Dickens, an Englishman in New York

Por Rebeca García Nieto

 

Hoy, para dar la bienvenida a la recién estrenada sección de Londres, recibimos la visita de Charles Dickens, uno de los londinenses más celebres. Próximamente, para compensar los daños y perjuicios que la rememoración de este viaje pudiera ocasionar en las buenas relaciones diplomáticas que mantienen ambos países, enviaremos a un ilustre yankee a la corte del Rey Arturo.

 

Cuando Dickens visitó Estados Unidos por primera vez en 1842, ciudades como Boston o Nueva York se engalanaron para la ocasión. Pese a que los americanos se deshicieron en atenciones, la imagen que Dickens se llevó del país no fue demasiado buena. Las anotaciones que el inglés realizó durante su travesía fueron recogidas en American Notes for General Circulation, y le sirvieron de base para gran parte de su novela Martin Chuzzlewit, ambos, a ojos del pueblo americano, constitutivos de un delito de alta traición.

 

Al inglés no le hicieron mucha gracia los modales de los americanos. En esa época, la arrogancia era el deporte nacional, la obsesión por el dinero no había hecho más que comenzar y, encima, los estadounidenses tenían la fea costumbre de mascar –y escupir- tabaco. El hecho de que pudieran leer gratis las ediciones piratas de sus libros y el que fuera perseguido por la prensa dondequiera que fuese tampoco ayudaron a mejorar la opinión que Dickens se había formado del Nuevo Mundo. Al margen de esas desavenencias, quizá lo que le resultó más doloroso fue comprobar que la democracia estadounidense no se diferenciaba de la Inglaterra victoriana tanto como a él le gustaría. Quiso ver con sus propios ojos qué había en la trastienda de ciudades tan bellas como Boston; para ello, visitó lugares no aptos para turistas, como cárceles  o manicomios, y lo que vio tras la reluciente fachada no le pareció tan distinto de lo que había criticado en sus novelas londinenses.

 

El capítulo de American notes que más ampollas levantó entre los americanos fue el dedicado a la esclavitud. A algunos escritores del Sur, como Thomas Nelson Page, les pareció una ofensa el solo hecho de que un  extranjero “con tanto despotismo en su propia casa” se atreviera a opinar sobre esos asuntos domésticos. Lo que estos escritores pasaron por alto es que, para  escribir dicho capítulo, Dickens se había basado en los testimonios recogidos en el libro de uno de sus compatriotas (American slavery as it is, de Theodore Dwight Weld). Lo verdaderamente preocupante para los partidarios de la esclavitud era que American notes llegara a una audiencia infinitamente más grande que la de Weld. De hecho, preocupados por el poder incendiario que el texto pudiera tener, los legisladores del Estado de Carolina del Sur llegaron a plantearse la posibilidad de prohibirlo.

 

También en Martin Chuzzlewit Dickens señaló las contradicciones que observó en América: “Son tan aficionados a la Libertad en esta parte del globo que la compran y la venden y se la llevan al mercado”. Como pudo comprobar con sus propios ojos, la libertad de comercio llevada al extremo derivaba en el comercio de seres humanos. Con todo, la posición de Dickens con respecto a la libertad no era menos ambigua que la de los americanos. Por una parte, se consideraba defensor a ultranza de la libertad; por otra, temía el caos social al que una libertad sin restricciones pudiera llevar. Para Dickens, perteneciente a la clase media, la libertad tenía una pega: cabía la posibilidad de que la misma libertad que había hecho posible el ascenso de la clase media, poniendo fin a la hegemonía de la aristocracia, permitiera a las clases inferiores derrocar el nuevo orden establecido. Ese nuevo orden se mantenía gracias a un precario equilibrio entre el reformismo y el conservadurismo. Ambos extremos, difíciles de conjugar, son característicos de Dickens y su obra.

 

 

Otro elemento desestabilizador con el que Dickens se topó en su viaje fue la violencia. No obstante, al criticar a los americanos por su propensión a la brutalidad, Dickens era consciente de que esa violencia no le era ajena; de hecho, le remontaba a una época sangrienta de su país natal: los episodios violentos que presenció en suelo americano le recordaban “las buenas costumbres de los viejos tiempos que hicieron de Inglaterra, incluso en tiempos tan recientes como el reinado de Jorge III, uno de los países más sangrientos y bárbaros de la Tierra”. En este sentido, podría decirse que en su viaje por Estados Unidos se topó con el doppelgänger de su país de origen. Quizá por eso, al confrontarle con sus propias contradicciones, el viaje le resultó tan desasosegante y dostoievskiano.

 

También desasosegante, y literalmente dostoievskiano, fue el supuesto encuentro que Dickens mantuvo con el escritor ruso en 1862 (traído aquí a colación porque en él se alude explícitamente a la duplicidad del carácter de Dickens). En ese encuentro, sobre el que los académicos no se ponen de acuerdo en cuanto a si tuvo lugar o no, Dickens confesó a Dostoievski que los personajes buenos eran lo que él querría haber sido y los villanos de sus novelas estaban basados en su propia crueldad: “Me dijo que había dos personas en él”, recordaba Dostoievski en una carta, “una que siente como debería sentir y una que siente justo lo contrario. Construyo mis villanos a partir de la parte que siente lo contrario; trato de vivir mi vida a partir de la que siente como un hombre debería sentir”. Según esto, en Charles Dickens habitaban dos hombres opuestos, exactamente igual que en su famoso Ebenezer Scrooge (un anciano avaro y poco amigo de los niños que acaba convirtiéndose en un buen hombre en Cuento de Navidad). A esto solo cabe hacer la misma puntualización que supuestamente hizo Dostoievski: “¿Sólo dos hombres?”. No parece posible que alguien sin las contradicciones, pliegues y dobleces del genial inglés pudiera dar cabida en su mente a un elenco de personajes tan variados y con tantos matices como los que dan vida a sus novelas.

One thought on “Dickens, an Englishman in New York

  • el 28 febrero, 2012 a las 11:11 am
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    Perfecto, exacto y correcto, hasta donde yo sé. Curiosamente, lo que indultó poco después a Dickens a los ojos de los norteamericanos fue el citado “Cuento de navidad”, un auténtico best-seller…

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