Sobre la filosofía en la universidad – Clara Ramas San Miguel

Intervención de D.ª Clara Ramas San Miguel, en representación de los estudiantes egresados en los Másteres de Estudios Avanzados en Filosofía y Psicoanálisis y Filosofía de la Cultura.



En este Acto de Graduación de Titulados en Filosofía por la Facultad de Filosofía de la UCM, me cabe suponer que se espera que hable, en mi caso, de algo así como qué ha significado para nosotros, estudiantes, la experiencia de consumar nuestros estudios de licenciatura con un máster de los impartidos por esta facultad.

 

Lo que también me gustaría suponer es que no se esperará que hagamos lo que en una ocasión Marx reprochaba a sus conciudadanos: si Perseo se cubría con un yelmo de niebla para perseguir a los monstruos, nosotros, dice Marx, nos encasquetamos el yelmo de niebla, cubriéndonos ojos y oídos para poder negar la existencia de los monstruos. Ciertamente, no nos gustaría eso. Y el hecho es que no faltan monstruos que acechen por todas partes a la Universidad en general y a la Facultad de Filosofía en particular. No exagero si digo, y no exagero porque lo he vivido en otras facultades distintas a la nuestra, que el futuro inminente de la titulación en filosofía en nuestra facultad es presenciar la referencia a Wikipedia como fuente de citas en una exposición en clase. El futuro de la titulación en filosofía es escuchar a expertos explicando que la Crítica de la razón práctica de Kant es un buen fundamento para la ética empresarial. El futuro de la titulación en filosofía es, en fin, y todo esto son ejemplos reales de otras facultades de Filosofía ya adaptadas al plan Bolonia, que a uno le manden para la semana que viene 100 páginas de la Fenomenología del espíritu de Hegel y que el análisis del texto en clase proceda mediante la profesora preguntando a los alumnos: «¿y vosotros qué opináis que dice Hegel aquí?» Quizás en nuestra facultad no estemos aún, o no del todo, en ese punto (pues recordemos que se consiguió aplazar un año la implantación del grado), pero es cuestión de tiempo.

 

Difícilmente conviene todo esto a una actividad, la nuestra, la filosofía, que Heidegger caracterizó, comentando la anécdota de Tales cayéndose por el pozo, como «aquel pensar con el cual esencialmente no se puede hacer nada, y del cual las criadas necesariamente se ríen». Difícilmente conviene esta actividad entonces a los ritmos vertiginosos de las exigencias de la reproducción ampliada del capital. Exigencias que incluyen, cómo no, la producción de capital humano portador de eficacias y competencias, la fabricación de entendimientos capaces de cálculo y planificación, un entendimiento, dice Heidegger, que «es asunto de un mero talento, de un ejercicio y de una distribución en masa». Por el contrario, la filosofía no es un saber que se pueda aplicar inmediatamente generando utilidad, como los conocimientos técnicos o económicos. La filosofía, decía en Introducción a la metafísica, «siempre será un saber que no sólo no puede ajustarse al tiempo actual sino que, al contrario, somete el tiempo a sus criterios». La filosofía es uno de esos asuntos cuyo destino consiste en no obtener nunca una resonancia inmediata en su momento correspondiente, y no poder hacerlo siquiera nunca lícitamente. Por eso, todo preguntar esencial suyo permanece siempre necesariamente inactual, intempestivo: y ya sabemos que lo intempestivo es, en definición de Nietzsche, lo que obra contra el tiempo, con ello sobre el tiempo y, esperemos, en favor de un tiempo venidero.

 

Claro que uno siempre puede ahorrarse el esfuerzo de todo esto. Uno puede ahorrarse el esfuerzo de pensar: el metro seguirá corriendo igual. Eso es justamente el problema: que todo funciona. Algunos, por el contrario, eligen preguntar. Dice Heidegger: «los griegos vieron en el poder preguntar toda la nobleza de su existencia; su poder preguntar fue para ellos la medida de la delimitación frente a aquellos que no pueden ni quieren preguntar. A éstos los llamaron bárbaros». Bárbaros, o esclavos: los esclavos, dice Arisóteles, son aneu logos, es decir, sin logos.

 

Se verá, por tanto, si uno quiere vivir en un mundo de bárbaros y esclavos. Un mundo donde hay poco sitio para una facultad como ésta. Pues, al parecer, sí. Pues no han faltado aquellos que han pasado de largo u observado con indiferencia la implantación del proceso Bolonia, eso por no hablar los que se han atrevido a alabar sus virtudes formativas de carne de cañón de mercado laboral flexible y productivo: unos y otros, diría yo, (la expresión es nada menos que de Goebbels, pero es buenísima), «cazadores de coyunturas». Al parecer, no se sienten concernidos por este problema. Debería pensarse entonces que no se sienten concernidos por el destino de la teoría en general. Y quien dice el destino de la teoría, dice algo tremendamente importante, no sólo para el regocijo de académicos con la cabeza en las nubes, sino para las posibilidades de existencia de una práctica crítica y política… Supongo que se me permitirá la licencia, ya que últimamente parece ser la nueva moda y hasta a los posmodernos les ha dado por escribir libros sobre Trotsky y Lenin, de citar brevemente a este último. A los que argumentaban el fin de la época histórica del parlamentarismo, Lenin respondía: «remitirse en una cuestión de política práctica a la escala de la historia universal es la aberración teórica más escandalosa». Aberración teórica que suponía, naturalmente, prácticas políticas desastrosas, como en ese caso por ejemplo la negativa a participar en los parlamentos o los sindicatos, o el vicio ya denunciado por Engels, la ingenua puerilidad de presentar la propia impaciencia o ideal político como argumento teórico.

 

Pero lo que quería subrayar es que, vaya, incluso este radical revolucionario bolchevique sabía bien de la exigencia irrenunciable de una buena teoría; una teoría que no es ninguna sirvienta de la política como antes lo fue de la teología, sino que, en su ejercicio autónomo como teoría, genera ya efectos prácticos, en las prácticas políticas, sociales u otras prácticas teóricas o científicas. Y los genera relacionándose con los problemas reales de esas prácticas, pero no en una relación técnica de aplicación, entregando fórmulas que se les pudieran aplicar: la filosofía no se aplica. El proceder de la filosofía consiste, dicho rigurosamente, creo, en posibilitar la posición de algo como problema; como decía Althusser, «enunciando Tesis que contribuyan a desbrozar el camino para un correcto planteamiento de esos problemas», entregando «ese resultado inédito de desplazar la cuestión a un problema». Así, la filosofía conserva como su tarea específica la apertura de sentido, un separar que produce diferencias, un abrir un hueco donde algo puede aparecer como algo (de nuevo, Althusser): «Las proposiciones filosóficas originan, precisamente, distinciones «críticas», es decir, «eligen», separan las ideas unas de otras y al mismo tiempo producen ideas capaces de poner de relieve esa separación y su necesidad. Teóricamente, esto se puede expresar diciendo que la filosofía «divide» (Platón), «traza líneas de demarcación» (Lenin), produce (en el sentido de hacerlas visibles, manifestarlas) distinciones, diferencias».

 

En fin, si, citas como éstas aun significan algo para nosotros, y por lo menos para mí, después de seis años en esta facultad, sí lo hacen, entonces, tenemos muchos monstruos que perseguir.

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