Tony Curtis, luces y sombras de una estrella

Por Carmen Fernández Etreros.

Ayer murió en Las Vegas el actor Tony Curtis a los 85 años de un ataque cardiaco. Otra estrella que se va.  Un actor que quizás podría haber llegado más alto en el universo de las estrellas cinematográficas, pero también el hijo de una familia de judíos húngaros que llegó más lejos de lo que en ninguno de sus sueños infantiles hubiese siquiera imaginado. Su padre, un modesto sastre, mantenía a toda la familia gracias a los pocos metros de su tienda en el barrio neoyorquino en cuya parte trasera malvivían. Una infancia triste marcada por los ataques esquizofrénicos de su madre que le golpeaba a menudo y su paso por un horfanato en un momento en el que sus padres pasan por grandes dificultades económicas. A los 11 años sufre la primera gran tragedia de su vida cuando un camión mata a su hermano Julius y él tiene que reconocer el cadaver. Drama que le marcaría para su vida y carrera.

Por eso en cuanto pudo se alistó en la Marina y con ella lucharía en la Segunda Guerra Mundial llegando a presenciar la rendición del Ejército japonés en la bahía de Tokio en septiembre de 1945. A la vuelta ingresa en la escuela de interpretación de la New School en Nueva York y Bernard Schwartz se irá convirtiendo a base de pose y sonrisa en Tony Curtis.

Pero el joven era consciente de sus limitaciones: “Tenía que ir con cuidado allá donde estuviera por tres razones: porque era judío, porque era joven y porque era guapo. Eso me hizo nervioso, errático y paranoico, y aún lo sigo siendo. Siempre en guardia”.

Su carrera fue dominada por sus ojos azules, el encanto géminis y ese físico envidiable de galán del que llegó a decir “de donde vengo, el aspecto fue mi pasaporte para huir del cubo de basura”. Participó en más cien películas de las que muchas fueron sonoros fracasos pero otro tanto éxitos de taquilla y crítica. En 1953 llega su primer salto al estrellato con la película Houdini sobre el famoso ilusionista y en 1958 rodó Los vikingos junto a Kirk Douglas, la que asentaría su carrera en el universo de la fama.

Pero sería su triple papel de saxofonista ligón, fraudulento millonario y recatada madurita en Con faldas y a lo loco junto con Jack Lemmon y Marylin Monroe por lo que será recordado. Su historial incluye títulos míticos como Espartaco, Trapecio, El último magnate, La carrera del siglo de nuevo junto a Jack Lemmon e incluso en La semilla del diablo donde prestó su particular acento e inconfundible voz.

Pero en los años 80 Tony Curtis se quedó varado en el andén de la fama y se quedó apartado en apariciones televisivas como en la serie Los Persuasores con Roger Moore o en McCoy. Además comenzó una curiosa carrera como pintor y creador de «Time Boxes», en las que realiza composiciones con cartas viejas, fotografías, llaves, dados y relojes bajo un cristal, con las que también cosechó éxitos.

 Romeo infatigable, se jactaba de «haber llevado a la cama a más de 1000 mujeres», además Curtis se casó seis veces siendo su primera esposa, la más famosa, la actriz Janet Leight, con la que duró 11 años de fulgurante matrimonio. 6 hijos, entre ellos la actriz Jamie Lee Curtis. La muerte de su hijo Nicolas, fallecido en 1994 a los 23 años por la heroína le marcó para siempre: «No pasa una noche en la que no recuerde a Nicolas».

Sus últimos años fueron una carrera contra el paso del tiempo con cambios físicos constantes, matrimonios sucesivos ( el último con una entrenadora de caballos con la que montó una ONG para rescatar caballos abandonados), desintoxicación de drogas y alcohol, operaciones del corazón y una biografía polémica American Prince con la que desgraciadamente será recordado por sus indiscreciones despechadas sobre ese gran amor prohibido Marylin Monroe, entonces casada con Arthur Miller.

Un actor que acarició la fama pero que como todos sufrió sus garras, decepciones y vanidades. Siempre nos quedará el resplandor de su estrella. DEP.

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