Resurrección de la oscuridad

Por Juan Soto Ivars

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El abismo, Leonid Andreiev, Editorial El Olivo Azul, 2010. Traducción de Marta Sánchez-Nieves. 19€

Entre la pléyade de escritores y artistas que decidieron marcharse del laboratorio en que se convirtió Rusia durante el siglo pasado, han ido editándose con especial profusión los del periodo estalinista. Mijail Bulgákov y Yevgueni Zamiatin, poetas como Ajmátova, el colosal Pasternak… Parece que al lector español cada vez le interesa más lo que durante nuestro tiempo nublado, el franquismo, era considerado todavía por algunos idealistas como un posible paraíso social. Así, escritores como Iván Bunin, correctamente tachados de antirrevolucionarios, se abren paso en los anaqueles. Lo contrarrevolucionario vende, hablan los muertos, e incluso las crónicas del periodista Manuel Cháves Nogales sobre Lo que queda del imperio de los zares consiguen una merecida atención.

“Incluso los escorpiones se ocultaban bajo las piedras y allí se contraían por el inmenso deseo de picar”

Desvelada la niebla ideológica, la verdad desnuda de la URSS se nos muestra con toda la crudeza de su víctima más inmensa: el poder antiguo de los zares. Y tras el derrumbe y el alzamiento de la nueva estatua, nuevas víctimas: los artistas. ¡Qué difícil asir una dispersión de partículas tan desordenada en el tiempo! En La mentalidad soviética, una especie de guía sobre la deriva de los artistas en tiempos soviéticos (especialmente estalinistas), llama la atención que Isaiah Berlin olvide el nombre de Leonid Andreiev. Pero cuántos asteroides escapando del ojo, fuera del corsé académico.

“Al llegar la noche la ciudad se calmó y en el incendio no quedó nadie: solo, en silencio y sin gente, chisporroteaba y se contraía el fuego, tranquilizándose.”

El Olivo Azul comenzó su andadura con un libro híbrido entre la colección de cuentos y la novela: Los siete ahorcados. Lanzar como primera piedra un nombre desconocido para la mayor parte de los lectores, el de Leonid Andreiev, era arriesgado. Más todavía cuando una búsqueda de este ruso que se fue a vivir a Finlandia lo describe como un escritor menor. Sin embargo, la editorial cordobesa lanza ahora otra piedra de toque: El Abismo, visión panorámica de los cuentos de Andreiev. Y ante la insistencia, uno se decide por ceder y ver qué tal escribía este “autor menor”.

“Y sintió que la sabiduría y la estupidez son exactamente iguales en presencia del Infinito, puesto que el Infinito no las conoce.”

Leídos los tres fragmentos intercalados en este texto, pertenecientes a El abismo, posiblemente el lector haya ya decidido que “menor” se refiere a una graduación ajena a lo literario. Vayamos a lo tangible: El Abismo. El libro recoge nueve cuentos escritos de 1901 a 1916 entre Rusia y Finlandia, donde Andreiev moriría en 1919. Contradictorio, snob y con una prosa abigarrada y sugerente, Andreiev gira en estos relatos en torno a una estrella apagada y extinta. La trayectoria cronológica recoge, de forma metafórica, la caída en la oscuridad de un poder que parecía eterno, el hundimiento en las aguas de lo desconocido de los castillos y los palacios imperiales y, también, el surgimiento de una nueva forma, de una nueva mano de hierro.

“Era algo monstruoso que no tenía ni una sola de las formas conocidas por el ojo, pero tampoco privado de alusiones a una figura nueva, ignorada.”

Salvo en el relato En la estación, que no tiene la potencia de los otros, no hay alusiones al poder en Rusia. Andreiev suele lanzar su visión hacia otras latitudes y otras épocas. Pero este relato, de corte kafkiano, recoge las observaciones sobre el guardián de una pequeña estación de provincias rusa a quien el aburrimiento convierte en una mano armada y peligrosa.

“En el vacío, amenazando con caídas fantasmagóricas, se erguían templos, palacios y casas, pero estaban vacíos.”

Sí aparece un revolucionario ruso en el relato La conversación, donde el Kaiser Guillermo, conquistada Bélgica, decide calmar su inquietud conversando con un reo al que fusilarán al día siguiente. Pero cuando Guillermo empieza a hablar con este viejo ruso eterno, con este espíritu de la amenaza hacia el poder de los antiguos imperios, el sueño va venciendo al emperador, que no deja de observar la pistola cargada que tiene sobre la mesa…

“Y lo terrible no es la muerte sino conocerla, y sería imposible vivir si el hombre pudiera saber con precisión y certeza el día y la hora de su muerte.”

Quizás Lázaro, que abre el volumen, sea uno de los mejores cuentos rusos de todos los tiempos, con permiso de Chéjov y quien se le ponga por delante. Armado sobre estructuras góticas, como el resto del libro (si exceptuamos Los cornudos y Los burros, de corte cómico), Lázaro narra los días posteriores a la resurrección de este personaje bíblico de una forma nunca vista. Más cercano a las historias de zombis que a lo milagroso, Lázaro expele un peste invisible que llena de miedo a todos, desde los humildes habitantes de Judea al mismísimo César. Este horror no nace de su aspecto físico, podrido e hinchado, sino de algo indefinible que permite a los vivos contemplar el infinito abismo de la muerte.

“Ya las cuatro decenas de burros, contagiándose unos a otros, lanzaban rebuznos lúgubres como si fuera el último día de la tierra.”

Andreiev es uno de esos escritores que amasan las palabras como si fueran cuerpos vivos y temblorosos. Es muy fácil engancharse a su sintaxis de aliento largo y discurrir de su mano hacia el fondo de los pozos de la existencia. Testigo del momento en que lo inmaculado se desconchaba y se hundía en la corriente caótica del tiempo, Andreiev dejó guardada esta colección de relatos como los virus que incuban largo tiempo en el cuerpo. Rescatados ahora, dan al lector la oportunidad de revivir, como revivió Lázaro, la caída más profunda y alta sin siquiera mencionarla. Está bien elegir El abismo, que narra una abominable violación sin tocar el cuerpo de la dama, para dar título al volumen. La obra de Andreiev es un pozo muy oscuro del que sólo se puede escapar cerrando el libro. Pero no será fácil: la hipnosis siempre gana cuando hablamos de literatura mayor.

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