Daniel Cotta Lobato (Málaga, 1974) Ha cultivado la novela histórica en Verdugos de la media luna (Almuzara, 2018), la ficción científica en La luz superviviente (Premium, 2022) y Alma in vitro (Homo Legens, 2022); la infantil en El duende de los videojuegos (Premium, 2019); y la humorística en Videojugarse la vida (Funambulista, 2012). En el campo de la poesía, ha publicado El beso de buenas noches (Renacimiento, 2020); Alpinistas de Marte (Pre-Textos, 2020), con el que obtuvo el 33º Premio de Poesía Antonio Oliver Belmás; Dios a media voz (Gollarín, 2019), que mereció el I Premio de Poesía Mística San Juan de la Cruz, de Caravaca. Este último libro fue reeditado en 2024 por la editorial CTEA y ampliado con la adición del poemario Caras y cruces. También ha publicado Alumbramiento (Adonáis, 2021); o Donde más amanece (Fundación Rielo, 2022), ganador del 41º Premio Mundial de Poesía Mística Fernando Rielo. En el terreno del ensayo, Te cuento y no acabo (Pie de Página, 2022), sobre curiosidades etimológicas del castellano; y la Historia secreta de la literatura española (Almuzara, 2024). También ha cultivado el género dramático con la publicación de Effetá (Biblioteca de Autores Cristianos, 2023), un auto sacramental estrenado en la Mezquita-Catedral de Córdoba en 2023 representado en diversos lugares de la geografía andaluza. Hoy nos acompaña para darnos su Primera Impresión acerca de su poemario más reciente, Aquí, entre nosotros (Númenor, 2025).
Javier Gilabert: Aquí, entre nosotros aparece después de varios títulos de poesía religiosa y existencial, en un tiempo para algunos marcado por dudas de fe y escepticismo. ¿Qué te ha llevado a escribirlo en este momento?
Daniel Cotta Lobato: La causa y el efecto van hilados, Javier. Lo que me impulsó a escribir los poemarios espirituales anteriores (Alumbramiento y Dios a media voz + Caras y cruces) fue una necesidad expresiva de mi interior, para quien la presencia y el diálogo con Dios es, después de la sístole y diástole, el tercer movimiento del corazón, y más en unos tiempos en que lo espiritual, lo hondo, lo trascendente es una de esas voces clamantes in deserto.
¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?
Aquí, entre nosostros no es un libro premeditado, sino uno de esos poemarios que, después de unos años en que la inspiración ha estado picando aquí y allá en tiempos y circunstancias diversas, se me revela de pronto como un generoso manojo de poemas fácilmente agavillables bajo la lazada de la constante interpelación a Dios.
En este libro hay una novedad radical en cuanto a la motivación para escribirlo
¿Cómo fue el proceso de escritura? ¿Ha cambiado tu forma de trabajar con respecto a otros?
Debo confesar que en este libro hay una novedad radical en cuanto a la motivación para escribirlo. La novedad viene dictada por la recepción de mis poemarios religiosos anteriores. Cuando publiqué Alumbramiento, jamás hubiera imaginado la acogida que tendría en un público inesperado y numeroso que trascendía el escasísimo y experto circuito de lectores habituales de poesía. El libro ha conocido tres ediciones o reimpresiones, sin contar con los numerosos actos de sana piratería que me consta que ha sufrido de teléfono en teléfono móvil. Con Dios a media voz + Caras y cruces, sucedió algo parecido: al mes de publicado, la tirada inicial de quinientos ejemplares se agotó. 
Reconozco que esas circunstancias me sobrepasan como escritor y poeta; sé con certeza que en dicha acogida hay mucho más que el reconocimiento a una calidad técnica o a un mensaje más o menos inspirado en el que no creo ser excepcional. ¿Por qué cuento todo esto? Porque saber que hay un público sediento de trascendencia (y no hablo de poetas que se retroalimentan en un flujo continuo e intercambiable de lectores y creadores) ha hecho más gozosa si cabe la escritura de los poemas de Aquí, entre nosotros. No sólo han sido una conversación de tú a Tú con Dios, sino un proceso en el que sabía cómplices a un manojo de lectores que comparten conmigo la misma sed de trascendencia y el mismo júbilo de sentirse amados más allá de lo que cabe en criatura humana.
