Que no llegue la fama
Por Antonio Gómez Antoranz.
Existe un punto álgido que le llega tarde o temprano a todo artista, un momento de inspiración divina en el que sus actos logran tocar el cielo y quedan grabados para siempre en el imaginario colectivo. Para muchos, la aserción de Warhol de que todos tenemos 15 minutos de gloria se vuelve especialmente trascendente cuando esos instantes le llegan a un artista que está subido a un escenario.
Legiones de fans le aclaman, la música atrona en el recinto, el sudor recorre su cuerpo y una luz cenital ilumina su alma en un ascenso imparable hacia el olimpo musical… Muchos hemos presenciado alguno de estos encumbramientos, y es que todos podemos recordar una gira imparable de algún grupo concreto. Pero este momento mágico se convierte en un arma de doble filo para el artista en cuestión, porque su carrera ha alcanzado precisamente su punto máximo, y es muy posible que se dé de bruces contra el suelo cuando vuelva a intentarlo.
Me viene a la mente el sugerente Bono de U2, que mira los coches colgados del mastodóntico escenario de la gira Achtung Baby. Esa fue la cresta de la ola de unos irlandeses que volverían a repetir éxito más tarde, aunque nunca con la misma frescura. Otro ejemplo es el Dave Gahan de Depeche Mode, que giró por todo el planeta con su Devotional Tour. En aquella época, Dave lucía melena y los Depeche tiraban de guitarras y baterías reinventándose con inusitado acierto. Lo mismo les ha pasado a otros artistas; en nuestra retina quedarán para siempre un Cobain saltando encima de la batería de Grohl, aquel Axel que esquiva las balas de la muerte bailando a toda mecha, o incluso una Madonna que montaba un toro mecánico en mitad del escenario. Y no me olvido de un fascistoide Marilyn Manson escupiendo al público desde su púlpito del terror, renegando hasta del mismísimo Bowie.
Una teoría conspiratorio-musical de el gran Hypo Luxa dice que “todo gran artista tiene 3 discos muy buenos a lo largo de su carrera”, y que todos los demás son una carrera para llegar a aquellos o alejarse de ellos. Es seguro que esto no se puede aplicar a todos los casos, pero está claro que sí hay unas cuantas bandas o solistas que encajan perfectamente en este axioma. Todos ellos, por cierto, forman parte de la cultura del cambio de milenio: digamos que nos entretuvimos viendo como las estrellas se apagaban, pero no nos hemos quedado a oscuras. Nos quedan por ver momentos estelares de Muse y sus contemporáneos, acicate suficiente para seguir acudiendo a ese ritual llamado música en directo.