"Gibraltareña": carismática puta en sensacional interpretación de Elisa Matilla

Por Horacio Otheguy Riveira

Sólo cuatro funciones —cuatro sábados noche—, para disfrutar de una interpretación formidable en el papel de una puta carismática, espontáneamente a la contra de la moral establecida, de una vitalidad en la que el amor está siempre presente, “desde el beso que siempre doy y que, en realidad, es lo más importante” hasta el amor frustrado por un rubio que una vez le dijo “Lola, tú eres mía”. Una creación que en sólo 75 minutos rinde justo tributo a la gran tragicomedia andaluza, y en ella a la prostitución vocacional, un oficio que tiene lugar muy destacado en la historia del teatro universal.

 

Las prostitutas orgullosas de serlo, más felices que desdichadas, forman parte de una amplia literatura teatral desde los clásicos griegos (en la vida cotidiana las hetairas cuentan con respeto y admiración, según Demóstenes: “Tenemos las hetairas para el placer; las concubinas para el uso diario y las esposas de nuestra misma clase para criar a los hijos y cuidar la casa”), y en el teatro especial interés en la sátira política de varias obras de Aristófanes en que ellas se ocupan de dejar en evidencia la misoginia imperante en Platón, Aristóteles o Eurípides.

Con el aluvión de preceptos morales judeocristianos —y la hipocresía propia de las clases dominantes— la cosa cambia, hasta que llega Alejandro Dumas con La dama de las camelias, una novela de 1848 que tiene varias versiones teatrales, aunque la más importante y popular a la vez es la ópera La Traviata (La perdida) con música de Giuseppe Verdi: una cortesana feliz, divertida e inmensamente dichosa cuando se enamora de un buen hombre al que no le importa su pasado. Pero es destruida por la imposición burguesa de quien sería su suegro. Padre e hijo se arrepienten cuando ya es demasiado tarde, a los pies de una moribunda que les perdona. Las primeras funciones fueron abucheadas por “la gente bien”, pero su éxito no tardó en llegar y perdura hasta hoy en innumerables versiones.

Numerosas son las piezas teatrales que rondan este personaje justificándolo y admirándolo (La profesión de la señora Warren, 1893, de George Bernard Shaw), comprendiendo su necesidad económica en un mercado basado en la explotación (La ópera de tres céntimos, 1933, de Bertolt Brecht) o elevándolo a los altares de un ser poseedor de fascinante energía entre hombres endebles (Petra Regalada, 1980, de Antonio Gala).

En los años 50 en España fue un gran éxito que aún perdura, Maribel y la extraña familia, de Miguel Mihura: una prostituta con pocas luces, bastante ordinaria, es recibida por una familia como una señorita encantadora, ingeniosa y divertida, y en esa dulzura de mujer se irá refinando. El hombre que se enamora de ella es un tímido de Murcia que nada sabe de su oficio y se mantendrá virgen hasta el ansiado matrimonio.

Por último, y para cerrar este brevísimo recordatorio, dos funciones singulares que deberían representarse juntas en un homenaje a las profesionales del sexo: Las prostitutas os precederán en el reino de los cielos, 1986del padre Martín Descalzo (sacerdote, periodista y dramaturgo), quien toma el título de una cita de los evangelios (Mateo 21, 31): una visión social muy amorosa a través de un gran personaje que se debate entre las necesidades más imperiosas y la protección de un Jesucristo al que le habla durante la función. Y, más reciente, varias veces representada, La ramera de Babilonia, de Ramón Paso: parodia implacablemente divertida de la Biblia interpretada por un grupo de mujeres libres y desvergonzadas que invitan al público “a un cabaret pagano y obsceno”.

Es tanta la poética en torno a las mujeres de alquiler que ya resulta imposible adivinar el origen del manido insulto hijo de puta; no se sabe de dónde, cómo ni por qué, pues cuando se calzan sus vestidos ceñidos y lucen el esplendor de su sexualidad para subir a escena no son más que mujeres valientes, ángeles e incluso diosas, algo que Joaquín Sabina convirtió en adorable fémina teatral en el musical Más de cien mentiras:

… la más señora de todas las putas,
la más puta de todas las señoras.
Con ese corazón, tan cinco estrellas,
que, hasta el hijo de un Dios, una vez que la vio, se fue con ella,
Y nunca le cobró la Magdalena”.

