Nacido en Córdoba, ciudad en la que reside. Su labor profesional se desarrolla en el arte, como tallista ornamental en madera, reconocido en la profesión y con importantes obras que se pueden contemplar tanto en Andalucía como en el resto de España. Como poeta, obtuvo el XXV Premio Internacional Alegría (2021) con su primer poemario Proyecto de interiorismo, publicado por Rialp en su prestigiosa colección Adonáis. Desde entonces compagina su trabajo con la escritura, faceta en la que ha sido reconocido siendo finalista de premios literarios relevantes como el Gil de Biedma, Hermanos Argensola, Ciudad de Melilla, Vicente Nuñez, Marpoética o Leonor 2024, ganador del XXVI Premio de Poesía Rosalia de Castro (2023) con la obra Desechos, publicado por la Diputación de Córdoba y en una segunda edición por la editorial Aliar en su colección Averso y más recientemente del XXXVII Premio de Poesía Joaquín Lobato (2024), con Manzanas publicado por El Envés Editoras este mismo año.
Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?
José María Higuera: Todos mis libros responden, en parte, al hecho de ser curioso. Esta curiosidad me lleva a hacerme preguntas y buscar respuestas que me ayuden a entender al ser humano, a conocerlo mejor.
El primer embrión de esta obra surgió durante un paseo. Al ver una piedra en el suelo, pensé en la gravedad y su influencia en todo. A partir de aquí me di cuenta de otras leyes importantes que nos condicionan, como la Ley de la Relatividad o la de la Evolución de las Especies. Después llegó Lucy, que de alguna manera se enteró de lo que estaba pensando y escribiendo y le dio sentido.
Ha llegado ahora porque las cosas vienen cuando tienen que venir y encontró su momento en un sitio maravilloso, en el XXXVII Premio Joaquín Lobato Ciudad de Vélez Málaga, que lleva consigo su publicación.
Asimismo, he de añadir que le tocaba ahora porque la publicación de mis libros va coincidiendo en orden con el de escritura y este es el tercero que he escrito.
Trato de dar un enfoque unitario a cada poemario
¿Cómo fue el proceso de escritura? ¿Ha cambiado tu forma de trabajar con respecto a otros?
El proceso de escritura siempre es similar: una idea, una noticia, un verso suelto, una imagen me ponen en la pista del poema. Después su desarrollo va por donde se puede y por donde el poema va queriendo. Por lo general, trato de dar un enfoque unitario a cada poemario partiendo de la base de que cada poema se tiene que defender por sí solo, ser una unidad independiente. En este caso, tenía la idea previa de hablar sobre la gravedad y otras teorías, sobre la caída constante que nos hace y el peso de las cosas tanto físico como moral. En otras ocasiones, la unidad viene después. Los poemas escritos en un mismo periodo de tiempo suelen tener características comunes, aunque no nos demos cuenta.
Creo que mi manera de trabajar no ha cambiado demasiado, sólo en detalles. Voy evolucionando, pero creo que sigo siendo en el inicio creativo un poco caótico, desordenado y diría que hasta despistado, si estas son características aplicables a la escritura. En otras fases, ordeno y corrijo mucho.
Respecto a la temática, aunque de forma general cambia, conservo un trasfondo común en todos los poemarios y un estilo y pensamiento que van con mi forma de ser y que creo que es bastante reconocible.
¿Qué papel desempeña la estructura o la disposición de los poemas en el volumen? ¿Fue algo deliberado o más intuitivo durante el proceso de creación?
La estructura es importante y, en este caso, vino a posteriori. El libro lo articula Lucy, el primer homínido que caminó erguido, y aunque no contenga ningún poema dedicado a ella, su figura se pasea por todo el poemario y lo articula, ya que los nombres de cada una de las partes en que se divide son detalles de su vida. Estos títulos, a su vez, van acompañados o enmarcados con una cita que sirve de introducción al tema general de dicha parte. En cualquier caso, es Lucy quien va articulando, por tanto, la estructura es simbólica, aporta significado a la obra y, aunque siempre hay algo de intuición, es algo pensado y trabajado.
