Horacio Otheguy Riveira.
Los padres de dos adolescentes ya muertos, se reúnen para hablar a solas después de muchas vicisitudes públicas, con abogados de por medio -ya que uno de los chicos mató al otro-, y los buitres de la prensa sensacionalista acechando un día sí y otro también.
Llegan a una sala neutra para acabar de explicarse, y en el trayecto de variadas emociones, generar una exposición que crece en perfecta armonía escénica: emotividad de noble estirpe y bien medida intriga por medio de la cual el público se entera, poco a poco, de todo lo ocurrido en un aula donde un chaval entró a matar a ciegas.
Ahora están solos. Un encuentro nada fácil, sostenido por el hecho singular de que la obra a representar no fue escrita para el teatro, sino como guion de una película escrita y dirigida por un hombre de cine (Fran Kranz).
Quien hace el papel del hombre de teatro que abre las puertas a las dos parejas, es Diego Garrido Sanz: traductor, adaptador y director de la función. Solo aparece al principio y al final del doloroso encuentro.
Digna de debate la emotividad que, por muy noble que resulte -gracias en gran medida al talento de sus intérpretes- adolece de un exceso de sentimentalismo. Por un lado es lógica la emoción desbordada al intentar explicar la violencia del chaval que, arma en mano, lleva a cabo una matanza tradicional en los centros educativos de Estados Unidos, pero que se emparenta a cualquier rasgo de violencia extrema mundial con su acoso y derribo entre estudiantes (a veces preadolescentes) ávidos de encontrar en una masa (concreta o imprecisa) culpables de su angustia.
Notable crecimiento dramático
El desbordamiento impide ver con objetividad un panorama que el autor se empeña en ocultar: la visión objetiva, científica, de porqué el hijo más o menos conflictivo se erige en un ente destructivo, desde la destrucción de su propio yo a la de compañeros de instituto no necesariamente conocidos, no necesariamente objetos de odio personalizados pero, en definitiva, asesinados por él.
Padres e hijos en la indescifrable conducta que el autor no clasifica, como si la sociedad estadounidense (y, por ende, mundial) no estuviese profundamente ligada a la violencia. Con el mundo en guerra como mar de fondo.
En esta versión se intenta emparentar con serios conflictos españoles («esperar 14 meses para tener cita con un psicólogo»), pero es un fugaz apunte que, inmediatamente se oculta, a pedido de uno de los personajes, el introvertido padre del asesino, que no cree en la influencia de las crisis sociales, sino en su propio papel de padre fracasado que no supo ver lo que guardaba el hijo en su endiablado interior; un trabajo extraordinario de Jorge Kent por cuanto tiene en su cuerpo, su traje formal, su voz entera o quebrada, los rasgos atormentados de un hombre introvertido. Sin duda, el menos efusivo de todos ellos.
Un delicado equilibrio
Una función que deja en el aire cualquier definición, como si en el aire lucharan lágrimas, palabras, insultos, y los gritos proferidos por la masa juvenil atacada inesperadamente por un chaval en el que sus padres nunca vieron rasgos de violencia… Y esta es la clave por la cual estamos ante un melodrama en estado puro -con un espacio sonoro muy preciso- para abordar la tragedia familiar cuando los adultos sobreviven a sus hijos.
Este viaje hacia un perdón más poético que real se presenta en una creación admirable de interpretación y puesta en escena en delicado equilibrio. Una narración escénica en la que prima la palabra, y a través de ella nos va atrapando en una inquietante espiral de suspense, tanto para los intérpretes/personajes, volcados en un desgarrador via crucis, como para los espectadores, quienes -con hijos o sin ellos- participan empáticamente del conflicto ante niños que apenas llegan a jóvenes saturados de odio.

En el comienzo, Diego Garrido Sanz, director de la obra, cubre un brevísimo papel de facilitador de la reunión. (En la foto, de pie con papeles bajo un brazo).

Magnífico cuarteto en una interrelación muy ceñida a un teatro realista desgarrado con muy ajustados matices. De izquierda a derecha: Jorge Kent, Esther Ortega, Ignacio Mateos, Cecilia Freire.

De pronto, se facilita la comunión con el público, instalando en una butaca a la madre del asesino, todos en busca de un silencio que les una para calmar tanto sufrimiento.
La violencia está desbordando las calles de nuestras ciudades. Y adopta muchas formas: un tiroteo, una agresión, un suicidio… Pero la raíz es la misma: nuestra salud mental se ve gravemente afectada porque los vínculos sociales se están rompiendo. La pérdida de la sensación de pertenencia es la base del derrumbe. Somos animales sociales.
Diego Garrido Sanz
Texto Fran Kranz
Adaptación y dirección Diego Garrido Sanz
Reparto
Cecilia Freire (Beatriz), Diego Garrido Sanz (Diego), Jorge Kent (Ricardo), Ignacio Mateos (Martín), Esther Ortega (Amelia) e Inés Diego / Abel de la Fuente / Guillermo Yagüe (les niñes)
Iluminación David Picazo
Vestuario Conchi Espejo
Diseño de cartel Emilio Lorente
Tráiler Bárbara Sánchez Palomero
Fotografía Luis Gaspar y Bárbara Sánchez Palomero
Producción Diego Garrido Sanz e Ysarca
Agradecimientos: Pilar de Yzaguirre, Pilar García de Yzaguirre, 42º Festival de Otoño, AISGE, Fundación AISGE, Luis Gaspar, Alessio Meloni, Rita Rodríguez, Markus Rico, Elisa Kausel, Maite Raschilla, Paloma Sanz, Ander Kent & Mari Carmen Bellido
TEATRO MARÍA GUERRERO. SALA DE LA PRINCESA HASTA 28 DICIEMBRE 2025

