Al rescate de la novela-mundo… pero de hoy.

Por Amir Valle.

Hay autores que pasan por tu vida de lector, como diría un conocido poeta romántico, “sin saber que pasaste”. Y eso es preocupante. Pero hay otros con los que basta una primera vez para darte cuenta de que vas a quedar marcado: la utilidad de la literatura para el enriquecimiento personal, y disculpen que vuelva a ello otra vez, cobra una singularísima importancia.
Por eso parto aquí de una confesión: cuando en 1998 el entonces presidente del Instituto Cubano del Libro, el escritor cubano Omar González, me pidió que leyera la novela Perder es cuestión de método “de un escritor colombiano que está sonando mucho”, con la intención de analizar si la publicábamos en Cuba o no, jamás pensé que los años venideros me pondrían ante la misma circunstancia, varias veces: leer a Santiago Gamboa, que es hoy una de esas voces destacadas cuando se habla de la actual literatura de Colombia.
Acabo de leer Necrópolis, su más reciente novela, y reafirmo algo que me dije en aquel cada vez más lejano año de 1997: “este tipo es distinto a toda esa morralla etiquetada como literatura que se publica por esos mundos”. Y ese modo de contar distinto, desde una aparente (y sólo aparente) sencillez narrativa, se ha ido marcando en la narrativa de Santiago Gamboa, aunque cuando hablemos de gustos yo destaque las aportaciones del colombiano en lo que podríamos llamar su “Cuarteto colombiano”: Perder es cuestión de método, Vida feliz de un joven llamado Esteban, El síndrome de Ulises y Necrópolis. En las tres primeras hay un despliegue de lo que algunos denominan “colombianidad” (que viene a ser algo así como ese maremágnum de cosas que definen lo que es o no colombiano) y en este más reciente, Necrópolis, Santiago Gamboa da un salto de regreso al rescate de aquella Novela-Mundo de la que tanto se habló en América Latina en los tiempos del boom.
Pero esa búsqueda, ese regreso rescatador de un concepto novelístico del cual nacieron las más grandes novelas escritas en Latinoamérica en el siglo XX, se hace desde una perspectiva moderna: construir ese mundo novelado con ingredientes de la modernidad universalmente globalizada en que habitamos. Y sólo bajo ese concepto puede entenderse el lazo que el colombiano tiene a los lectores inteligentes: el pastor evangélico protestante que cuenta la pecadora vida del Hombre-Dios que lo introdujo en la fe, las escandalosas filosofías sexuales de una actriz porno mediante las cuales destripa la hipocresía del resto de la humanidad “pura”, el escritor que (como siempre sucede en la vida real) no entiende las razones por las cuáles ha sido invitado a un Congreso Internacional de Biógrafos, la petulancia teatral de ese colombiano que cuenta su vida terrible en la violencia militar y paramilitar colombiana calcando la vida del Edmundo Dantés de El Conde de Montecristo, entre otras historias de vida narradas por sus rocambolescos protagonistas en la novela, son vías que Santiago Gamboa utiliza para crear un escenario muy parecido al que hoy habitamos, con sus traumas, sus mentiras, sus hipocresías, sus traiciones y sus humanismos, reconstruyendo un Rashomón moderno y tan despiadado, cruel y luminoso como el que recreó Kurosawa en su mítico filme eternizando aún más el cuento de Ryunosuke Akutagawa que le sirvió de inspiración. Todo ello en medio de una Jerusalén que, como ya es casi un mítico, es una ciudad en guerra eterna, porque allí, en sus calles, desde los tiempos de Cristo, se libran batallas (silenciosas o públicas) que tienen que ver, precisamente, con esas otras guerras personales (tan importantes para el actual y deprimente estado de la especie humana) que tienen lugar en las páginas de Necrópolis.
No por gusto la mayoría de los escritores latinoamericanos y críticos que han hablado de esta novela la consideran “la más completa novela de Santiago Gamboa”. Para sólo hablar de tres pequeñas marcas personales: como cristiano, la novela me mostró una cara de la fe en la cual ni siquiera había pensado en más de veinte años; como ser humano que, al decir de Freud, está marcado por el sexo, me sirvió para entender otras fascetas nada esquemáticas de eso que llamamos “pornografía” y como escritor, fue una prueba de cómo todavía la literatura puede jugar con la literatura y que ello se convierta en un poderoso mensaje del intelecto humano. Creo que con eso basta para que, si alguien me pregunta por una novela imprescindible publicada en estos tiempos, yo conteste, sin dudas: “Necrópolis, del colombiano Santiago Gamboa”.

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