Pina (2011), el homenaje a Pina Bausch de Wim Wenders

Por Gonzalo Suárez López.
 

 

Antes del comienzo el pasado mes de febrero de la última Berlinale, las expectativas de la prensa especializada y el público festivalero, a falta de una competición oficial sin particulares atractivos [Nader y Simin. Una separación (2011), que reseñaremos próximamente, o The Forgiveness of Blood (2011), por mencionar algunas, luego nos demostraron lo equivocados que estábamos] se centraron en la sección fuera de concurso, donde dos directores alemanes de trayectorias irregulares iban a presentar sendos documentales en 3D.

 

El primero de ellos fue Werner Herzog, que con La cueva de los sueños olvidados recibió una acogida insólita desde los tiempos de Fitzcarraldo (1982). El segundo era Wim Wenders, quien en el mismo cuarto día del festival presentó en la capital alemana su homenaje a la coreógrafa Pina Bausch, titulado, simplemente, Pina (2011).

 

 

La historia de esta película hunde sus raíces en la amistad que unió a ambos artistas y en su afán por llevar conjuntamente a la gran pantalla la obra de la enigmática profesora de danza. Bausch nunca fue partidaria de las cámaras (son contadas las grabaciones de sus representaciones) pero a sus casi sesenta años de edad comenzó a sentir la necesidad de que su trabajo perdurase de alguna forma en el tiempo.

 

La presentación en Cannes del documental U2 3D (2007) dio finalmente a Wenders el formato perfecto para emprender este proyecto, que llevaba aparcado durante décadas.

 

Acabada la absorción de conocimientos sobre la producción en 3D digital y terminada la preproducción de la película, Pina Bausch falleció repentinamente el 30 de junio de 2009, dos días antes de comenzar el rodaje. Su muerte convirtió el proyecto en un homenaje y Wenders adaptó el material seleccionado por Bausch a un formato documental que incluyese imágenes de archivo y (aquí está el mayor activo de la película) representaciones en diversos enclaves de la ciudad de Wuppertal, localidad a la que el director regresó después de rodar Alicia en las ciudades (1974) y de la que absorbe todo el potencial (encrucijadas, parques bajo un puente, el ferrocarril urbano colgante…) para ponerlo al servicio de la compañía Tanztheater Wuppertal, cuyos miembros decidieron qué piezas querían llevar in memoriam a la pantalla.

 

 

Por otro lado, en las tomas de transición entre las representaciones, los bailarines prestaron su mirada y su voz en off para contar brevemente su vínculo con la célebre coreógrafa. Esta elección formal es otra de las claves de la cinta, pues se integra dentro del discurso de la propia Pina Bausch, que promulgaba el “bailad, bailad; si no, estamos perdidos” como forma de vida y comunicaba con sus acólitos sin necesidad de hacer uso del lenguaje verbal, solo mediante acciones, gestos y miradas. La opción también sirve al propósito de homenajear a la artista desaparecida a través de su obra y su lenguaje, no a través de su biografía, de la que no se nos cuenta prácticamente nada en la película.

 

Wenders puso toda la carne en el asador para honrar la memoria y la obra de su amiga; la imagen estereoscópica, del propio director y de François Garnier, obedece al mismo fin. El 3D de Pina (2011), apoyado en la elegante fotografía de Hélène Louvart, es contenido y discreto. La diferencia con un visionado en 2D no es grande pero sí decisiva: la participación del espectador como público activo que sale del escenario para asistir a representaciones por toda la ciudad, en cualquier parte, desarrolla su percepción de la realidad e instala el lenguaje del tanztheater en la calle de una forma mucho más eficaz. No se trata de un derribo de la cuarta pared, sino de todo el teatro concebido como único espacio en el que se manifiesta el lenguaje del cuerpo. Todo lo demás, lo que queda, la película, es el arte de Pina y el mundo; un mundo que dan ganas de vivirlo y bailarlo, al ritmo de su excelente banda sonora.

 

Wenders ha concebido, así, una película magnífica fruto de un propósito y de una coyuntura tan determinados que resulta ser única hasta en las malas implicaciones del adjetivo: Pina (2011), más allá del juicio del espectador, no revoluciona la forma de adaptar al cine la danza y no marca una senda alternativa de largo recorrido hacia un 3D menos artificioso. Con esta obra Wim Wenders, al igual que Pina Bausch, solo admite epígonos.

 

 
Pina (2011) se estrenó en España el pasado 30 de septiembre de 2011.
 
 

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