Puñales por la espalda (2019), de Rian Johnson – Crítica

 

Por Francisco Collado.

Puñales por la espalda (Knives Out, 2019), es un entretenido y certero homenaje al cine de suspenso y detectivesco en su vertiente más british, concretamente en el estilo literario que popularizó Agatha Christie. Una trama de tela de araña con diversos frentes abiertos, diálogos acerados como los cuchillos, inteligencia (muy escasa en el cine actual), y un leve Macguffin: una de las protagonistas (Ana de Armas: Marta) vomita cuando miente. Son muchas las fuentes de las que bebe el film de Rian Johnson (Los Últimos Jedi, Looper, Brick). Desde la fallida El Juego de la sospecha (Cluedo), pasando por la mankiewicziana: La huella. Sin olvidar un acertadísimo policiaco: Un cadáver a los postres. Sobre esta intriga de salón en tres actos también sobrevuela; sin duda; la sombra alargada de Hitchcock. Nos encontramos ante una intriga de cámara que va colocando, engañosamente, las piezas del puzle, utilizando; con mesura e inteligencia, el flashback. El soberbio montaje imprime un ritmo ameno, aderezado por los giros de guión que encajarán en el epilogo de modo fluido y verosímil.

El ácido humor y ese tono satírico de comedia Ealing, permiten que el argumento avance, atenazando al espectador, sin olvidar sus pequeñas dosis de crítica social. La arquitectura se soporta sobre las enormes interpretaciones de actores a los que los personajes les sientan como un guante. Christopher Plummer es una de esos genios cuya aparición en pantalla justifica la secuencia en sí misma. Su sobriedad y sabiduría escénica, dotan al personaje de un intenso atractivo, que adereza con un sentido del humor bastante británico. La recuperación de Don Johnson, ya alejado de su detective Sonny Crockett (Miami Vice), es un recital de contención y experiencia sedimentadas. El canónico detective Benoit Blanc, de claras referencias literarias, es uno de los más golosos de la cinta. Daniel Craig derrocha saber estar, mixturando con ese cinismo british que parece la marca de la casa. El director juega con primerísimos planos, con contrapicados y encadenados que convierten en livianos los repetitivos interrogatorios donde va desvelando; de forma magistral; las diversas personalidades de los implicados. En un momento del metraje, cuando Marta (excelente Ana de Armas) llega a su casa, el televisor homenajea (cine dentro del cine) la serie Se ha escrito un crimen, protagonizada por la gran actriz Ángela Lansbury. “Mi casa, mis normas, mi café”, es la inscripción que aparece en la taza, que principia y epiloga la película. Es tan solo un aviso. Rian Johnson juega con sus propias reglas, se muestra maestro de la vuelta de tuerca, con un eclecticismo enriquecedor y posmoderno. Como un juego de matrioskas, la narración va desnudando las diversas capas narrativas, los interminables giros, sembrados de un humor inteligente y dando un repaso a la sociedad actual y su eclosión. La mansión constituye un personaje en sí mismo. Un micro-universo a mayor gloria del autor de novelas (Plummer) que recrean cada uno de los crímenes. Un heterogéneo maremágnum de autómatas que homenajean a La Huella (Sleuth. 1972), o en algunos instantes rememora el salón de maniquíes de Blade Runner, falsas ventanas e inquietantes figuras. El juego con el encuadre pasa desde esos primeros planos; que sostienen soberbiamente Daniel Craig (sublimando, salvando la caricatura) la naturalidad de Ana de Armas o la icónica Jamie Lee Curtis, hasta las composiciones abigarradas donde el encuadre soporta a gran parte de los personajes.

Como metáfora de una textura familiar de múltiples intereses comunes. Sorprende Chris Evans; redimido de su disfraz de licra de Capitán América; y enamora Ana de Armas, cuyos primeros planos no precisan casi de diálogo, que soporta todo el núcleo de la narración con elegancia y pasmosa seguridad. Rian Johnson ha huido del elemento canónico y de la esclavitud del código inalterable, para crear un producto gamberro, con ingeniosos diálogos con notable esgrima verbal. El argumento se deconstruye constantemente sobre la marcha, dotando de agilidad el desarrollo, con vocación de homenaje, pero sembrado de modos propios a la hora de tratar el elenco coral para no convertirlo en un whodunit al uso, pese al tufillo de estereotipos. La calidad interpretativa de los actores dota de una imprimación irónica y divertida a las acartonadas fuentes literarias. La subversión como estética le lleva a dar un giro inesperado, con una temprana revelación. Bajo la capa policíaca y satírica, se oculta un acerado discurso frente a la política social de EE UU. Desde al trato a la inmigración, la ascensión de las ideologías totalitarias o la conciencia de clase. Las peripecias de esta familia tronada, convertidas en montaña rusa, entretienen, divierten y dejan el aroma del buen cine. Que no es poco. Apoyadas en presencias tan soberbias como la de Tony Collette (La boda de Muriel, El sexto sentido, En sus zapatos), que ejerce de influencer o la joven (y subyugante presencia) de la joven Katherine Langford (Con amor, Simón, Por trece razones).

La mansión es un personaje más, con sus escaleras crujientes, su decoración bizarra, animales disecados y máscaras. Pero, sobre todo, ese excelente homenaje a Juego de Tronos; que da título al film. El trono, rodeado de cuchillos, que es origen y epílogo del drama. También el espectador podrá jugar con los títulos de las obras del escritor (Plummer): Vulcan’s Den, The Badger, Nick of Time, Ultimátum, This Little Piggy. La habilidad del cineasta parte desde el interrogatorio, donde no sólo vemos la visión que cada personaje tiene de sí mismo. Además nos presenta la visión que cada uno tiene de los otros. El director juega; como un travieso prestidigitador; con unos actores carismáticos y un envolvente puzle argumental, salpicado de humor negro. No es sólo una de las mejores películas policíacas del año, es una de las mejores películas. A secas. Un argumento que hubiera firmado con gusto Christopher Plummer, el escritor de novelas policíacas Harlan Thrombey ¿O quizás lo hizo? Nunca un agujero de donut y una taza de café, dieron tanto de sí.

Mi casa, mis normas, mi café

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