Lucy somos todos
Manzanas gira en torno a la figura de Lucy, antecesora humana y símbolo de la primera caída. ¿Por qué elegiste esta referencia paleontológica y cómo la vinculas a la reflexión poética y humana del libro?
Realmente me eligió ella a mí, quiso estar. Lucy somos todos, nuestro ancestros y nuestros descendientes. Representa al género humano y el libro habla de eso, de la especie humana en toda su dimensión.
El poemario, bajo la premisa de la importancia de la gravedad y el peso de la existencia, trata de la caída constante, del hecho de que somos finitos y el ser conscientes de ello.
Un día, leyendo la prensa conocí a Lucy, que era hembra como Eva y que casualmente murió al caer de un árbol, como cae una manzana. Vi que ella era la pieza que me faltaba.
El poemario articula la caída —de Lucy, de Eva, de Newton— como condición de conocimiento, identidad y belleza. ¿Cómo dialoga en tus poemas la dimensión científica, cultural y personal de la manzana?
Muchos de los poemas funcionan como una alegoría en la que hay una temática de base científica que las articula. Pero, si respondemos a la
pregunta que formula Mario Ruoppolo en El cartero de Neruda, “¿Entonces, todo el mundo es la metáfora de otra cosa?” la respuesta es “sí”.
La manzana, en el imaginario colectivo, tiene algo de científico, siendo una especie de icono de la Ley de Newton. En la cultura cristiana, nos invita a Eva y el pecado original, a la tentación, a lo prohibido, con todo lo que ello conlleva. También es materia, es cuerpo, es terrenal y efímera. Como objeto, es algo sabroso, sugerente, bello… y es aquí donde entra parte de lo que tiene que ver con el ser humano. Aunque, en verdad, con el ser humano tiene que ver todo, tanto lo científico como lo cultural. Me preguntas también por la dimensión personal, entiendo que mi forma de mirarla poéticamente puede ser diferente a otras miradas.
El título y cada poema parecen orbitar el binomio de la manzana como símbolo bíblico y epifanía científica. ¿Fue esta dualidad parte del diseño original del libro o un descubrimiento que ocurrió mientras lo escribías?
Esa dualidad que indicas no era, en principio, intencionada, en el sentido de planificada deliberadamente. Pero después sí, a medida que escribía fue algo natural, ya que los temas de los que hablo, como la existencia, la muerte, el paso del tiempo, el amor o los miedos llevan al hombre a dudar y a querer encontrar certezas que de algún modo proporcionen sosiego. Los conceptos de ciencia-creencia se dan la mano tratando darnos respuestas y seguridad, sin conseguirlo del todo. Como esa dualidad está en la vida, en el ser humano, también lo está, sin buscarlo fehacientemente, en los poemas. Y en ellos conviven bien, se complementan.
Cuando encontré a Lucy, aparte de la ciencia que lleva consigo, consideré que su forma de pensar cambiaría cuando empezó a caminar erguida, sobre dos piernas. Además de la preocupación por sobrevivir, se fijaría en otros detalles como observar el cielo, los atardeceres, ver a los demás con otro sentido. Aquí entran otras ciencias como la Filosofía y, si queremos, la religión o, mejor, creer o querer creer en algo más elevado.
Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte con tres poemas de Manzanas ¿cuáles serían?
Voy a elegir tres poemas, “Phi, el número áureo”, “Sobras evolutivas” y “Centro de gravedad”, que den una imagen general del libro, pero podrían ser otros.
Has publicado siempre bajo el aval de premios literarios, y Manzanas no es excepción. ¿En qué medida la confianza de los jurados y el reconocimiento en certámenes influyen en tu impulso creativo?
Cuando uno reúne mis características iniciales, autodidacta, sin conocer al principio personalmente otros poetas en activo, ni editores, ni críticos, salvo en numerosas lecturas, y sin pertenecer a círculos de opinión ni modos de hacer, un camino para publicar es el de participar en certámenes literarios. Para mí es un reto poder concursar y que me tengan en cuenta. Valoro muchísimo que un jurado cualificado valore bien mi trabajo. Me incentiva a seguir escribiendo y constatar que es posible publicar desde un lugar difícil como era, o es, el mío.