No he tratado de ocultar nada
¿Hay hilos ocultos, símbolos o matices esenciales que consideras relevantes para quien se acerque a este poemario?
No he tratado de ocultar nada. Aspiro a que los versos suenen a esa taraceada sencillez que encontró su primer defensor en Lope de Vega, para quien el trofeo de todo poeta es que, al final del proceso de escritura, quede escuro el borrador y el verso claro. En cuanto a símbolos o matices, no he articulado los poemas alrededor de un eje conceptual, simbólico o alegórico. Cada poema se sustenta, mejor que peor, sobre su propio ensamblaje de imágenes y apelaciones a Dios con el único designio de que el lector las haga suyas.
¿El libro aspira a conmover, desafiar, consolar o interpelar al lector? ¿Qué conversación te gustaría que suscitasen estos poemas?
De la misma manera que el autor de un poema amoroso se sentiría realizado con la noticia de que unos amantes lo han hecho suyo y han aprendido, de alguna manera, a amarse mejor, yo me doy por más que regalado con saber que alguno de mis poemas se han convertido en el hilo de alguna oración, en el trampolín que ha lanzado un alma a un instante de mayor intimidad con su Creador y a un ahincamiento más profundo de su fe.
¿Qué papel desempeña la estructura o la disposición de los poemas en el volumen? ¿Fue algo deliberado o más intuitivo durante el proceso de creación?
Podrás suponer, Javier, que la escritura impremeditada de los poemas que conforman el libro les confiere un acusado y fresco tono de espontaneidad. No obstante, el intelecto, una vez detenida la cascada creativa, se encargó de represarlos en tres embalses: Más allá, Muy de aquí y De acá para allá. Más allá está hecho de poemas de alabanza a Dios creador; Muy de aquí se centra en la deliciosa humanidad de Jesús; De acá para allá es un conjunto más amalgamado de poemas en que, o bien nos quedamos a ras de suelo, o bien cogemos el ascensor para asomar las narices al ático de quien nos contempla y nos ama, que en realidad vive dentro de nosotros.
Me hallo muy a gusto en mi voz poética actual
¿En qué medida veremos en él —o no— al Daniel Cotta de tus anteriores obras?
A decir verdad, en este libro no hallarás un Daniel Cotta distinto y rompedor con los anteriores Cottas, pues ahora mismo me hallo muy a gusto en mi voz poética actual; lo cual no quiere decir que no me haya esforzado por buscar nuevas perspectivas y tratamientos distintos para el universo temático en que me muevo últimamente, para así acercarme al axioma definido por Gerardo Diego para todo poeta valioso, que debe cantar siempre el mismo verso, / pero con distinta agua.
Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de Aquí, entre nosotros, ¿cuáles serían?
Hojeo el índice y, dejándome llevar de la primera impresión, elijo estos tres títulos: Simplón, Argumentum puerile y La artimaña de Jesús. Los veo gozosos, frescos y encarnan tres guiños a lo sobrenatural que me resultan muy queridos.
Sigo cultivando otras temáticas en mi poesía
¿Sigues explorando la poesía religiosa o planeas girar hacia otros géneros, como la narrativa o el teatro?
La poesía sagrada hace en mí de Guadiana: me recorre subterráneamente y asoma aquí y allá en numerosas Lagunas de Ruidera. Pero evidentemente, sigo cultivando otras temáticas en mi poesía y me interesa muchísimo la narrativa, con una nueva novela histórica esperando ver la luz (ojalá que pronto); y sigue encantándome el teatro, género en que vengo últimamente volcando mis energías.
En tiempos de secularización y rapidez, ¿qué espacio crees que ocupa la poesía religiosa en el mercado y en el debate público? ¿Te sientes contracorriente o parte de una minoría en busca de sentido?
