‘Carlota’: un Mihura malicioso y poco sonriente

Por Horacio Otheguy Riveira

Puesta en escena cinematográfica, más comprometida con la intriga policiaca que con la humorística mirada del gran escritor.

Sobre un elegante telón rojo se proyecta el reparto técnico y artístico de la función como si se tratara del comienzo de una película de Alfred Hitchcock, con buenos diseños gráficos que recuerdan varios títulos del maestro británico, haciendo hincapié en dos de sus obras maestras, muy distintas entre sí, Vértigo, 1958, y Con la muerte en los talones, 1959. Acompaña esta presentación una inquietante banda sonora de Mariano Marín (un gran músico con grandes aciertos en partituras para el teatro, como Casa de muñecas, El zoo de cristal, Woyzeck…), inspirado en Bernard Herrmann, el compositor de aquellos títulos.

A partir de aquí —y con una hilarante primera escena bajo la lluvia ante un tenebroso portal— Carlota abandona muy pronto el humor, para sumergirse en un policiaco inglés, en cuyo estilo y tópicos se inspiró el autor y por los que apuesta el director Mariano de Paco Serrano (Hombres de 40, El caballero de Olmedo) para desarrollar el concepto y la estructura del montaje, así como la dirección de actores.

Carlota

Crímenes falsos, crímenes verdaderos

Es esta una obra estrenada en 1957 que transcurre a comienzos de siglo en un Londres de niebla, lluvia y frío, en torno a crímenes y otras apetencias típicas de la atracción por el género criminal de los británicos. Empieza parodiando el teatro de Agatha Christie —con su habitual exceso de palabras y escasa acción—, para deslizarse hacia una auténtica función de intriga con final sorprendentemente perverso, si se tiene en cuenta el repertorio del autor: Carlota es una mujer aficionada a los relatos detectivescos que, para huir del tedio, provoca en su marido la sospecha de que ella es una asesina, desencadenando fatalmente una serie de crímenes reales con un final negrísimo.

Una obra de encargo para la Compañía de Isabel Garcés, una actriz cómica muy popular —arraigada con su marido empresario en el Teatro Infanta Isabel— que subrayaba más la parte cómica que la intriga propiamente dicha, bajo dirección del propio autor. Tuvo un éxito discreto, pero se estrenó al año siguiente en París, con críticas elogiosas y el aplauso de Eugene Ionesco:

La obra de Mihura exige un pequeño esfuerzo, cierta agilidad de espíritu por parte del lector o espectador: aprehender lo racional a través de lo irracional. Esta desarticulación aparente es un excelente ejercicio para enriquecer la expresión teatral.

Para Mihura fue una experiencia que le lanzaría a obras muy superiores donde la intriga policiaca sería una excusa o un elemento más, dentro de unas coordenadas humanistas singulares con amplio predominio del encanto y la inteligencia femeninos frente a los tontorrones perfiles masculinos: Maribel y la extraña familia (hasta el 26 de enero de 2014 en el teatro Infanta Isabel), El chalet de Madame Renard y Melocotón en almíbar, entre otras.

El escritor malabarista  

El director Mariano de Paco imprime desde el comienzo un acentuado devenir de enfoques superpuestos en los que casi nada admite adaptación temporal: música de los 50, ropa de comienzos de siglo para hombres muy abrigados, y de cualquier época para mujeres vestidas de largo o muy poco vestidas… todo lo cual embellece el panorama escénico, da vida al discurrir de los relatos de los personajes, una y otra vez encimados hasta la impactante resolución final, como si el humor se desplegara en estos fogonazos visuales, más que en la interpretación actoral de las agudezas del texto.

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Lo mejor de esta representación se da en el ritmo envolvente y la atmósfera agobiante en un marco escenográfico con abundante rojo-sangre en las paredes. Lo menos interesante es el enfoque y el ritmo impuesto a los actores, que se mueven encorsetados, con unas composiciones artísticas exteriores, sin emoción alguna. Personalmente me parece una obra muy rica cuya lectura despierta otras vertientes que esta vez no se han dado, especialmente en el reposo de los diálogos, en la ironía de algunos personajes, pues todos parecen ir a una velocidad excesiva, como si tuvieran que cumplir con un imperativo mandato.

En el Diario Informaciones de 1957, un periodista interrogó a Mihura con motivo del estreno de Carlota:

—¿Qué es más difícil, arrancar el llanto, la risa o la sonrisa?

—El escritor humorista tiene que jugar con las tres cosas a la vez, como esos malabaristas que juegan con unos guantes, un sombrero de copa y un bastón. Jugar solo con una cosa es más fácil.

 Desde luego aquí se echa de menos durante toda la representación ese malabarismo magistral muy presente en el texto.

Dentro de una obra coral en la que ningún personaje destaca ampliamente los actores aparecen atrapados por un entramado poco atractivo. Es una pena que se haya escogido este personaje para el retorno al teatro de Carmen Maura, pues es uno de los menos interesantes de un autor especializado en crear mujeres fascinantes, divertidas y complejas: amalgama que aquí no corresponde a ninguna. Nada que ver con Ninette; Maribel y sus amigas prostitutas o las soñadoras ancianas que todo lo ven maravilloso; las varias mujeres que interpreta una sola en A media luz los tres; la monja detective Sor María, o la misteriosa Madame Renard… En definitiva, hay aquí un adecuado reparto en el que nadie destaca, todos al servicio de una puesta en escena que pone sus acentos en el campo visual, en demérito de las vivencias de los personajes.

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Carlota

Autor: Miguel Mihura.

Dirección: Mariano de Paco.

Intérpretes: Pilar Castro, Vicente Díez, Pedro G. de las Heras, Natalia Hernández, Alberto Jiménez, Jorge Machín, Carmen Maura, Antonio Paso, Carlos Seguí, Alfonso Vallejo.

Escenografía y vestuario: Felype de Lima.

Iluminación: Nicolás Fischtel.

Música: Mariano Marín.

Espacio sonoro: Javier Almela.

Movimiento escénico: Regina Ferrando.

Videoescena: Álvaro Luna.

Lugar: Teatro María Guerrero.

Fechas: Del 13 de diciembre de 2013 al 2 de febrero de 2014.

 

 

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