“Cuentos reunidos” de Felisberto Hernández

Por Marcelo Guerrieri.

La casi totalidad de esta recopilación de relatos del uruguayo Felisberto Hernández está atravesada por lo extraño, como parte de una realidad ampliada, asombrosamente verosímil en su extravagancia. Parafraseando a la viuda de La casa inundada —cuando se refiere al intento del agua por comunicarse con ella— la sensación fantástica en Felisberto es como “una niña que no sabe explicarse” y que sin embargo insiste una y otra vez en su media lengua de guiños e insinuaciones. Explicación falsa de mis cuentos (único ensayo del libro) es un manifiesto estético cuyo título nos da otra pista para acercarnos a su obra: el manejo de la ironía y el humor, que es central en El cocodrilo.

El acomodador, Menos Julia y La casa inundada, nos presentan micro-mundos de rituales extravagantes. En El acomodador, un hombre que puede ver en la oscuridad siente “lujuria de ver” dentro de una sala con objetos relucientes mientras una sonámbula atraviesa la penumbra cargando un candelabro. Llena de objetos que lo hipnotizan, esta sala funciona como espacio sagrado en el que el personaje se libera de su angustia; ritual místico de pasaje de lo profano a la experiencia contemplativa. Menos Julia tiene como protagonista a un comerciante que hace que le dispongan objetos en un túnel oscuro; tanteando, intenta adivinar qué son esas formas —una cáscara de zapallo, zapatitos de niño, un pollo pelado…— junto a cuatro empleadas suyas cuyos rostros acaricia pensando que no las conoce. Este juego-ritual termina cobrando dimensión psicológica, ligado a la personalidad obsesivo-compulsiva de este comerciante: cualquier mínima alteración de sus reglas, lo enloquece. En La casa inundada, una viuda que ha hecho inundar su mansión, se entrega a “la religión del agua”: desde su cama flotante suelta budineras con velas encendidas, luego hace sonar un gong y las budineras se agitan con una corriente generada por motores. Aquí, el ritual no es liberador ni compulsivo, sino un rito periódico compartido por esta especie de comunidad que forman los habitantes de la casa inundada.

Nadie encendía las lámparas participa de un aire de familia, sobre todo en el ambiente, recurrente en estos cuentos: mansiones señoriales, salones antiguos y miembros de la alta sociedad a los que un artista viene a entretener.

Completan la edición, Tierras de la memoria, Por los tiempos de Clemente Colling y El caballo perdido, relatos que exploran un tema central en la obra de Felisberto: la memoria y el recuerdo. La memoria, se despliega en improvisaciones virtuosas: variaciones sobre un modelo que se repite; los recuerdos, llegan como “la visita de una vieja amistad que recibiera cada mucho tiempo”, “hilos que se alargan hacia el futuro”, o como un insecto de la noche “que ha salido de la sala para recordar” y luego “se posa en el borde del presente”.

Felisberto Hernández, además de escritor, era músico, destacado intérprete del piano. Durante buena parte de su vida se ganó el sustento dando conciertos en pueblos de Uruguay, Brasil y Argentina. Hacia 1940 abandonó la música y se dedicó exclusivamente a la escritura. Muere en 1964, a los 62 años de edad, dejando una obra única en su estilo. En palabras de Italo Calvino “un escritor que no se parece a ninguno: a ninguno de los europeos y a ninguno de los latino-americanos, es un “irregular” que escapa a toda clasificación y encasillamiento pero se presenta como inconfundible con sólo abrir la página”.

En el sitio oficial de la Fundación Felisberto Hernández (www.felisberto.org.uy) se pueden encontrar ensayos críticos y todo tipo de material de interés sobre el autor.

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