En cierta manera, resulta desalentador comprobar los invencibles prejuicios que levanta la poesía sagrada en los adalides del gusto poético (e ideológico) actual. Ni siquiera me planteo enviar un poemario de índole religiosa a un concurso literario porque tengo la plena certeza de que no será premiado, salvo en los dos o tres concursos que, como el Fernando Rielo, tienen su foco puesto en la perspectiva mística.
Sin embargo, más que a contracorriente, me siento firmemente acompañado por un grupo cada vez más nutrido de lectores, y de lectores para colmo jóvenes, que amén de encontrar en la fe el timón de sus vidas, eligen particularmente la poesía como un género propicio a la expresión de sus gozosas inquietudes, y más aún, como el espejo vivo en que hallar un reflejo acrisolado de la belleza de este mundo.
¿Has recibido críticas por cultivar este género o te has encontrado defendiendo la poesía religiosa frente a prejuicios de cursilería o falta de contemporaneidad?
Para responderte, copio las maneras de Patronio para con el conde Lucanor y te respondo con un enxiemplo. En marzo asistí a la presentación de un libro de poesía en Córdoba y, en los previos al acto, estuve departiendo con un grupo de amigos poetas. Nos poníamos al día de nuestras novedades literarias y, cuando me tocó el turno a mí, les conté que en breve presentaría un nuevo poemario. Al confesarles que de nuevo trataba de Dios, una de las poetas encogió la cara en una mueca de fastidio y sentenció: «Pues yo no pienso ir». Ese exabrupto define certeramente la negación del gusto canónico contemporáneo a aceptar sin prejuicios la poesía de naturaleza mística o sagrada.
En tu opinión, ¿hay una desconfianza inicial del lector ante la poesía religiosa o crees que está surgiendo un público nuevo, especialmente joven, interesado en lo trascendente?
El lector que busca poesía de la experiencia o esos géneros de poesía autodestructiva, es decir, la poesía que busca el feísmo y un estilo desprovisto de intensidad, ritmo y recursos expresivos, ese lector quizá le haga la cruz —valga la paradoja— a la poesía sagrada sin siquiera leerla, aunque ello le obligue a pasar por alto que las mejores páginas de la poesía española —y me atrevería a decir que universal— palpiten en las experiencias místicas de san Juan de la Cruz o en las encendidas efusiones de amor y arrepentimiento que espiga uno en Lope de Vega.
Pero como te dije antes, hay un público nuevo que no proviene de las élites intelectuales ni de ese mundo casi endogámico que son los lectores-escritores de poesía; un público nuevo que no es el que aplaude a los poetastros enaltecidos por Equis, Instagram y ciertos sectores editoriales; un público que lee poesía de excelentes poetas contemporáneos y antiguos con el afán de encontrar belleza y frases que puedan poner definiciones a lo que viven, sienten y piensan.
La poesía puede obrar una catequesis en quien lee
¿La poesía puede ser instrumento de oración, catequesis, revelación del Misterio, o simplemente un ejercicio estético y personal?
La poesía es ambas cosas. Primero, es revelación del misterio. Han Urs von Balthasar consideraba la poesía una expresión más intuitiva y cercana al misterio que las formulaciones teológicas más solemnes e imponentes. Por ello, la poesía puede obrar una catequesis en quien lee, una catequesis entendida como revelación. Y esta permeabilidad de lo sobrenatural en la poesía la convierte en el vehículo idóneo para la oración, es decir, para desnudar el alma de ruido y ponerla en línea directa con el Inspirador de toda belleza. Y como belleza que es, por último, la poesía no puede sustraerse al mundo de los sentidos y brotar empapada de ritmo, de musicalidad, de imágenes, pero sin entender toda esa anatomía como un ejercicio de estética o de reto personal, sino como parte inseparable de ella como lo espiritual lo es de lo carnal en el hombre.
