deja despojada de todo y de su ser mismo cuando el amor le es rehusado. Sería en vano buscar moralejas; proponer lecciones, no; mi intención ha sido totalmente diferente. No se vive más que una sola vida pero, por la simpatía, a veces es posible salirse de la propia piel. Me siento solidaria de las mujeres que han asumido su vida y que luchan por sus objetivos, pero eso no me impide, al contrario, interesarme por aquellas que, de un modo u otro, han fracasado y, en general, por esa parte de fracaso que hay en toda existencia. Simone de Beauvoir (París, 1908-1986).

Tres textos de libre estilo narrativo, que exploran las crisis existenciales de madres y esposas, limitadas por las exigencias del entorno social.
LA MUJER ROTA
de Simone de Beauvoir
Adaptación y Dirección de Heidi Steinhardt
Interpretado por Anabel Alonso
Ayudante de dirección Ana Barceló / Manuel de Durán
Escenografía y vestuario Alessio Meloni
Diseño de iluminación Rodrigo Ortega
Diseño de sonido Mariano Marín
Producción ejecutiva Jair Souza – Ferreira
Diseño gráfico Javier Naval
Distribución Julio Municio
Dirección de producción Miguel Cuerdo
UNA PRODUCCIÓN DE LAZONA



