En la Vía del Maestro. Un viaje con Laozi
Casimiro de Brito

Por Alberto García-Teresa

Una de las piezas claves de la filosofía es Lao Zi (o Lao Tse), y el Tao Te King (o Dao De Jing). El notable escritor portugués Casimiro de Brito se acerca a él con una actitud netamente taoísta (honesta, indagadora y atenta) y nos regala este exquisito En la Vía del Maestro. Un viaje con Laozi.

Como dice el propio autor (en una nota final, con lo que se ha tratado de no condicionar la lectura, aunque las referencias –como las menciones en el texto a «El Camino» o «el Tao» y las obvias resonancias orientales– nos conducen rápidamente en esa senda) , «cada um dos fragmentos deste poema é “resposta” (…) aos 81 versículos do Tao te-King de Lao Zi».

Recoge entonces el pensamiento oriental. Por eso los poemas del volumen están llenos de paradojas, de afirmaciones construidas con negaciones. Esas paradojas obligan al lector a detenerse y recapacitar largamente, a la vez que expresan una realidad inasible y contradictoria, como «no puedo ver el rostro invisible / aunque sepa que tiene un nombre innominado». Desde esa negación, con ese vacío, se puede percibir la vida auténtica. Así, siempre apunta a la ausencia, al vacío como espacio de plenitud en el que se ha superado el contenido en busca de la pureza.

Destaca la precisión léxica y la concisión del poeta («cuanto más breve / más intensa la luz del camino», «cuanto más leve / más densa»). Se trata de poemas breves, de ritmo pausado, que se corresponde a la perfección con el tono reflexivo y filosófico.

De Brito entiende el poema como algo continuo, que fluye y que se liga a la vida. La ausencia de signos de puntuación en ocasiones hace posible incrementar esa fluidez en una escritura ya muy diáfana. Además, usa frecuentemente encabalgamientos abruptos, entre artículo y sustantivo o cortando sintagmas preposicionales, lo cual aumenta esa continuidad de los versos.

El poeta proclama que canta lo efímero eterno («la luz efímera, que no se agota, / canto (…) el peso de la cosa invisible») al mismo tiempo que afirma la fugacidad de la vida («¿olvidas / que son nube y van de paso / las piedras y los imperios?»).

Por otra parte, habla siempre desde la subjetividad, desde un «yo» que aspira a la plenitud. Los textos son testigos de ese proyecto; de sus anhelos, contradicciones y fracasos.

Busca una conexión con la naturaleza («me rindo a la dulce / vigilia de la lluvia») y con el resto del universo («ese día dejé de ser un hueso / separado de las diez mil cosas»). Así, utiliza elementos naturales para construir sus poemas, y los emplea como principal referente. De hecho, apenas aparecen personas, salvo exclusivamente algún «maestro». Esto nos lleva a escenas de meditación solitaria (que, no en vano, apuntan el medio más idóneo para la recepción del texto). Además, al mismo tiempo, el poeta rompe la perspectiva antropocéntrica del universo, ya que señala que la plenitud se encuentra en esos elementos naturales y le reconoce a la naturaleza una organización autónoma, no dependiente del ser humano.

Por eso mismo también él reclama un orden natural, armónico, frente a la relación impuesta y violenta de un gobierno. De hecho, explica que el buen gobierno, siguiendo a Lao Tse, será ejercido por «quien humildemente gobierna / sin dejar que se vea / el contorno de su obra».

De esta manera apela a la sencillez, a la austeridad, a la humildad y a la mirada trascendente del entorno busca el equilibrio y lo justo. Por eso lanza sutiles condenas (pues la sutileza es una de sus mejores herramientas) a la usura, al dominio y a la soberbia. Se engarzan entonces enunciados antimilitaristas y pacifistas: «el gobierno de las armas no conquista nada», «los príncipes hacen la guerra / pero es el pueblo quien cruza / el desierto» o «cuando la guerra termine, otro mal / nacerá».

Es también un alegato al carpe diem, aunque debe considerarse desde la perspectiva de la tradición taoísta: «El cuerpo está pues / en el buen camino: la boca en la tierra / de quien vive sólo / este momento».

Aunque el poeta aclara que «mis visitas al Dao no añaden nada nuevo», pienso que precisamente la aplicación en la mirada y en la forma de vivir de las enseñanzas de Lao Tse es lo que nos constituye su aportación. Él incorpora lo que dice «el maestro» (momento en el que insiste en el concepto taoísta de que «el maestro no sabe nada»), o bien lo desarrolla, con lo que pasa él a ser un nuevo maestro que nos transmite su sabiduría, siguiendo el método de transmisión oriental.

Efectivamente, a nivel filosófico De Brito no añade ninguna novedad al taoísmo (aunque selecciona sólo algunos aspectos de ese pensamiento, coherentemente, ni es dogmático ni revolucionario), pero al trasladar a un lenguaje poético contemporáneo esas reflexiones les insufla nuevos aires.

De este modo se consigue una poesía de factura clara, pero de gran densidad conceptual, luminosa en su constitución y de larga resonancia. Es una poesía intensa y profunda, extraordinariamente sugerente a pesar de su aparente sencillez (¿pero acaso puede ser sencillo un discurso vertebrado por paradojas?). Sin duda, En la Vía del Maestro. Un viaje con Laozi se trata de un excelente poemario.

En la Vía del Maestro. Un viaje con Laozi
Casimiro de Brito
Trad.: Montserrat Gibert
Edición bilingüe
192 páginas
Olifante, 2009
ISBN: 978-84-85815-85-2

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