«Cazador de ángeles», de Antón Castro

Por Pedro García Cueto.

La editorial Olifante de la mano de Trinidad Ruiz Marcellán ha editado el último libro del poeta y periodista Antón Castro, de larga trayectoria y director del suplemento del Heraldo de Aragón, Artes y Letras. Con el título de El cazador de ángeles el libro es una búsqueda a través del tejido afectivo de los seres amados para encontrarlos, como si el poeta fuera un cazador de esos seres idos, que ahora brillan en un paisaje celeste. La memoria, como luz que va iluminando el verso, nos adentra en un universo de afectos, que es también homenaje a amigos, padres, etc.

En el poema “Sé dónde estás y qué ves”, Antón Castro vuelve al paisaje amado y a los seres queridos para envolver su voz en la de ese ser que intenta recordar, porque la memoria no es solo un caudal donde podemos hacer regresar al pasado, sino también un testimonio de lo vivido, para que no desaparezca del todo tras la muerte:

Sé dónde estás y qué ves.
Puedo imaginarlo muy bien:
ese océano verde, ahogado por un cielo
gris y melancólico, el campo abierto
hacia un horizonte interminable.

La presencia de la Naturaleza como testigo del amor entre dos seres culmina aquí. El poeta pone la mano sobre el hombro de su ser querido, pero este no se da cuenta. La vida va dejando hondonadas, laderas donde solo transita el pensamiento y el poeta quiere regresar con el tacto la memoria ida, como si fuese un fogonazo de luz ante el ser que ya vive sin recuerdos.

Es el libro un regreso, es un tejido fino donde la memoria es un árbol, como dice el apartado titulado “El árbol de la memoria”. En este apartado viven y respiran poemas como “Infancia” y también poemas en prosa como “Un pueblo con sirenas” donde evoca a su padre, poeta de un pueblo de brujas y de cuentos, donde los aparecidos llegaban con la lluvia. En “Medianoche” dirá:

Cada medianoche salgo a mirar estrellas.
Y las veo ahí arriba, sobre la palma y las higueras.
Las miro, las sigo, en la oscura inmensidad
y no sé si pienso o si sueño.

Esa convergencia entre el sueño y el pensamiento vive en el libro, porque todo lo que el poeta dice en sus versos es ese hueco donde hay una clara confluencia entre aquello que se ha vivido y lo que se ha soñado.

En el apartado “La luz que regala el cielo” hay poemas como el dedicado a Vicente Almazán titulado “Carta, en bicicleta, a Vicente” que es un canto de amor, de admiración:

Te hablo en silencio como te gustaba hacer a ti,
musitabas con los ojos, con la sonrisa,
con ese montón de imágenes que habías ido
acumulando desde el alba, antes casi que el mundo
estuviese despierto para todos.

Y hay un tema en el libro: la representación. En muchos poemas habla de esos amigos que captaban el instante, porque también el libro es una luz que destella, un recuerdo que se evoca, un paisaje que se admira. Antón Castro ha comprendido que la Naturaleza lo es todo, principio y fin de la existencia y en los poemas está siempre presente un paisaje amado donde Bécquer dejó sus ojos en inmortales versos. Y al final de este poema dice: “Y a veces, sin que ella se percatase, le hacías una foto / con la iluminación más sensual y con el deseo / de que cada toma fuese un conjuro contra la muerte”.

La imagen que no ha de morir en un paisaje que siempre se renueva. Esa idea de captar un instante que prevalece y que sigue presente cuando no estemos es esencial en el libro. Al igual que miramos a nuestros seres queridos desaparecidos, ese cazador de imágenes es el poeta o cualquier otro amigo, porque saben que la imagen queda perenne frente a la caducidad del tiempo. Incide en este tema en “El fotógrafo” dedicado a Miguel Sebastián, cuando dice: “Era, es fotógrafo. De tempestades. De la calma / sedimentada de los siglos y del doloroso silencio”.

El hombre que está abierto a ese surco que erosiona el tiempo, ese silencio sin memoria, inmortaliza ese quejido del mundo en una foto, instante que nos sobrevivirá siempre. Y el tiempo, como si todo fuera erosión, porque el acto amoroso que también respira en “Canto Corporal” que es un acto lleno de erotismo y de plenitud, se envuelve en el poema “Santander” en evocación:

Recuerdo que paseamos como
siempre, como si no supiéramos
que era la hora del adiós.
La cima del dolor, el rescoldo
de una llamarada lentísima.

Hay en el libro llama, pero también ceniza, pero no hay pesimismo sino un afán de vivir y de evocar a los seres que han poblado su vida, que conviven como ángeles con él, en cada paso, en cada respiración. Y el poema en prosa dedicado a un gigante como Félix Romeo, tan grande en talento y en humanidad, pero cito, para concluir, como si evocara la soledad del farero del poema de Cernuda “Soliloquio del farero”, “El faro”:

Cuando cae la tarde, con el corazón henchido
de presagios, se enciende la linterna
y gira una y otra vez sobre sí misma
como si reconociese su rotación y su latido.

¿Qué mejor forma de expresar el hombre que mira el tiempo, que sabe verse en él, que se desdobla en ese ser que fue y se imagina el que será? Cuando se cierra el libro, hemos dialogado con un poeta que ya va cazando instantes, persiguiendo recuerdos, haciendo de las brasas de la vida algo más que ceniza. La verdad que hay en este último libro de Antón Castro nos ilumina y nos sigue porque es luz que ciega, pero de certidumbres.

 

TÍTULO: EL CAZADOR DE ÁNGELES

AUTOR: ANTÓN CASTRO

EDITORIAL: OLIFANTE

AÑO: 2021

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