Política con conciencia

Política con conciencia. La alternativa buddhista para hacer del mundo un lugar mejor. Varios autores. Edición a cargo de Melvin Mcleod. Ed. Kairós, 2010. 19,50 €

Por Ignacio González Barbero

Desde hace un tiempo, he mantenido conversaciones con un gran amigo mío en torno a la capacidad del budismo para instituirse como una potencia reformadora a nivel social y cultural. Él considera que esta corriente de sabiduría carece de los instrumentos necesarios para hacer una crítica profunda del sistema vigente. No tiene alcance más allá, argumenta, del individuo particular que se reforma a sí mismo.

El libro que nos ocupa está formado por una gran diversidad de artículos que vienen a demostrar lo contrario, a saber, que el budismo es en sí mismo un existir radical, que va a la raíz, y parte de ella para dejar crecer de manera sana, tranquila y compasiva una nueva vida personal y política. Hay que tener claro que no se trata tanto de pensar una forma alternativa de vivir, sino de vivir en una nueva forma de pensar. El Buddha encarna lo que quiere traer al mundo a través de una disciplina mental que le lleva a descubrir la intimidad  de las acciones humanas y, por tanto, de las estructuras e instituciones sociales que las acompañan. Tres nociones son fundamentales de cara a comprender esta cuestión:

Dukkha: Se suele traducir como sufrimiento, lo cual es correcto, pero sólo hasta cierto punto. Es más una frustracción, una insatisfacción constante en y ante la vida. Emana del deseo egoísta y del apego a las cosas de este mundo, incluyendo nuestros pensamientos y sentimientos en torno a ellas. Es una dolencia de origen mental basada en la idea de que somos entidades individuales, independientes y separadas del resto de mundo.

Anatta: Ausencia de individualidad. El ego escindido carece de fundamento real. Anatta causa dukkha, a saber, el hecho de que nuestra sensación de ser un individuo aparte es una ilusión, crea dolor. Por ello, intentamos reafirmar nuestro yo marcándonos metas y objetivos que nos hagan más reales y distintos.

Anicca: Transitoriedad de las formas; no se dan naturalezas fijas. No hay, por tanto, substancias que sostengan el mundo, sino un continuo fluir que indica que todo, al fin y al cabo, está relacionado. Todo se da en una red de reciprocidad, de mutua entreveración.

Estas tres ideas nos llevan al problema fundamental, que hemos de superar para construir una nueva forma de existir: la dualidad. La separación entre la individualidad y la alteridad constituye la mayor herida que ha sobrevenido a lo político , consideran los autores que aquí escriben. ¿Por qué? Porque, a partir de este corte, hemos hecho nuestro mundo político y social, que ha creado egos apartados unos de otros – tanto individuales, como colectivos- que nunca confluirán, que siempre estarán escindidos. El nacionalismo es, por ejemplo, una forma de ego colectivo que divide, a partir de una frontera, entre aquellos que son «de los míos» y aquellos que no lo son. Otra muestra de esta realidad es el divorcio entre el «homo sapiens» y el resto del mundo natural, que genera una dinámica de acciones lacerantes hacia eso extranjero que es la naturaleza y los seres que en ella habitan.

En esta obra se teje una red de consideraciones que nos invitan a ver que es nuestra manera de entender lo que somos lo que define lo que hacemos. Y nuestras acciones, las más cotidianas, son el reflejo y base de las acciones políticas que observamos a diario. Por lo tanto, si queremos un cambio, nosotros tenemos que encarnarlo. ¿Cómo hacerlo? Comprendiendo, como venimos explicando, que no hay un yo separado, en ningún ámbito, y teniendo en cuenta, por lo tanto, que trabajar en mí mismo es trabajar en los demás. Esto implica un gran esfuerzo, ya que hemos de albergar compasión por todos los seres,más allá de egos colectivos como país,raza, sexo, religión, condición social o natural, etc. Al llevar a cabo esta labor, reconocemos que la realidad no es nada más que un mar de reciprocidad universal sin diferencias ni categorías, y cambiamos radicalmente la forma en que estabámos viviendo.

A modo de conclusión, nadie mejor que el budista Shantideva para expresar, con mucha más justeza, estas tesis y el plan general del libro. En la página 42 aparece este poema suyo:

» Primero debo esforzarme
en meditar sobre la igualdad entre uno mismo y los demás.
Debo proteger a todos los seres como a mí mismo,
porque todos somos igual en nuestro deseo del placer y
nuestro rechazo del dolor.
Así debo disipar el sufrimiento (dukkha) de los demás,
porque es igual al mío.
Y debo actuar por el bien de los demás
porque son seres vivos como yo.
Cuando tanto yo como los demás
somos iguales en querer ser felices,
¿qué tengo yo entonces de especial?
¿Por qué me esfuerzo yo en obtener sólo mi felicidad?»

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