Discurso para una academia

Por Luis Muñoz Díez.
 

“Hay que ser humildes, a mi me cuesta serlo, soy soberbio y engreído. Parece formar parte de mi trabajo y no debe ser así. No somos tan importantes”.

 

Con este loable propósito abrió su discurso Alex de la Iglesia, como presidente de La Academia de Cine, el pasado 15 de Febrero, en la ágil ceremonia en la que se entregaron los premios Goya. “Necesitamos fortalecer la industria, y así poder hacer mejores películas. Hacer todo tipo de cine, tanto grande como pequeño” Así continuó, como un soplo de aire fresco, del que tan necesitado está nuestro cine.

 

El creador necesita de una industria, y no sólo que le permita rodar, sino que después promocione y estrene, y eso, sólo es posible, si se crea un tejido industrial que permita que lo rodado llegue a su destinatario, que no es otro que el público.

 

Las subvenciones, que bien venidas sean, no son “la solución”, convirtiéndose en limosna de lujo si ahí se corta la cadena. Es frustrante que un proyecto quede reducido a un guion guardado en un cajón, pero si éste se pone en pie y se rueda, consigue la categoría de fracaso si no se estrena o, si lo hace, es por un periodo tan corto que ni crítica, reseña o boca-oreja valen para nada.

 

Una película hecha y no estrenada, o metida con cuña por unos días entre luminarios títulos, se convierte en días, horas, en pasado, y del pasado, por hermoso que sea, se vive mal. He visto a directores y guionistas pasarlo realmente mal mientras dura esa lenta y corta agonía, darse cuenta que su obra, su sueño, ha caído en la nada, una nada que susurra: no hay futuro.

 

La continuidad es importante e ir viviendo la suma de presentes que suma todo el proceso creador: escribir el guion, localizar, elegir actores, rodar, montar, mezclar… y ya parece que la criatura está en vías, pero falta elegir una buena imagen que publicite la película, anunciarla, estrenarla y leer las criticas, pero lo que todo creador espera es ver la reacción del público en la sala, es ahí, en ese preciso momento, cuando está realmente viva la obra. Finalmente viene algo que, queramos reconocer o no, siempre se anhela: “la recaudación”, si es positiva todos se ponen de mejor humor y se puede pensar en el próximo proyecto, y aquí también está acertado de La Iglesia “creemos que somos artistas, genios alternativos, creadores. Antes de todo somos trabajadores. Nos pagan por hacer un trabajo y hay que hacerlo bien”. Nadie duda que para hacer una buena película hay que tener talento, rozar la genialidad, pero haciendo la cura de humildad que nos pide el director de la Academia. No se puede olvidar -y valorar- el riesgo del productor, la ayuda de las instituciones, el trabajo -que implica creer en la película- del distribuidor y del exhibidor. Para que todo el proceso sea posible, para que nazca verdaderamente una película, es necesaria una maquinaria muy bien engrasada, es decir, que el cine sea una industria.

 

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