Banderitas españolas con "azuquita" en el banquete de la corrupción

Por Horacio Otheguy Riveira

Si es que da mucha risa, y si viviera Berlanga buscaría la nueva «Escopeta Nacional» o haría otra desternillante «Todos a la cárcel», sin embargo, me temo que al maestro valenciano le sonrojaría la que está cayendo, pues aquella España era una tierna caricatura comparada con esto que nos toca, y hoy es mucho más duro el proceso y el desenlace no acaba de cicatrizar.

Feroz la negra humorada en la que el reino de la estafa se convierte en un grotesco infierno de corrupción capaz de devorar a un pobre hombre, uno con cara de infeliz, un hombre ridículo venido a menos todavía, víctima de todo a tal punto que tiene un suegro rico que tira del nieto para mofarse del «desgraciado de tu padre», un profesor de ping-pong («De tenis de mesa, oiga usted») que caerá rendido en un plan que parecería disparatado si no estuviera basado en hechos reales.

Don Nadie, buenazo como él solo, saboreará las mágicas gotas de unas Flores de Bach sui generis, creadas por un sinvergüenza de abolengo que siempre cae de pie:

—Muy fácil. Me pongo un disco de Bach, recojo las mejores flores del jardín, le echo agüita, restos de licores que encuentro por ahí, un toque de M de meado, y ¡hala!

—Está muy rica.

—¡Es por la azuquita!

 

A Juan Alegría no le van demasiado bien las cosas. En paro, y padre de un niño, lo único que levanta su autoestima son las pocas clases de ping-pong que aún imparte. El Presidente de la Federación Paralímpica de Tenis de Mesa para Discapacitados Intelectuales ve que, con los malos resultados de Pedrito, el actual campeón nacional, el futuro de este deporte peligra. Su mala racha puede acabar con las subvenciones y, por tanto, con la Federación, así que está dispuesto a hacer lo que sea para evitar esta catástrofe. Y «lo que sea» incluye lograr una competición exitosa con un jugador sin discapacidad intelectual. Y allá irá con Juanito a brillar en los Juegos Paralímpicos de Sidney, Australia, donde todo marcha de perillas, hasta que un accidente inesperado les echa abajo el tinglado. Una trama basada en un sórdido asunto transmitido por televisión mientras sucedió, y en un célebre telediario cuando salieron unas vergonzantes sentencias judiciales.

Este panorama cobra vida con tres actores que se involucran en una creación colectiva de alto vuelo que cuando aterrizan incluso mejoran todo lo visto y aprendido: se desdoblan de tal manera que lo mismo son niños que mujeres, veteranos que jóvenes, chicos listos, tarados integrados en la sociedad como normalistos, y discapacitados que aprenden rápido el arte de sobrevivir en una jungla de corruptelas y gente desalmada. En esta España de la postransición la avaricia ya no rompe el saco, cría caciques sin la menor posibilidad de piedad, capaces de perversiones tan lacerantes como las que aquí se desarrollan con gran talento teatral en el que se sirven brochazos de humor negro y sutilezas con guiños suficientes para hacer las delicias de cualquiera medianamente enterado. Así se puede uno sorprender encontrándose con un veterano periodista deportivo ya fallecido, voces que identifican a figuras de la política y muchos estereotipos de la vida cotidiana. Todo fluye y confluye y si entre risa y risa queda un sabor amargo, entonces es que este Club Caníbal ha dado en el clavo: tanto humor es útil para que tras la exageración de la parodia se vea con mayor claridad, con rotunda visión crítica, lo monstruoso de una forma de vida sin escrúpulos que invade no sólo las instituciones sino también los hogares más sencillos, la existencia de trabajadores que acaban mirando hacia el cielo deseando que les caiga algún juego sucio para navegar a la intemperie.

A través de un teatro surrealista, ingenioso, carcajeante, Herederos del ocaso tiene puntos en común en este momento con En la orilla, la novela-teatro de Rafael Chirbes, un grito de alarma sobre la imperante corrupción.

 

Toda la carga de profundidad del espectáculo estará marcada por el humor negro que venimos desarrollando. La metáfora de ese humor son esos trajes de hombres serios que vestimos pero a los que sesgamos los pantalones. Como niños de uniforme jugando en el patio del colegio. Nuestro estilo seguirá exigiendo la rápida transformación del intérprete para dar a luz a todo ese paisanaje ibérico que nos interesa. Para ello, sobre esos trajes añadiremos o quitaremos elementos. (Chiqui Carabante)
 

Dirección y dramaturgia: Chiqui Carabante
Autores: Club Caníbal
Interpretación: Font García, Vito Sanz, Juan Vinuesa
Espacio escénico y figurines: Salvador Carabante
Música: Pablo Peña
Diseño de Vestuario: Salvador Carabante.
Escenografía: Walter Arias.
Diseño de luces: Nerea Castresana.
Producción: Club Caníbal.
Asistente de producción: Silvia Rey.
Fotografía: Nerea Castresana.
Distribución: Susana Rubio
Prensa: Gran Vía Comunicación
Fechas y horarios: Viernes 7, 14, 21, y 28 de abril 2017 a las 20.30h. en la SALA MIRADOR

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