Cuando escribo novela, escribo como poeta
Has abordado el auto sacramental con Effetá, novelas como Verdugos de la media luna e incluso la ciencia ficción. ¿Qué diálogo estableces entre poesía, teatro y narrativa?
Hay diálogo entre esos tres géneros, pero un diálogo presidido, a mi modo de ver, por la poesía. Cuando escribo novela, escribo como poeta. Sin embargo, lejos de mí convertirla en una narración falta de argumento en que el lector se abre paso en una maleza inextricable de vagas insinuaciones argumentales. Mi novela trata de ser una novela —y perdóneseme la perogrullada— muy novelística, es decir, ágil, dinámica, plena de acción y diálogo. Pero trato de mimar cada frase, bruñir cada periodo sintáctico, seleccionar cada verbo y cada adjetivo hasta encontrar el más iluminador.
Lo mismo hago con el teatro, que escribo en verso. Y aprovecho para romper una lanza por devolver al teatro la musicalidad de la poesía, desterrada drásticamente en el último siglo de dramaturgia. Hay quien defiende la prosa como emblema de naturalidad sobre el escenario, como hacían los aburridos ilustrados como Moratín; pero es que yo no quiero una obra realista, una obra natural. Jardiel Poncela defendía a capa y espada la virtud evocadora y mágica del teatro. Problemas cercanos, personajes como la vida misma, que vaya a buscarlos el espectador en la calle, en su bloque de vecinos en la sección de sucesos. Al teatro se va a soñar, a evadirse, lo cual no significa abstraerse de los grandes conflictos del ser humano; significa afrontarlos desde una perspectiva insólita, desconcertante, ensoñadora. Y para ello, no concibo una dicción más adecuada que el verso.
Por último, como lector, ¿de quién te gustaría conocer su “primera impresión”?
Me encantaría conocer las impresiones de Marcela Duque, una poeta que me gana en trascendencia y sencillez.
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Tres poemas de Aquí, entre nosotros
SIMPLÓN
Será simpleza, pero yo, Señor,
donde se ponga un sol de abril o marzo,
que se quiten los cielos de Noruega,
por muy de zinc que sean o cobalto.
Será simplicidad de lagartija,
lo sé, pero el azul
católico apostólico del cielo,
el azahar y un par de golondrinas
me han conseguido sacudir la pena,
la pena escandinava que traía.
El día que me toque rendir cuentas
y veas cuántos besos
de sol desperdicié, cuánto revuelo
de golondrinas deseché, y cuantísima
flor de azahar gastó la primavera en mí,
me vas a pedir más por tanto cielo
tirado. Mucho más que a los noruegos.
ARGUMENTUM PUERILE
¿Solemne y doctoral? Ni mucho menos.
Ni seria. Ni hierática. La voz,
Señor, te sonaría temblorosa,
casi infantil, como de seis de enero,
diciendo al cosmos: «Hágase la luz».
Pintores, retocad los pantocrátor,
quitadles ese rictus newtoniano,
teológico, ponedles la sonrisa,
sonrisa no, la risa cantarina
que ensordeció a la nada
mientras hacía entre sus manos ¡pum!
A ese niño risueño,
feliz, a ese pillín revientaglobos
que juega al escondite,
a ese que siempre está inventando, a ese
—aquí tienes, Tomás, la sexta vía—
a ese llamamos Dios.
LA ARTIMAÑA DE JESÚS
¿Cómo llamarlo? ¿Triquiñuela o guiño?
¿Enredo o niñería?
Ese ascender al Cielo
diciendo que te ibas,
más ese prometer a tus amigos
que un día volverías…
¿A quién querías engañar, Jesús?
Te fuiste, pero no. Llegaste arriba
con tantas ganas de seguir abajo
que, igual que el crío oculto en la cortina,
te quedaste detrás —¡qué disimulo!—
de cada Eucaristía.
Todos aquí, como si no te viéramos,
¡y tú empeñado, Cristo, todavía
en ir de polizón! ¡Tú agazapado
detrás de la cortina!?
¿No sabes que te asoman
los pies, la sombra, el rebullir, la risa?

