El arte de lo políticamente incorrecto

Por Luis Cáceres.

 

Off Limits nos presenta durante estos días una muestra de mujeres artistas que se proponen poner en disensión los mecanismos de control ejercidos desde el poder

 

El centro de arte Off Limits de Madrid acaba de presentar una muestra titulada Permiso para hacer la revolución. La exhibición analiza las implicaciones que presenta el arte actual como generador de disensión y pensamiento crítico cuando pone en entredicho los mecanismos de poder que rigen el mundo en la actualidad. El debate gira aquí en torno a la cuestión de hasta qué punto el arte puede trascender los límites de lo meramente estético e insertarse en el campo de lo político, ¿Es el arte una práctica política o simplemente poética?

 

 

La cuestión es analizada en esta exposición por un elenco de varias artistas mujeres, entre las que se encuentran la sueca Johanna Billing, la chilena Cecilia Barriga, la española Ana Navarrete o la estadounidense Martha Rosler. Un muestrario de miradas femeninas de distintos puntos del planeta que aportan diferentes formas de ver el arte de una sociedad determinada por sus distintas culturas.

 

El caso quizás mas relevante debido a su larga trayectoria artística sea el de Martha Rosler. Esta artista estadounidense se distingue en su trabajo por cuestionar constantemente el orden establecido que nos es impuesto desde las jerarquías del poder político y económico, así como desde sus herramientas de exhibición que suponen los medios de comunicación de masas.

 

Sanja Ivekovic (Croacia). "Instrukcije br. 1". Instructions #1, 1976

 

Rosler nos obliga a enfrentarnos a nuestro propio mundo occidental caracterizado por el capitalismo consumista y la adquisición constante de mercancías. La estrategia utilizada por la artista norteamericana se fundamenta en la provocación de un sentimiento de dolor o indignación en el espectador que consume sus fotografías. Su trabajo Bringing the War home es el paradigma de esta forma de realización, consistente en una serie de fotocollages en la que Rossler muestra en medio de un apartamento amplio y luminoso a un vietnamita llevando en brazos a un niño muerto.

 

La dicotomía y la disensión ante la realidad aparente del mundo, se presenta en este caso en la diferencia que supone la apacible y confortable vida por un lado del estilo de vida consumista norteamericano del apartamento, en contraposición con la otra realidad que nos es incómoda e intolerable y que supone la muerte, el hambre o la guerra; y que son consecuencias según Rosler, de los sistemas de poder político en su interés económico y en sus estrategias por hacerse con materias primas relacionados con los procesos coloniales.

 

Es este un tipo de arte que trasciende lo meramente estético para convertirse en práctica política. Un tipo de arte que actúa de esa manera desde el mismo instante en que la creadora trae a la retina aquello que buena parte de la sociedad se esfuerza en no ver. Rosler monta así una puesta en escena o un teatro político y estético, que tiene como fin el concepto de arrojar a la cara del que no quiere o no puede ver, aquello que le es invisible. La imagen del niño muerto debe resquebrajar la imagen artificial de felicidad de la vida americana.

 

Los conceptos sobre los que versa la obra de Rosler presentes en Off Limits hasta mediados de marzo tienen por tanto mucho que ver con lo que aún hoy seguimos experimentando, a través de lo que Guy Debord llamaba «sociedad del espectáculo», o Braudillard denominaba «cultura del simulacro». La sociedad actual en la que estamos inmersos se rige aún hoy más que nunca, por una cultura de la imagen, en donde no importa el trasfondo racional y profundo de la misma sino la contemplación estética del paisaje o simulacro de la otra realidad en la que vivimos.

 

Revolución feminista

 

En esta sociedad de consumo puede apreciarse como la mujer es la gran afectada por las estrategias de marketing y comunicación publicitaria, algo que la muestra de Off Limits ha tenido en cuenta a la hora de escoger a mujeres artistas. Varias de ellas analizan estos temas resaltando la idea de como la publicidad puede muchas veces ser una forma de poder y control sobre las mentes y sobre todo sobre los cuerpos femeninos a los que esclaviza, imponiéndoles formas de vida y tratamientos estéticos que son a veces del todo impracticables e inverosímiles.

 

En este sentido, la historia de las prácticas artísticas guarda muchos ejemplos desde los años 70 del siglo XX, con el auge de las revoluciones feministas, en donde como Rosler hacía a través de la estrategia de la indignación o la llamada de atención sobre lo oculto con las fotografías sobre Vietnam, muchas mujeres artistas utilizan su cuerpo como campo de trabajo o mapa de operaciones políticas. Cuerpos sobre los que intervienen indignando o incomodando al público, con la finalidad de mostrar su disensión hacia los mecanismos de control y poder que suponen todos estos mecanismos coercitivos en los individuos.

 

Algunos de los ejemplos más radicales de esta línea de pensamiento pueden verse en las acciones de la artista francesa Orlan, que sometió durante un cierto periodo de tiempo su cuerpo a toda una serie de prácticas de cirujía estética que fueron retransmitidas vía satélite en los años 90. Una forma de denuncia que tenía para la artista la finalidad de desasirse de la dictadura de la imagen y romper con la idea de una mujer como objeto de consumo. En este mismo campo se engloba la obra de Gina Pane o Marina Abramovic que tienen como fin el hecho de rebelarse ante la domesticación del cuerpo como una forma de control patriarcal y eminentemente heterosexual.

 

Una crítica de la crítica política

 

Todos estos movimientos, que estarán de relieve también en Madrid en el mes de marzo en el marco de actividades del festival Ellas Crean son consecuencia también de las revoluciones de Mayo del 68 o los procesos de revueltas originados por los fenómenos de descolonización de los años 60 y 70. Al ver la exposición de Off Limits de nuevo cabría hacerse otra pregunta, y es ¿sirven realmente este tipo de prácticas «de la indignación» como formas de denuncia o por el contrario solamente siguen alimentando el proceso de espectacularización y simulacro de la esteticidad de la imagen?

 

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