Apasionada y lúcida Gibraltareña

Juan Luis Iborra, experto en el género de la comedia como autor y director, logra, en unión fantástica con su gran amiga Elisa Matilla, una superación del tema a través de una combinación de tragedia y diversión: una mujer en coma le sirve de pretexto para que ella misma se dé el gustazo de hablar de su vida, con mucho hincapié en los buenos momentos, a tal punto que cuando nos enteramos del origen del estado de coma, será un acontecimiento físicamente brutal en un momento triunfal en su vida, y a la vez cómico, de los de escuchar con una sonrisa.

 

Gibraltar entre los 70 y la llegada de los socialistas en los primeros 80, la verja se abre, dos mundos mal comunicados se reencuentran y por allí la Base de Rota con sus americanos, la exuberancia gaditana en todas las cosas, y en esas que una jovencita Lola descubre su sexualidad en brazos de un desconocido: brisa marina, caricias intensas, y una sonrisa que nace en el corazón y se expande por todo el cuerpo: un cuerpo por el que también circula una necesidad muy grande de dar y recibir amor, así como una profesión “por la que ni mi madre ni mis hermanas ni yo misma volveremos a pasar hambre”.

Mientras está en el lecho del hospital, Lola nos cuenta su historia: dos mujeres, una muy grave que escucha y se entera de todo, y otra vivaracha con ganas de hablar. Una licencia poética por la que el teatro se abre camino con la facilidad de un monólogo dramatizado con gran capacidad de síntesis, apoyado firmemente en el talento de Elisa Matilla, como si hiciera una reelaboración de sus últimas creaciones: ¡Ay, Carmela! : el drama de la guerra y una actriz de variedades conmovida por el destino de hombres “que morirán lejos de sus madres”, y Sofocos (plus), el humor revisteril, desenfadado, de una obra integrada por escenas cortas con pléyade de mujeres riéndose de sí mismas. Con todo ese equipaje de brillante calidad profesional parece armarse esta de Cádiz que baila y canta incluso sin hacerlo, toda ella puro carisma sin poses, una mujer idealizada por sí misma, más allá de la adoración de sus clientes. Y es que Lola se gusta, se adora a solas y mimando a todos los hombres con los que se acuesta por dinero (“ninguno me ha dado asco”) y amando sólo a uno al que solamente cobró la primera vez, pero desapareció de su vida sin quererlo…

Ya en el hospital la atiende un guapo médico, muy serio y muy formal, con su traje y su corbata; no más verle se acuerda de él, muchos años atrás, joven novato tembloroso: “Yo le desnudé poco a poco, era su primera vez y le fui enseñando todo lo necesario para que se defendiera bien en la vida”.

Filósofa, niña eterna, amorosa, irresistiblemente sexy, candorosamente triste, pujante en su esfuerzo por salir al frente con la sonrisa bien plantada, la Gibraltareña nos lleva a un mundo de copla y bolero en sábanas revueltas, soledades e ilusiones en una mujer independiente, siempre fiel a sí misma. Incluso es tan grande este personaje que podría afrontar con gran dignidad —y entre risas sabias— cualquiera de los muchos debates políticos sobre la prostitución, en general a la contra, tanto por parte de sumisas señoras como feministas aguerridas e incluso hombres que, a escondidas, pagan sus servicios pero dicen todo lo contrario. Lola es una puta respetada y respetable que le echa tanto coraje a su vida que se prepara para la muerte con el mismo ímpetu, incapaz de considerar la mera irrupción de una desgracia. En definitiva: Gibraltareña, un show sencillamente magnífico donde se exalta “una vida llena de mucho amor”, al margen de otra moralidad que no sea la de la imaginación y la honestidad.

Dramaturgia y dirección: Juan Luis Iborra
Iluminación: Juanjo Llorens
Escenografía: Asier Sancho
Música: David San José
Vestuario: Paco Monleón
Fotografía: Sergio Parra
Producción ejecutiva: Jesús Cimarro
Una producción de Pentación Espectáculos:
Director gerente: Jesús Cimarro
Subdirectora: Kathleen López Kilcoyne
Secretaría: Elena Gómez
Distribución: Rosa Sáinz- Pardo, David Ricondo, Cristina Díaz
Jefe de producción: Raúl Fraile
Jefe técnico: David P. Arnedo
Ayudante de producción: Isabel Sáiz
Comunicación y prensa: Nico García
Redes sociales: Beatriz Rodríguez Gil
Coordinador de teatros: Brais Fernández

Teatro Bellas Artes, Madrid. Los sábados  25 de noviembre, 2, 9 y 16 de diciembre a las 22 horas.

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