Diferencias fundamentales entre narradores y poetas

 

Por Tura Varla

 Más tarde comentaré cómo después de aquella frustrante cena con Perfecto acabé en la cama con un poeta que no conocía de nada. Pero creo que es mejor dedicar una columna a algo que me viene rondando desde el principio.

 El mundillo literario es rico en endogamia. Al ser un ambiente cerrado y controlado, como en otro cualquiera, al final uno acaba descubriendo no sólo los entresijos íntimos de los compañeros de trabajo, sino que, para sorpresa de todos, al final resulta que te has acostado con este que a su vez se acostó con aquella y con la de más allá. Y hasta puede que resulte, al cabo de un tiempo, que tu actual amiga se acostaba con el mismo poeta que tú y sí, en la misma época. 

 Fundamentalmente se puede dividir muy a grandes rasgos el gran grupo en poetas y narradores. Dentro de los narradores, se suele hacer una subdivisión: cuentistas y novelistas. Los primeros son perfeccionistas, infantiles, incapaces de mantener su atención en nada ni nadie demasiado tiempo, volubles, insatisfechos y les gustan las locas. Si una mujer normal se les acercase con proyecto amatorio, pueden pasar varias cosas: la primera y más común es que el cuentista se aburra. La segunda es que el cuentista lo intente y establezcan una relación. Esta posibilidad también tiene dos variantes: la sablean y viven a su costa hasta que se hartan o bien se casan con ella y le ponen los cuernos mental o físicamente con todas las demás.

 Los narradores novelistas suelen ir de maduros, sofisticados, brutos, pedantes y por lo general tienen experiencias sexuales traumáticas o incapacidades sexuales traumáticas. No puedo negar que en la variante narrador novelista, hay más riqueza de caracteres, pero hay uno que me llama poderosamente la atención: el niño colleja que liga con tía buena. Hablaré más adelante de él, pero es un prototipo tan extendido y tan lleno de gracia que no puedo resistirme a hacer un apunte: en el mundo literario es donde más abunda esta clase de macho subomega. 

 La diferencia fundamental de caracteres entre los narradores y los poetas, está en la búsqueda del conflicto. Los narradores tratan de sobrevivir. Los poetas viven a costa de esa maravillosa frase de Happinessen la que la escritora subclase/poeta grita aquello de:

 -Mis libros están vacíos. Ojalá me hubiesen violado de pequeña.

 Y sí, el poeta siempre está al borde de morir de dramatismo. Y si no es porque le haya pasado nada, lo inventa. Y si en ese sentido su capacidad es limitada, lo busca. 

 Los poetas lo viven todo intensamente. Si les gustas te piden matrimonio ochenta veces a la semana. Si les disgustas su odio es incondicional e inamovible. Si hablan de libros, tienen que demostrar a toda costa que son más profundos que el de al lado. En público, necesitan hacer de vez en cuando el payaso. Le quitan peso a todo lo que diga cualquiera que no sean ellos mismos. Pero sus palabras deben calarte en lo más hondo. Debes amarlos. Es tu deber, amarlos, idolatrarlos, desearlos, morir de deseo y de amor a su paso. Y si no, se muestran totalmente incapaces de asumirlo. 

 Son ególatras hasta la saciedad, se aman por encima de todas las cosas y eso, por suerte o por desgracia, les impide para vivir un amor que se ajuste a la realidad. Siempre creerán más lo que hayan imaginado para crear el conflicto. Creen tan ferreamente en el poder de la palabra, que sienten que tienes que creer a pies juntillas todo lo que te digan. Y hacer de eso tu credo personal. 

 Y dicho esto, explicaré que trabajo en el mundo literario y he visto los mismos fenómenos repetirse hasta el infinito. Y que, desde luego, hablo de unos rasgos básicos y fundamentales, pero que hay de todo como en botica. Que no todos son así, pero que muchos comparten estas características maravillosas que hacen que desee seguir trabajando con ellos. En fin, soy una mujer de contradicciones. 

 Ha pasado el tiempo y sin embargo, todavía me hace gracia que Poeta Posmoderno, no comprendiera que no me enamorase de él.