Todos sabemos la dificultad que entraña ganar o ser finalista. Son muchos los buenos libros que se quedan fuera. Además, hay que tener algo de suerte, ya que hay un prejurado que criba las obras y en esta selección siempre hay un componente no medible que va, además de en los criterios de calidad que establezcan, en el gusto personal de quien lee.
Sin embargo, el hecho de participar en un concurso literario no influye en mi manera de escribir ni en el tiempo de escritura. Escribo por amor y entiendo la escritura desde el disfrute, es un acto placentero en todas las facetas de la creación. Como disfruto con lo que hago, en esta idea de escribir como un acto de amor me mantengo. Visto así, los premios pueden ser un abrazo, un sitio en el que estar a gusto.
El libro llega de la mano de El Envés Editoras, una editorial que reivindica la creación como vehículo de comunicación y honestidad. ¿Cómo ha sido tu experiencia con ellas durante el proceso de edición y qué crees que distingue su filosofía editorial?
He de confesar (ellas lo saben) que una de las principales razones por las que me presenté al premio Joaquín Lobato fue que conocía la editorial por alguno de sus títulos y me encantaba el formato, el gusto en el diseño, la portada, la tipografía, el papel. El libro me parecía un objeto bello en sí mismo. Otro punto a su favor fue ser una editorial creada por mujeres que publican escogiendo bien lo que quieren.
He conocido a las tres editoras, Pepa Merlo, Almudena Rubio y Conchi Molina, y estoy encantado tanto con su trato tan cercano, su disposición y su manera de hacer, su filosofía editorial y su trabajo a la hora de maquetar o editar el libro, como en su apoyo posterior en otras facetas. Me lo han puesto todo muy fácil, me siento acompañado en el camino y soy feliz perteneciendo al catálogo de El Envés Editoras. Espero que ellas lo estén conmigo.
Tu trayectoria es la de un escritor autodidacta y tardío, pero todos tus libros han recibido el respaldo de un premio. ¿Cómo convives con la condición de “autor premiado” desde el inicio: sientes presión, responsabilidad o solo gratitud?
No sé si sabría escribir desde la presión, aunque fuera autoimpuesta. Creo que no, así que no me siento presionado. La responsabilidad la entiendo en el sentido de ser exigente conmigo mismo y en eso sí me autoimpongo no traicionarme. Retomando el acto de amor que supone escribir, como he dicho más arriba, sólo puedo sentir gratitud hacia los premios y hacia poder dedicar parte de mi tiempo al disfrute.
El libro parece sugerir que la caída es identidad y belleza, no solo derrota. ¿Crees que tu actitud vital y poética gravita en torno a esas paradojas, o este libro marca una novedad en tu enfoque?
Me encanta Charles Chaplin, “Charlot”, y creo que el tono de mis libros puede ir un poco por el ideario de sus películas –una lágrima con una sonrisa, dignidad y mucha ternura-.
Se repiten en mi obra algunos conceptos, aunque el escenario vaya variándolo. Tengo cierta querencia a fijarme en lo deteriorado, en lo que se rompe, en lo efímero o en lo que se cae pero también se repite el concepto de esperanza y de que no todo está perdido, que hay que saber vivir desde el sitio que nos toca. Mis versos tratan de exponer la vitalidad y el dejarse llevar.
Asimismo, aparecen los temas universales de la poesía como el paso del tiempo o el amor pero sin caer en un excesivo dramatismo o efusividad, con contención. Me considero existencialista y humanista y para mí es fundamental buscar la belleza tanto vital como formal, “dotar la belleza de esqueleto” digo en uno de los poemas. Esta búsqueda me acompaña a diario también en mi trabajo.
La imaginación es muy importante para mí
Por último, como lector, ¿de quién te gustaría conocer su “primera impresión”?
Me gustaría conocer las opiniones de Rodrigo Sancho Ferrer y Nadia Fabo Andrés. He leído sus poemarios y me han parecido un hallazgo por lo que cuentan y por cómo lo cuentan. Sus reflexiones pueden ser muy interesantes e imaginativas. La imaginación es muy importante para mí.
