'Derecho natural', de Ignacio Martínez de Pisón

Por Ricardo Martínez Llorca
@rimllorca

Derecho natural

Ignacio Martínez de Pisón

Seix Barral
Barcelona, 2017
446 páginas
 

Madrid y Barcelona guardan en su interior todas las vidas que allí han sucedido. Son como espejos que guardaran rostros, pero los que nosotros queremos ver, los que queremos que nos devuelva el azogue, es el de las ciudades cuya memoria podría producirnos melancolía, ternura. Esa es la memoria de los años setenta y ochenta, de la lucha contra una dictadura que ya había fallecido, pero que no pudo ser expresada anteriormente, de los lacayos de los tópicos, sobre todo los musicales, de la vida en la calle, cuando todavía las calles, o parte de las calles, eran habitables para los seres humanos, lo cual significa tanto como decir que eran habitables para los niños. A fecha de hoy, nadie con menos de doce años se atreve a salir a la calle solo, porque el dueño de la ciudad es el tráfico y no el barrio, la tribu. Esa ciudad espejo que nos devuelve una época en la que el dinero no abundaba, pero sí las ronchas en las rodillas de los críos, es a la que deseamos volver. Y es a la que regresa con constancia Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) en su proyecto literario. Derecho natural es una visita a las clases universitarias con carteles vanguardistas, a los programas de televisión de José María Íñigo, a Demis Roussos, a las primeras separaciones matrimoniales, al sentimiento filial por encima del social, a las monedas en los bolsillos, a la legalización del Partido Comunista cuando uno no sabía distinguir a los comunistas de los paquidermos del franquismo por otra cosa que no fuera el uso de la corbata y la defensa de la clase media baja, la que comía cocido porque era barato, sin saber que algún día se convertiría en placer gastronómico.

Pero Martínez de Pisón es un narrador y sabe que como tal, si quiere reflejar esa época, esas ciudades, debe hacerlo a través de un número limitado de personajes. En este caso, la relación entre un padre y un hijo, pero también entre el hijo y sus hermanas, su hermanastra, su madre, y algún otro personaje que, en la memoria, tras leer la novela, queda como ave de paso. Uno de los casos más llamativos es el de Peces Barba, que por entonces regía la cátedra de Derecho natural, una asignatura desaparecida en la carrera de Derecho, sustituida por Filosofía del Derecho. Y es que el narrador elegirá esa carrera y a Norberto Bobbio como modelos para pasar de la adolescencia a lo otro. En ese sentido, casi hablamos de una novela histórica. Sucesos como la constitución de 1978 o el golpe de estado del 23-F influirán en la trama. O, para ser más exactos, si queremos reconocer o conocer cómo era la vida de la gente en esos años, Martínez de Pisón lo expresa mejor que cualquier texto histórico. La quiebra del edificio moral, moral en el sentido de principios inamovibles y de tradición, está detrás de la narración: el derecho a recomponerse las familias, bien sea por la aparición de un amante o por la cabeza loca del padre.

Ángel, el protagonista y narrador, como hijo mayor de una familia se siente en la obligación de mantenerla en pie. En la obligación o en la necesidad, no vaya a ser que las consecuencias superen de largo sus habilidades y su fuerza. El hecho de que la novia de Ángel se enganche a la heroína, pasados ya dos tercios de la novela, cabe interpretarlo como un recurso de Martínez de Pisón para mantener al lector atento. Pues lo más importante, ya había sido relatado. Martínez de Pisón es, tal vez, el novelista español que mejor sabe crear personajes y mantenerlos en la temperatura exacta, que es la de la ternura del lector. Su inteligencia le lleva a refugiarse, además, en una época por la que él siente buena nostalgia, y como tal crea la atmósfera en la que se siente cómodo, en la que disfruta escribiendo. Y eso es algo que no podemos dejar de agradecer.

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