Mae West, la perra divina de Hollywood
Por Raquel Campuzano Godoy.
Sensual, descarada, insolente, lenguaraz, perra, muy perra. Comenzamos con Mae West esta antología de malvadas, lascivas, bolleras, putas, brujas y locas que se atrevieron a crear, cuestionar y rescribir el mundo con soberbia y decisión. ¿Qué por qué? Nada que ver con la cronología. A Mae la elegimos porque nos pone cachondas, porque nos despierta el oscuro deseo de vivir la vida como un musical (mejor: como un vodevil), porque queremos ir por la calle ataviadas con un corpiño, plumas y ondas oxigenadas y diciendo burradas a todo macho que se nos ponga por delante (y por detrás, claro). ¿Que qué nos gusta de Mae? Su decisión, su empoderamiento y, por supuesto, su lengua rápida y voraz. Y es que a las posmos, como a Salvador Dalí, nos mola Mae. Por provocadora, por tener el coraje de escupir en la cara de los bienpensantes, por (re)inventar el mercado del escándalo, por Sex, por Drag y, sobre todo, por perra, por muy perra: por ser, orgullosamente, una perra divina.
A bocados con los príncipes de Hollywood
A Mae West se le quedaban estrechas las normas de Hollywood. Cuando aterrizó en Babilonia, las actrices raramente conseguían papeles protagonistas; se limitaban a ser comparsa del héroe o galán de moda, que las abofeteaba alegremente cada vez que se atrevían a opinar. Pero ser la chica del protagonista no era suficiente para Mae, así que se propuso escribir sus propios guiones. A partir de entonces, y como estrella indiscutible de su spropias producciones, elegiría personalmente a los actores a los que devorar con sus palabras y su cuerpo imponente. Dos de los éxitos más sonados de los años 30 (I’m no angel y She done him wrong) salieron de su ácida pluma y hay quien afirma que salvaron de la ruina a la mismísima Paramount. Mae consiguió tener el control de las producciones en las que trabajaba y disfrutar de la oportunidad de ser una mujer distinta cada vez. Como ella misma dijo: “Ser a la vez actriz y escritora es la mejor combinación que te puedas imaginar, porque puedes ser quien quieras. Sólo tienes que escribirte el papel y después interpretarlo. Así puedes saltarle las partes aburridas. Y cuando te cansas, puedes ser otra persona distinta».
Reconocida públicamente como la primera sex symbol del cine y la femme fatale por excelencia, ella aceptaba orgullosa estas etiquetas, encantada de escandalizar a una sociedad mojigata y temorosa donde todos (y, por supuesto, todas) desempeñaban el papel que le habían asignado en pos de la preservación del orden y la moral. Pero el papel de “ángel del hogar” no iba con esta baby vamp incorregible. “Dame un hombre, una mano libre y él danzará a mi alrededor”, decía. Y es que Mae atemorizó a más de un tipo duro de la época, entre ellos al pétreo George Raft (Scarface), quien rechazó un papel para uno de los espectáculos más controvertidos de West, Sex, alegando que no estaba preparado.
“Yo inventé la censura”
En realidad, ni el gremio ni la sociedad estaban listos para ver lo que la traviesa Mae tenía preparado. ¿Cómo aceptar a mujeres independientes que deciden y disfrutan su sexualidad, a mujeres que toman decisiones, a homosexuales, a tiernos galanes rendidos bajo las garras de esta temible domadora de leones? La Srta. West lo puso todo patas arriba y, cómo no, llegó la censura. Randolph Hearts prohibió la publicidad de las películas de Mae en todas sus publicaciones, además de regalarle el estupendo apodo de “monstruo de la lascivia”. Y así, en 1922, se aprobó el Código Hays, que lo prohibía casi todo y que parecía redactado para ella. Pero Mae no se arredró, sino que vio en seguida la grandiosa oportunidad que le ofrecían en bandeja. «¡Creo en la censura!”, diría. “Si una sola de mis películas no hubiera sido clasificada ‘X’ me habría sentido insultada. Yo inventé la censura”.
Aburriminto, ocaso y resurrección
Pero hasta las diosas del escándalo acaban por cansarse. Mae se fue aburriendo de sus líos y se refugió en el teatro, un mundo más cercano a su concepto del arte y de la vida. Se despidió del cine hasta los años 70, década en la que rodaría la memorable Sextette (1978) junto a míticos fiesteros como Ringo Starr, Keith Moon o Alice Cooper. Apenas dos años después, Mae West murió. Habían sido ochenta y siete años de excesos artísticos y verbales. La primera rubia realmente peligrosa del cine se marchó haciendo honor a una de sus frases más célebres: “Sólo se vive una vez, pero si lo haces bien, una vez puede ser suficiente”.
(Nos vemos de nuevo en la próxima entrega, hasta entonces sed perras y malhabladas, porque como nos enseñó la vieja Mae: “Las chicas buenas van al cielo, y las malas, a todas partes”)