***
Tres poemas de Manzanas
PHI, EL NÚMERO ÁUREO
Un secreto resiste en cada célula
y divide el momento en dos verdades:
la justa proporción del enunciado
que distribuye el sol y la armonía.
Hay un sendero que alumbra la belleza
en cuanto se insinúa
y funda logaritmos en los labios.
Un número define lo perfecto
y nos ofrece en lo íntimo el arrullo
que dignifica al astro y la pupila.
Existe una espiral que, de igual modo,
ocurre en las abejas o en lo exacto
del cielo y de la orquídea
y que tiene que ver
con el cómo sonríe la Gioconda,
con todo caracol y su escalera.
Así es como debajo de esta geometría
se reproduce el átomo
y el Universo entiende su sentido.
Cuando enteros se muestran, se parecen
a lo que toda oscuridad insulta.
¿En qué otro gesto fuera aquella luz,
en qué otra lengua fuera?
Lo que inmune a nosotros va quedando:
un disparo de besos para siempre,
un te amo mientras puedas.
SOBRAS EVOLUTIVAS
Se me hace raro cómo tan despacio
se van calcificando los destierros,
cómo cada rotura encuentra su rutina,
cómo lo prescindible
acumula su ruido en los rincones.
Cada resto tarifa el peso de la nada
cultivando las cosas que se olvidan.
Cada tiempo destruye su reloj
y cada cavidad niega su arruga.
Coexiste un nosotros que se extingue
en cada corte de uñas, en el gesto
de cada despedida
y toda carantoña se antoja innecesaria
como el dedo meñique,
el apéndice o el pelo que se cae.
¿Qué valor se conserva en las muelas del juicio
o qué queda del ojo del reptil
bajo la configuración del coxis?
Sabemos que se puede vivir sin un riñón,
que sobre las amígdalas o el bazo
no resisten ya ni el uso ni la ofensa.
Rara vez frecuentamos nuevos sitios,
le prestamos la mínima atención
a la parte de atrás de la rodilla,
al lóbulo paciente de la oreja,
al espacio lunar entre los dedos,
al párpado de abajo, tan inmóvil.
Hay maneras que gastan lo importante,
que nombran demasiado
al bisturí que extirpa sin remedio
la costilla flotante o la vesícula.
¿Qué perdura en el tacto
de las constelaciones de lunares,
del deseo robado a la pestaña?
Y las líneas tan fluviales de las manos,
los mares, ¿dónde quedan?
Me gustaría conocer, si existe,
la autopsia que descubra
dónde los versos, dónde los abrazos,
qué glándula perita los decesos,
qué órgano se hace inmune en cada especie,
qué parte del cerebro dubita o se equivoca,
a qué revolución le consignamos
el vacío en la boca del estómago.
Necesito saber
dónde se regenera un corazón, la víscera
que nunca sospechó que acaso sobra,
si es posible insistir en el futuro,
saber si es para siempre esta querencia
o sólo mata por un tiempo razonable.
CENTRO DE GRAVEDAD
Para mi hermana.
A veces me entretengo en equilibrios
y juego con la lengua
a declinar los miedos y las nubes.
Un punto imaginario me sostiene
en donde toda fuerza incide y se aniquila.
Cruza un hilo invisible mi estatura. En la base
reclama mi atención y su alimento.
Cada palabra exprime su envoltura,
la oscilación que su plomada asume,
la norma en que se inclina una cabeza
o provoca que un cuerpo se arrodille.
Me entristece saber que lo sensato
dicte su condición de servidumbre,
que todo gesto aspire a ser lo que parece,
a no sentir el vértigo o las ganas
de reclamar un ramo de promesas.
A veces sopla un aire imaginado
que llama, en lo imposible de los huesos,
al juicio y la pregunta.
Entonces el vaivén es la balanza
donde la soledad posa su herida.
Visito lo profundo,
libero de las piedras mi esqueleto,
escribo con las alas, sobre lunas,
la causa de los hombres. Me propongo
colonizar el suelo con azules,
fundar constelaciones de manzanas,
sobre lo urgente de las madreselvas,
si fuera necesario,
sembrar una locura.

